En la generalidad de los países hispanoamericanos, cada 12 de octubre coincide con la conmemoración del acontecimiento fundacional que supuso el tradicionalmente llamado “descubrimiento de América”, acaecido un día como este del año 1492, cuando, después de más de dos meses de travesía, las naves capitaneadas por el almirante genovés Cristóbal Colón (Chistophorus Colombus, es decir, “el que porta a Cristo”) arribaron a tierra firme en la isla de Guanahaní, hoy parte de islas Bahamas, pronto bautizada como San Salvador.
No hace al propósito esencial de este breve artículo terciar en sutiles cuestiones históricas que aún hoy son objeto de debate, mas sí desmentir un buen número de tesis que, con la apariencia de rigor científico, no buscan sino disimular intereses ideológicos que sesgan completamente los resultados de la investigación, a la vez que mancillan la memoria de la ímproba labor de tantos conquistadores y evangelizadores. Y en primer lugar, la que se refiere al objetivo del viaje del descubrimiento, que no fue el de obtener especias con que halagar el paladar de los europeos, ni mucho menos la sola consecución de riquezas materiales. Por el contrario, si bien es cierto que la meta inicial de la expedición era la arribar a las Indias orientales navegando hacia el oeste, su finalidad era asimismo la de obtener las riquezas necesarias para financiar la nueva Cruzada convocada por el papa Nicolás V, con motivo de la caída de Constantinopla en manos de los turcos, el año 1453.
Este último elemento señalado, por lo demás, nos brinda la clave para comprender no solo el auténtico carácter del viaje emprendido, sino también el posterior desarrollo de los acontecimientos. En efecto, se trata de poner de relieve el factor religioso y espiritual, y reconocer la importancia capital con que gravitó sobre el ánimo de los tripulantes, Colón en primer lugar. Es sintomático a este respecto el hecho del bautismo inmediato de las tierras descubiertas, como antes lo señalamos.
El 12 de octubre de 1492 marca el inicio de una nueva época de la historia, ciertamente, y supone el nacimiento de América en su condición de tal, cuya existencia no puede siquiera concebirse sin la gesta llevada a cabo en nuestras tierras por España, ante todo, aunque también Portugal hizo su parte. Es verdad que la misma no estuvo exenta de sombras y fisuras, algunas incluso bastante graves, aunque apenas era de esperarse que ello fuera de otro modo en una empresa humana de semejantes dimensiones.
Ahora bien, no es menos cierto que los abusos aludidos, de ningún modo justificables, nunca respondieron empero a una perversión sistemática de la campaña, sino exclusivamente a la actuación particular de los involucrados en cuestión, que fue a la sazón severamente censurada por las figuras más conspicuas, tanto religiosas como políticas. Prueba de ello es el sostenido esfuerzo que coaligó a reyes y pastores de la Iglesia, reflejado en la legislación de la época, en orden a obtener para los habitantes de estas tierras el tratamiento más justo posible. Es por ello que elegimos como título de nuestro comentario el de “Defensa de la Hispanidad”, reconociendo de ese modo el inestimable valor de la herencia recibida de la Madre Patria y los estrechos vínculos con que permanecemos unidos a ella para siempre.
La conmemoración de esta fecha se celebra en nuestro continente desde principios del siglo XX, habiéndose elegido inicialmente el nombre de “Día de la Raza”; en nuestro país fue el presidente Hipólito Yrigoyen quien lo declaró fiesta nacional en 1917. En nuestros días, sin embargo, se ha manipulado el auténtico significado de la efeméride de marras, y viéndose ello reflejado en el cambio de nombre de la misma, que ha venido a llamarse, en nuestro país por ejemplo, “Día del respeto a la diversidad cultural”, aunque el resentimiento ideológico sea más patente en aberraciones como “Día de la resistencia indígena”, tal como se la ha rebautizado en Nicaragua y Venezuela. En todo caso, la matriz común a estas distintas denominaciones está dada por la influencia del pensamiento marxista en su particular modalidad del indigenismo, coherente en el desprecio por todo lo que huela a tradición hispánica.
Esta circunstancia particular que se vive en la actualidad del continente latinoamericano es la que amerita un reconocimiento especial de nuestra parte, aprovechando la ocasión que nos brinda para ello la celebración litúrgica de Nuestra Señora del Pilar, madre común de España y del pueblo de América. A Ella nos encomendamos.
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