El primer aspecto en que me voy a detener es, a mi juicio,
muy interesante y manifiesta el lugar del marxismo en el proceso de la
“modernidad”, término que él mismo utiliza. Porque Gramsci piensa que el
marxismo no es una especie de aerolito caído del cielo, que bruscamente
intercede en la historia, sino la culminación de un largo y secular proceso, de
un largo itinerario histórico y filosófico.
Así leemos en uno de sus escritos: “La filosofía de la praxis
–nombre con el cual siempre menciona al marxismo– presupone todo ese pasado
cultural, el renacimiento, la reforma, la filosofía alemana, la Revolución
francesa, el calvinismo y la economía clásica inglesa, el liberalismo laico y el
historicismo que se encuentra en la base de toda la concepción moderna de la
vida”. O sea, nada menos que desde el Renacimiento para aquí, un largo y secular
proceso que ofrece esta fruta madura, digámoslo así, del marxismo.
Especialmente Gramsci se remite al testimonio de Hegel,
adhiriendo sobre todo a aquella concatenación que el filósofo de Berlín
establece entre las actividades teoréticas y las prácticas. Como Uds. saben,
Hegel descubría un nexo entre el espíritu de la Revolución francesa y la
filosofía de Kant, Fichte y Schelling, o, como la llama Gramsci, la filosofía
clásica alemana, indicando que sólo dos pueblos, los alemanes y los franceses,
por opuestos que sean entre sí, o incluso por ser opuestos, tema caro a Hegel, a
su dialéctica, son los que intervinieron decisivamente en la instauración del
gran Evo Moderno, del espíritu moderno –expresión, calificativo al que con
frecuencia recurre Gramsci–, comenzado a fines del siglo XVIII y albores del
XIX.
El nuevo principio, el principio moderno, irrumpió en
Alemania –escribe Gramsci– como espíritu y concepto, mientras que en Francia se
desplegó como realidad efectiva. El alemán puso la idea, el francés la acción
política. Hay, entonces, una complementación de estas dos actividades, la
actividad política francesa y la actividad filosófica alemana, la cual ha sido
–dice Gramsci– recogida por los teóricos de la filosofía de la praxis.
Lo que debe quedar bien en claro es que la filosofía de la
praxis ha nacido de estos padres. Pero si quisiéramos ser más completos y
abarcar el entero pensamiento gramsciano en este tema de la genealogía del
marxismo, podríamos decir que son tres los padres, ya que, además de Alemania y
Francia, hemos de agregar a Inglaterra, con su nueva concepción de la economía.
La filosofía de la praxis, según Gramsci, ha nacido de la cultura representada
por la filosofía clásica alemana, por la literatura y práctica política
francesas, y por la economía clásica inglesa.
Así que las fuentes son tres: la economía liberal inglesa, la
filosofía idealista alemana y la política y literatura francesas. En el origen
de la filosofía de la praxis se encuentran, pues, estos tres movimientos
culturales. No que Gramsci afirme que cada uno de dichos movimientos haya
contribuido a elaborar, respectivamente, la economía, la filosofía y la política
de la filosofía de la praxis, sino que la filosofía de la praxis logró absorber
sistemáticamente los tres movimientos, o sea, la entera cultura de la primera
mitad del siglo XIX, a tal punto que, en la síntesis nueva, cualquiera sea el
momento en el cual se la examine, momento económico, momento teórico o momento
político, se encuentra, como momento preparatorio, uno de aquellos tres
movimientos.
El momento sintético unitario, Gramsci cree poder
identificarlo en el nuevo concepto de inmanencia, que para mí es el
término clave de la concepción gramsciana del marxismo. Como saben, la
inmanencia es lo contrario de la trascendencia, del hombre que está de paso en
la tierra hacia un más allá, hacia una tierra nueva, un cielo, etc.; la
inmanencia es la actitud del hombre que decide instalarse acá,
in-manere, permanecer-en, del hombre del paraíso en la tierra, que
diría Marx.
Para Gramsci la síntesis de la economía inglesa, la filosofía
alemana y la política francesa es la inmanencia. Tal es el denominador común, la
inmanencia, que partiendo de su forma especulativa, ofrecida por la filosofía
clásica alemana, se tradujo a una forma historicista con la ayuda de la economía
liberal inglesa y de la política francesa. Agudamente señala cómo aun los nuevos
cánones introducidos por la ciencia económica inglesa, no tienen tan sólo un
valor puramente instrumental sino también un significado de innovación
filosófico: el “homo oeconomicus” que inventa Inglaterra es un hombre
inmanente, es un hombre para la tierra; ese homo oeconomicus tiene
valor gnoseológico, implica una nueva concepción del mundo. Será, pues, preciso
investigar cómo la filosofía de la praxis ha logrado expresar, de manera
contundente, a partir de aquellas tres corrientes, la idea de inmanencia,
depurada de todo resto de trascendencia y de teología.
El gran proyecto del liberalismo está, para Gramsci, en el
origen del marxismo, si bien en él muere, desaparece. “Las afirmaciones del
liberalismo –escribe– son ideas-límite que, una vez reconocidas como
racionalmente necesarias, se convierten en ideas-fuerza, se han realizado en el
Estado burgués, han servido para suscitar la antítesis de ese Estado en el
proletariado y luego se han desgastado. Universales para la burguesía, no lo son
suficientemente para el proletariado. Para la burguesía eran ideas-límite, para
el proletariado son ideas-mínimo. Y, en efecto, el entero programa liberal se ha
convertido en programa mínimo del Partido Socialista”. Al burgués de la
revolución francesa lo sucede el proletario del marxismo
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