12/10/16

EXTREMOS


Por José Luis Muñoz Azpiri (h)

Todo lo que es exagerado es insignificante
Charles Maurice de Talleyrand

La Argentina es un país de extremos, en un suspiro pasamos de desmantelar el monumento a Colón a pedirle disculpas al abdicado Rey (ya en Retiro Efectivo) por declarar la independencia en el exacto día que se conmemoraba el bicentenario de su nacimiento como nación independiente. Un país que sin solución de continuidad viró de un altisonante y provocador antiimperialismo de sobremesa a un realismo y pragmatismo que suena más a la resignación de la derrota o la conveniencia colaboracionista de los traidores y perduellis, que en estas pampas solemos denominar como “cipayos”. No obstante, se porfía sin solución de continuidad, en recitar el mantra de la Leyenda Negra, acompañado por carnestolendas de supuestos integrantes y representantes de los “pueblos originarios” que han surgido en las últimas décadas como una lluvia de meteoritos, por su número y por su súbita aparición en una sociedad donde siempre se los consideró “criollos”.

Esta novedosa etimología fantástica que últimamente de impone con singular rigor, nos tiene particularmente hartos. La definición “políticamente correcta” de “pueblos originarios, implica un contrasentido, dado que según los iletrados que la utilizan (que van desde las más altas magistraturas hasta los militantes del común), aborigen significaría “sin origen”. Ab es preposición latina que significa “desde”, es decir,aborigen es el que está desde los orígenes, ya sean habitantes, plantas o animales. Las llamas eran aborígenes, pero las vacas no, por ejemplo.

Los romanos llamaban aborígenes a los primeros habitantes, prerromanos, de Italia y consideraban esta palabra equivalente a indigenae (etimológicamente “nacidos u originarios del lugar”) y al griego autóchthones (”de la tierra misma”). Ahora se les ha dado por hablar de pueblos originarios, creo que por “corrección política”, de la misma forma que el eufemismo de “matrimonio igualitario” para parejas del mismo sexo, o “carenciado social” para las personas en situación de marginalidad, pues no entienden que significa aborigen y les parece que indígena tiene una connotación despectiva (lo relacionan erróneamente con indio, palabra que etimológicamente no tiene nada que ver). Y como suele suceder en estos casos, el remedio es peor que la enfermedad, porque el adjetivo originario necesita una indicación del lugar, y los inmigrantes y sus descendientes también son originarios de un lugar, aunque el lugar sea otro.

Pero la insistencia en su utilización no responde solo a un criterio equivocado, a un moda pasajera o a la frívola necesidad de aparentar ser novedosos (costumbre bastante extendida en ciertos escribas e intelectuales avante la lettre de las orillas del Plata), sino que reconoce un origen más remoto. Destacaba Fermín Chávez, cuya fisonomía distaba mucho de ser la de los personajes del Conde de Gobineau que “En la primera mitad de 1825 llegó a México un yanqui cuarentón, oriundo de Carolina del Sur, nombrado primer embajador estadounidense ante la República hacía dos años proclamada. Se llamaba Joel Roberts Poinsett y tendría mucho que hacer en el flamante Estado. No bien llegó se dedicó a crear logias nuevas, afiliadas al rito masónico de York, para oponer a las probritánicas existentes. Pero el acto más llamativo del diplomático tuvo lugar durante la primera recepción que ofreció en su Embajada, hizo colocar en un extremo del salón el retrato de Moctezuma. Y a partir de allí dicho agente fue alentando el indigenismo como impulso e política antihispánica y anticatólico, con el fin de ocupar ideológicamente el espacio cultural vacío que la ruptura de la continuidad histórica provocaría.”

La inteligencia anglosajona y protestante (la misma que hoy opera desde la CIA y ciertas ONGs europeas) había hallado una tesis adecuada que jamás abandonaría hasta el presente ¿Fue un hallazgo y una originalidad? En modo alguno, la “Leyenda Negra” fue concebida como una serie de leyendas, manipulaciones y medias verdades sobre la historia de España. En su versión más extrema – que en los últimos tiempos y en particular en la península Ibérica por esa aberración de llamar “Nacionalismos” a particularismos sin consistencia histórica – la leyenda ve a los españoles, principalmente a los castellanos y a veces por extensión a los hispanos en general, como fanáticos religiosos crueles y sin escrúpulos y como oscurantistas contrarios a la ilustración, a las ciencias y a la verdad. En principio fue una reacción al poder imperial español del siglo XVI y a la amenaza que representaba para las demás naciones europeas, sobre todo Gran Bretaña. Lo que distingue a la Leyenda Negra de otras – larga es la historia de la infamia – es tanto su extensión e influencia como su persistencia en el tiempo. Una leyenda que, curiosamente, no es imputada – o si lo es, atenuadamente – a Portugal, nación católica también, pero que nunca fue fuente de debate enardecido como su vecina en la península. En Portugal actuó la inquisición, también fueron expulsados los judíos, la esclavitud fue más importante que en las colonias españolas, hubo conquistadores violentos como Alfonso de Albuquerque y gobernantes brutales como Men de Sá. La única explicación que encontramos a esta suerte de memoria histórica hemipléjica es la larga amistad, por no decir alianza, entre los ingleses y lusitanos, contubernio que se hizo evidente en el siglo XX en el enfrentamiento entre las naciones “autoritarias” (Alemania, Italia, España) con las “democráticas o parlamentarias” (Gran Bretaña, Francia) mientras Portugal, gobernado férreamente por Antonio Oliveira Salazar, permaneció en un limbo hasta la denominada “Revolución de los Claveles”.


La tesis tuvo fortuna en el México de Benito Juárez y de los liberales que hicieron suya la estrategia “poinsetista”, y después también en el México de la Revolución, en su etapa final, con burgueses progresistas de la talla de un Diego Rivera, cuyos murales bajan línea anticolonial y antiespañola, pero no antianglosajona, puesto que en ellos el imperialismo yanqui prácticamente desaparece. Y es coherente, si nos atenemos a los criterios de su maestro y profeta político:

“En América hemos presenciado la conquista de México, la que nos ha complacido. Constituye un progreso, también, que un país ocupado hasta el presente exclusivamente de sí mismo, desgarrado por perpetuas guerras civiles e impedido de todo desarrollo, un país que en el mejor de los casos estaba a punto de caer en el vasallaje industrial de Inglaterra, que un país semejante sea lanzado por la violencia al movimiento histórico. Es en interés de su propio desarrollo que México estará en el futuro bajo la tutela de los Estados Unidos. Es en interés del desarrollo de toda América que los Estados Unidos, mediante la ocupación de California, obtienen el predominio sobre el Océano Pacífico”. [Engels. Del artículo “Die Bewegungen von 1847”, publicado el 23 de enero de 1848 en la Deutsche Brüsseler Zeitung. MEW, t. IV, p. 501.] Tomado de Karl Marx, Friedrich Engels, Materiales para la historia de América Latina, Cuadernos Pasado y Presente, Siglo XXI Editores, 1980, pp. 183-184.

“¿O acaso es una desgracia que la magnífica California haya sido arrancada a los perezosos mexicanos, que no sabían qué hacer con ella? ; ¿lo es que los enérgicos yanquis, mediante la rápida explotación de las minas de oro que existen allí, aumenten los medios de circulación, concentren en la costa más apropiada de ese apacible océano, en pocos años, una densa población y un activo comercio, creen grandes ciudades, establezcan líneas de barcos de vapor, tiendan un ferrocarril desde Nueva York a San Francisco, abran en realidad por primera vez el Océano Pacífico a la civilización y, por tercera vez en la historia, impriman una nueva orientación al comercio mundial? La “independencia” de algunos españoles en California y Tejas sufrirá con ello, tal vez; la “justicia” y otros principios morales quizás sean vulnerados aquí y allá, ¿pero, qué importa esto frente a tales hechos histórico-universales?”.[Engels. De la primera parte del artículo “Der demokratische Pauslawismus”, publicada el 15 de febrero de 1849 en la Neue Rheinische Zeitung MEW, t. VI, p, 273-274.] Tomado de Karl Marx, Friedrich Engels, Materiales para la historia de América Latina, Cuadernos Pasado y Presente, Siglo XXI Editores, 1980, pp. 189-190.

“Así terminaron, por ahora y muy probablemente para siempre, las tentativas de los eslavos de Alemania para recobrar una existencia nacional independiente. Restos dispersos de numerosas naciones cuya nacionalidad y vitalidad política estaban agotadas desde tiempo atrás y que, por ello, se habían visto obligadas, durante casi un milenio, a seguir las huellas de una nación más poderosa que los había conquistado —tal como los galeses en Inglaterra, los vascos en España, los bajo-bretones en Francia y en un período más reciente los criollos españoles y franceses en las partes de Norteamérica ocupadas por la raza angloamericana— esas nacionalidades agonizantes, los bohemos, carintios, dálmatas, etc., habían intentado aprovechar la confusión universal de 1848 para restablecer su status quo político del Anno Domini 800. La historia de un milenio tendría que haberles mostrado que una regresión tal era imposible, que si bien todo el territorio al este del Elba y del Saale había estado otrora ocupado por eslavos vinculados entre sí, ello sólo demuestra la tendencia de la historia y al mismo tiempo la capacidad física e intelectual de la nación alemana para someter, absorber y asimilar a sus viejos vecinos orientales; que esta tendencia de los alemanes a la absorción constituyó siempre, y constituía aún, uno de los más poderosos medios de propagar la civilización de Europa Occidental en el este del mismo continente; que esta tendencia sólo se detendría cuando el proceso de germanización hubiera alcanzado los confines de naciones grandes, compactas e incólumes, capaces de una vida nacional independiente, tal como los húngaros y, hasta cierto punto, los polacos; y que por lo tanto el destino natural e ineluctable de estas naciones moribundas era dejar que se consumara ese proceso de disolución y absorción por vecinos más poderosos que ellas”. [Engels y Marx. Del artículo de la serie Germany -Revolution and Counter-Revolution, publicado el 24 de abril de 1852 en The New-York Daily Tribune. Traducido del original inglés, que tornamos de F. Engels, The German Revolutions, University of Chicago Press, 1967, p. 209-210.] Tomado de Karl Marx, Friedrich Engels, Materiales para la historia de América Latina, Cuadernos Pasado y Presente, Siglo XXI Editores, 1980, pp. 199-200.

“Anteayer recibí por fin los dos tomos de la Mexican War de Ripley , aproximadamente 1.200 páginas, de gran formato. Ripley me parece a mí — por lo tanto opinión puramente profana— haberse formado plus ou moins tras las huellas de Napier como historiador militar. El libro es sensato y, a mi juicio, no carece de sentido crítico. Dana seguramente no lo ha leído. Si lo hubiera hecho, habría visto que su héroe, el general Scott, by no means neither como comandante en jefe ni como gentleman, aparece bajo una luz favorable. Me interesa especialmente esta historia, porque hace poco he leído en Antonio de Solís, Conquista de México, la campaña de Fernando Cortez. Se puede realizar comparaciones muy interesantes entre las dos conquistas’. Por otra parte, aunque los comandantes en jefe —Taylor 200 tanto como Scott— me resultan muy mediocres, toda la guerra constituye seguramente una digna obertura para la historia bélica de la gran Yanquilandia”. De Marx a Engels, 30 de noviembre de 1854, tomado de Karl Marx, Friedrich Engels, Materiales para la historia de América Latina, Cuadernos Pasado y Presente, Siglo XXI Editores, 1980, p. 201.

“Los españoles están completamente degenerados. Pero, con todo, un español degenerado, un mexicano, constituye un ideal. Todos los vicios, la fanfarronería, bravuconería y donquijotismo de los españoles a la tercera potencia, pero de ninguna manera lo sólido que éstos poseen. La guerra mexicana de guerrillas, una caricatura de la española, y aun las huidas de los regular armies infinitamente superiores. En esto, empero, los españoles no han producido ningún talento como el de Santa Anna“. De Marx a Engels, 2 de diciembre de 1854, tomado de Karl Marx, Friedrich Engels, Materiales para la historia de América Latina, Cuadernos Pasado y Presente, Siglo XXI Editores, 1980, p. 201.

Opiniones sin duda impiadosas, inflamadas del etnocentrismo y racismo que cierta izquierda tarada dice combatir y que autores como Eduardo Galeano (que adjuró de su obra poco antes de su muerte) no mencionan. Parecería que fueron españoles los cazadores de cabelleras que saboreaban el refrán: “The best indian in the dead indian”.

No hace mucho, en vísperas del V Centenario, un grupo de diputados (algunos de ellos ya fallecidos) encabezados por Roberto Digón y secundados por Rabanaque Caballero, Riutort de Flores, Spila, Arabolaza, entre otros, pidieron al Poder Ejecutivo que se declare el día 11 de octubre como el Día de la Soberanía de América Latina y el Caribe, por representar éste “el último día de la libertad y soberanía de los originarios habitantes de nuestro continente”. Los diputados sostenían que la llegada de los españoles a América inició una etapa histórica signada por la destrucción el saqueo y las matanzas. A tal punto fue así, aseguraban, que los “70 millones y quizás más” de aborígenes que vivían aquí “ya en los primeros años de esta cruzada civilizatoria, la población hubiera quedado reducida a un 25 por ciento” Cifras que serían envidiadas por los “SS” del Tercer Reich., ya que significaba 2.877 muertos por día, 120 por hora, dos por minuto, uno cada treinta minutos.

Al margen de opiniones de antropólogos como el desparecido Darcy Ribeiro, autor de una obra cardinal como “Las Américas y la civilización”, que sostenía que la población americana, al descubrimiento no superaba los ocho millones de aborígenes, y al margen también de la extensa bibliografía norteamericana y hasta inglesa sobre los orígenes de la “Leyenda Negra” elaborada por los estrategas británicos para fomentar el pánico que favoreciera su expansión ultramarina, los ilustrados “tribunos de la plebe” argentinos entendían que el desembarco de Cristóbal Colón significó un cubrimiento de la auténtica historia americana, el inicio de una era de oprobio. Así, sostenían que “el conquistador trajo una cultura que le otorgará a su acto de avasallamiento una justificación en la superestructura legitimándolo en el plano institucional.”.

En este espíritu, Día del Respeto a la Diversidad Cultural es el nombre que recibe en Argentina el 12 de octubre, (anteriormente denominado “Día de la Raza“), a partir del Decreto Presidencial 1584/2010 publicado el 3 de noviembre de 2010, firmado por Cristina Fernández de Kirchner.

Dentro de las consideraciones tomadas, se destaca un extracto del citado decreto el cual expresa:

“[…] asimismo, se modifica la denominación del feriado del día 12 de octubre, dotando a dicha fecha de un significado acorde al valor que asigna nuestra Constitución Nacional y diversos tratados y declaraciones de derechos humanos a la diversidad étnica y cultural de todos los pueblos.”

A todas luces un concepto ambiguo, que pretende ser objetivo y no lo es y obedece a los imperativos con la que cierta propaganda subliminal y también explícita pretende minar los cimientos de nuestra identidad.

Dice el chileno Pedro Godoy P., profesor universitario y miembro del Centro de Estudios Chilenos Cedech La conmemoración reflota la fobia antihispana y, de yapa, pro indígena. De fuera vienen los invasores y los explotadores. Hoy la moda es posar de indigenista y, en consecuencia, mirar la fecha como maldición. Lo cierto, no somos conquistadores ni conquistados. Sin embargo, quienes con más entusiasmo agitan aquellas banderolas de odio y amor son los mestizos. Hasta esa tipificación los pone sobre ascuas. Se saben no aborígenes, sin embargo, repudian a quienes -a partir de la hazaña colombina- fundan Hispanoamérica. No quieren ser lo que son. Padecen de crisis de identidad. Creen que nuestra historia comienza en 1810. Las minorías amerindias son el 5% de nuestra America. Eso de pueblos originarios es otro error: los hijos de la mezcla somos también originarios. Constituimos la mayoría étnica con 500 millones. No es nostalgia virreinal y tampoco indolatría, sino asumir el mestizaje. No somos españoles. Tampoco amerindios, sino -como lo advierte Bolívar “ un pequeño género humano mixto“.

El izquierdista o liberal proanglosajon, mononeuronal y binario, rechazará siempre este planteo. Necesita una cosmovisión de opuestos, que haga más fácil su comprensión de lo complejo e impredecible: la historia como expresión máxima de la existencia humana. sí, en este espíritu, buscará héroes y villanos, absolutos e incomovibles, sin posibilidad de evolución, conversión o, incluso regresión. Necesita un molde fijo, imperturbable y eterno, como su ideología, que le resuelva todo que le facilite las tareas para las cuales está negado como el pensamiento y la reflexión. pero, fundamentalmente, necesita las herramientas para distraer y justificar la cobardía de su trayectoria política, la felonía de su acción, la mendacidad de sus dichos, la obscenidad de su ambición, la voracidad de fortuna (ajena) maquillada de altruismo, solidaridad y “revolución”

Pensamos que estas clase de desatino obedecían tan solo a una pandemia de “meningitis cultural” iberoamericana, pero no salimos de nuestro asombro cuando una amiga española acaba de comunicarnos que la estatua de Cristóbal Colón de la Plaza de Barcelona será removida “porque la alcaldesa del lugar ha propuesto cambiarla por la estatua de un indígena, como si a la idiota esa le importase algo más que poner su culo nacionalista burgués en un asiento remunerado.” Es decir, se intenta balcanizar a España con el mismo mecanismo con que se pretende desmantelar los ya de por si fallidos Estados Nacionales Iberoamericanos.

De España copiamos la manía de crear banderitas de comunidades inexistentes, de fundar una Vexilología más propia de las novelas de Tolkien que de la crónica histórica. De América han importado ellos esta suerte de iconoclastia barata de la “Desmonumentación” (por usar una suerte de neologismo) para desarmar la estructura identitaria que cohesiona a las comunidades. Y todo utilizando soportes teóricos que lejos de ser genuinos están sedimentados en interpretaciones imaginativas, capciosas o directamente ridículas con las que ciertos traficantes de emociones lucran en base a los funerales del indio desaparecido.

El gaucho Fermín Chávez solía referirse a ellos con la sorna y picardía de un Viejo Vizcacha:

"Miro – gracias a nuestra Biblioteca Nacional – el “Manifiesto of de Communist Party”, de Marx y Engels, edición de 1888 anotada por Engels, y velay, leo horrorizado: El descubrimiento de América y circunnavegación del Cabo…” (The Discovery of America, the rouding of the Cape…”)

Estos bárbaros tampoco se acordaron de Moctezuma, ni de los demás de este lado del charco, que no tuvimos la suerte de “descubrir” al Viejo Mundo y hacer que Marx y Engels hablaran por lo menos el Ki- ché. Y que al final leyéramos no el Manifiesto de 1848, sino el Popol Vuh, salvado, a la final por un invasor casi olvidado: el dominico fray Francisco Jiménez”.

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