1/1/13

El Marxismo en el Proceso de la Modernidad




El primer aspecto en que me voy a detener es, a mi juicio, muy interesante y manifiesta el lugar del marxismo en el proceso de la “modernidad”, término que él mismo utiliza. Porque Gramsci piensa que el marxismo no es una especie de aerolito caído del cielo, que bruscamente intercede en la historia, sino la culminación de un largo y secular proceso, de un largo itinerario histórico y filosófico.

Así leemos en uno de sus escritos: “La filosofía de la praxis –nombre con el cual siempre menciona al marxismo– presupone todo ese pasado cultural, el renacimiento, la reforma, la filosofía alemana, la Revolución francesa, el calvinismo y la economía clásica inglesa, el liberalismo laico y el historicismo que se encuentra en la base de toda la concepción moderna de la vida”. O sea, nada menos que desde el Renacimiento para aquí, un largo y secular proceso que ofrece esta fruta madura, digámoslo así, del marxismo.

Especialmente Gramsci se remite al testimonio de Hegel, adhiriendo sobre todo a aquella concatenación que el filósofo de Berlín establece entre las actividades teoréticas y las prácticas. Como Uds. saben, Hegel descubría un nexo entre el espíritu de la Revolución francesa y la filosofía de Kant, Fichte y Schelling, o, como la llama Gramsci, la filosofía clásica alemana, indicando que sólo dos pueblos, los alemanes y los franceses, por opuestos que sean entre sí, o incluso por ser opuestos, tema caro a Hegel, a su dialéctica, son los que intervinieron decisivamente en la instauración del gran Evo Moderno, del espíritu moderno –expresión, calificativo al que con frecuencia recurre Gramsci–, comenzado a fines del siglo XVIII y albores del XIX.

El nuevo principio, el principio moderno, irrumpió en Alemania –escribe Gramsci– como espíritu y concepto, mientras que en Francia se desplegó como realidad efectiva. El alemán puso la idea, el francés la acción política. Hay, entonces, una complementación de estas dos actividades, la actividad política francesa y la actividad filosófica alemana, la cual ha sido –dice Gramsci– recogida por los teóricos de la filosofía de la praxis.

Lo que debe quedar bien en claro es que la filosofía de la praxis ha nacido de estos padres. Pero si quisiéramos ser más completos y abarcar el entero pensamiento gramsciano en este tema de la genealogía del marxismo, podríamos decir que son tres los padres, ya que, además de Alemania y Francia, hemos de agregar a Inglaterra, con su nueva concepción de la economía. La filosofía de la praxis, según Gramsci, ha nacido de la cultura representada por la filosofía clásica alemana, por la literatura y práctica política francesas, y por la economía clásica inglesa.

Así que las fuentes son tres: la economía liberal inglesa, la filosofía idealista alemana y la política y literatura francesas. En el origen de la filosofía de la praxis se encuentran, pues, estos tres movimientos culturales. No que Gramsci afirme que cada uno de dichos movimientos haya contribuido a elaborar, respectivamente, la economía, la filosofía y la política de la filosofía de la praxis, sino que la filosofía de la praxis logró absorber sistemáticamente los tres movimientos, o sea, la entera cultura de la primera mitad del siglo XIX, a tal punto que, en la síntesis nueva, cualquiera sea el momento en el cual se la examine, momento económico, momento teórico o momento político, se encuentra, como momento preparatorio, uno de aquellos tres movimientos.

El momento sintético unitario, Gramsci cree poder identificarlo en el nuevo concepto de inmanencia, que para mí es el término clave de la concepción gramsciana del marxismo. Como saben, la inmanencia es lo contrario de la trascendencia, del hombre que está de paso en la tierra hacia un más allá, hacia una tierra nueva, un cielo, etc.; la inmanencia es la actitud del hombre que decide instalarse acá, in-manere, permanecer-en, del hombre del paraíso en la tierra, que diría Marx.

Para Gramsci la síntesis de la economía inglesa, la filosofía alemana y la política francesa es la inmanencia. Tal es el denominador común, la inmanencia, que partiendo de su forma especulativa, ofrecida por la filosofía clásica alemana, se tradujo a una forma historicista con la ayuda de la economía liberal inglesa y de la política francesa. Agudamente señala cómo aun los nuevos cánones introducidos por la ciencia económica inglesa, no tienen tan sólo un valor puramente instrumental sino también un significado de innovación filosófico: el “homo oeconomicus” que inventa Inglaterra es un hombre inmanente, es un hombre para la tierra; ese homo oeconomicus tiene valor gnoseológico, implica una nueva concepción del mundo. Será, pues, preciso investigar cómo la filosofía de la praxis ha logrado expresar, de manera contundente, a partir de aquellas tres corrientes, la idea de inmanencia, depurada de todo resto de trascendencia y de teología.

El gran proyecto del liberalismo está, para Gramsci, en el origen del marxismo, si bien en él muere, desaparece. “Las afirmaciones del liberalismo –escribe– son ideas-límite que, una vez reconocidas como racionalmente necesarias, se convierten en ideas-fuerza, se han realizado en el Estado burgués, han servido para suscitar la antítesis de ese Estado en el proletariado y luego se han desgastado. Universales para la burguesía, no lo son suficientemente para el proletariado. Para la burguesía eran ideas-límite, para el proletariado son ideas-mínimo. Y, en efecto, el entero programa liberal se ha convertido en programa mínimo del Partido Socialista”. Al burgués de la revolución francesa lo sucede el proletario del marxismo

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