Artículo publicado el 01/07/2015 en el blog de "Church Militant" (www.churchmilitant.com), con motivo del reciente fallo de la Corte Suprema de Justicia de los EE.UU. que legalizó el sodomonio.
Traducción: Santiago Tognacca
Lo sucedido en Washington DC la semana pasada en la Suprema Corte ocurrió por una sola razón: ocurrió porque la jerarquía en los EE.UU. lo ha permitido. Los obispos de Estados Unidos – los del pasado y los actuales – deben dar la cara y hacerse cargo de este desastre.
Fueron las generaciones pasadas y presentes, de los así llamados líderes, quienes guiaron a los fieles por sobre el acantilado al consentir que la sub-cultura homosexual – que es más una cultura dominante que una sub-cultura – floreciera dentro de la Iglesia por décadas.
La sociedad se volvió gay, primero culturalmente y luego legalmente, pero no antes que la Iglesia en Su liderazgo hubiera desmalezado el camino. La cultura se tornó homosexual porque el clero se hizo homosexual en primer lugar.
Muchos obispos y cargamentos de sacerdotes han sabido por años acerca de la dominación de la así llamada mafia gay en la Iglesia. Incluso el Papa Francisco se refirió a ella poco después de su elección.
Conocimos bien el caso de Rembert Weakland, arzobispo de Milwaukee, quien fue chantajeado por su amante gay por medio millón de dólares y fue en última instancia traicionado por él de todas maneras. O el Cardenal Joseph Bernardin de Chicago bajo cuya tutela el clero homosexual anduvo suelto en la Ciudad de los Vientos – y todavía lo hace. Incluso ha permitido al Coro de Hombres Gay de Chicago cantar en su misa matutina. Además, hay cantidad de otros obispos que permiten o instituyen misas gay, clubs gay, grupos sociales gay por todas sus diócesis, todo en el nombre de la “compasión” y la “misericordia”.
En rigor de verdad, esto es porque tantos de ellos o son homosexuales, o apoyan la agenda gay, o son amigables a la causa por varias razones. Obispo tras obispo han hecho la vista gorda al reclutamiento de hombres homosexuales activos en los seminarios, como ha sucedido en la arquidiócesis de Miami, bajo el Arzobispo John Favalora.
Sacerdotes homosexuales poblaron las parroquias, seminarios y casas de formación por décadas, y la jerarquía norteamericana ha hecho nada – salvo que una demanda legal estuviera de por medio de vez en cuando si a alguno del cargamento de homosexuales ordenados se le ocurría ir muy lejos y violar a un monaguillo.
Incluso hasta la fecha, múltiples diócesis y arquidiócesis todavía cuentan con misas gay dadas por sacerdotes amigables a la causa a una audiencia exclusivamente homosexual. Esto va más allá del escándalo. Las personas que van a esas misas no aceptan las enseñanzas de la Iglesia. Se burlan de ellas, las ignoran y trabajan para cercenarlas.
Pero más allá del escándalo está la aún más amplia realidad de que estos mismos sacerdotes son soltados sobre fieles e insospechados católicos en parroquias de todos lados (cuando no están atendiendo a sus chicos fanáticos homosexuales o en bares gay). Predican el error desde los púlpitos o, en muchos casos, homilías tan confusas o ambiguas que hubiera sido mejor que no dijeran nada. Introducen el desconcierto en las almas a través de la confesión, diciéndoles que el pecado no es pecado, y aconsejándolos en mentiras y engaños que destruyen su fe.
Han estado por años, en cada oportunidad, preparando a los católicos para aceptar la homosexualidad como una realidad bienvenida cuyo pecado debe ser desestimado. Esto fue mostrado claramente en el Sínodo de Roma el año pasado. No es accidente que todos los grupos religiosos en Norteamérica, encuesta tras encuesta mostraban a los católicos liderando el apoyo al matrimonio homosexual.
Por supuesto que lo lideran. Ellos tienen un número desproporcionadamente grande de clérigos que son homosexuales activos corrompiendo la fe de los laicos. Aquellos que no participan activamente en la corrupción de las almas lo hacen con su silencio, y todos ellos serán detenidos para rendir cuentas por Dios Todopoderoso por causa de sus pecados, que claman al Cielo por venganza.
No se equivoquen – lo que sucedió durante el Viernes Negro la semana pasada en la Corte Suprema tiene las huellas dactilares del clero católico por todos lados – y es por ello que los católicos debemos poner contención alrededor de este mal que emana de tantas cancillerías corruptas o indiferentes y sus personales.
Los católicos fueron engañados y traicionados por muchos de sus pastores, y ha llegado el momento de decirlo abiertamente y hacer algo al respecto. Las glorias de la fe han sido negadas o hechas a un lado por mucho tiempo, y es tiempo de que los católicos recurran a fuentes fidedignas para la fe, que repitan el Magisterio y la Tradición de la Fe – no que escuchen a los destructores gay de la fe y sus secuaces en la Iglesia.
Allí dónde un fiel sacerdote u obispo hablan, deben ser apoyados y seguidos – pero muchos líderes se han entregado a lo diabólico y hablan en términos confusos, inciertos y oscuros.
Les aprovecharía más que una gran piedra de molino les fuese atada al cuello y los arrojaran al mar. Incluso entre obispos y cardenales uno escucha este tipo de conversaciones: Muchos de sus hermanos obispos han traicionado la Fe y están llevando las almas al infierno.
Aquel desastre en Washington, D.C. durante la semana pasada fue la consumación de décadas de católicos siendo ablandados y siendo quitados del juego, puestos a un lado y removidos como soldados de la Iglesia Militante, por el clero sodomita. Ningún católico fiel puede sentarse y tolerar estos horrores un poco más.
Los sacerdotes y obispos homosexuales – tal y como lidió San Pedro Damián en Roma con ellos – deben ser confrontados y sus errores y maldades repelidas y expuestas. Están destruyendo la Iglesia, y esto está destruyendo la cultura porque sólo la Iglesia puede combatir el mal efectivamente.
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