22/7/14

EL CREDO COMENTADO POR SANTO TOMÁS DE AQUINO - ARTÍCULO 8


Creo en el Espíritu Santo.


99. Como ya se dijo, el Verbo de Dios es el Hijo de Dios, así como el verbo del hombre es una concepción de su inteligencia. Pero a veces sucede que el verbo del hombre es un verbo muerto, como cuando el hombre piensa lo que debe hacer, pero sin tener la voluntad realizarlo; y de manera semejante, cuando el hombre tiene fe pero no obra, se dice que su fe está muerta, según leemos en Santiago: Así como el cuerpo sin alma está muerto, así la fe sin obras está muerta (2, 26). En cambio el Verbo de Dios es siempre vivo, como se lee en la Epístola a los Hebreos: Ciertamente, es viva la palabra de Dios (4, 12); por lo cual necesariamente Dios tiene en sí voluntad y amor. San Agustín así lo afirma en su obra sobre la Santísima Trinidad: "El Verbo del que tratamos de dar una idea es un conocimiento acompañado de amor". Pues bien, así como el Verbo de Dios es el Hijo de Dios, así el Amor de Dios es el Espíritu Santo. De donde se sigue que el hombre posee al Espíritu Santo cuando ama a Dios. Escribe el Apóstol a los Romanos: El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (5, 5).
   
100. Hubo algunos cuya doctrina sobre el Espíritu Santo fue completamente errónea. Afirmaban, en efecto, que el Espíritu Santo era una creatura, que era inferior al Padre y al Hijo, y que era esclavo y servidor de Dios. 

Para refutar tales errores, los Padres agregaron en otro Símbolo CINCO expresiones relativas al Espíritu Santo.

101. La PRIMERA es: Creo en el Espíritu Santo "SEÑOR". Porque aun cuando existen otros espíritus, a saber, los ángeles, éstos son, sin embargo, servidores de Dios, conforme a las palabras de la Escritura: Los ángeles son todos espíritus destinados a servir (Hebr. 1, 14); en cambio el Espíritu Santo es SEÑOR. En efecto, Jesús dijo a la samaritana: El Espíritu es Dios (Jo. 4, 24), y el Apóstol: El Espíritu es Señor (2 Cor. 3, 17); por lo que San Pablo agrega que donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad (cf. 2 Cor. 3, 17). Y la razón de ello es que nos hace amar a Dios, y quita de nuestro corazón el amor del mundo.

102. La SEGUNDA es: Creo en el Espíritu Santo "VIVIFICADOR". En efecto, la vida del alma consiste en su unión con Dios, puesto que Dios mismo es la vida del alma, así como el alma es la vida del cuerpo. Ahora bien, el que une a Dios por el amor es el Espíritu Santo, porque Él mismo es el Amor de Dios, y por eso vivifica, como lo enseña el mismo Jesús: El Espíritu es el que vivifica (Jo. 6, 64).

103. La TERCERA es: Creo en el Espíritu Santo "QUE PROCEDE DEL PADRE Y DEL HIJO". En efecto, el Espíritu Santo es de la misma substancia que el Padre y el Hijo; porque así como el Hijo es el Verbo del Padre, así el Espíritu Santo es el Amor del Padre y del Hijo, y por lo mismo procede del uno y del otro; y así como el Verbo de Dios es de la misma substancia que el Padre, de igual manera el Amor es de la misma substancia que el Padre y el Hijo. También por esto se muestra que no es creatura. 

104. La CUARTA es: Creo en el Espíritu Santo "QUE CON EL PADRE Y EL HIJO RECIBE UNA MISMA ADORACIÓN Y GLORIA". Porque debemos al Espíritu Santo el mismo culto que al Padre y al Hijo. En efecto, dijo el Señor: Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y Verdad (Jo. 4, 23). Y antes de subir al cielo dijo a sus discípulos: Enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt. 28, 29).

1o5. La QUINTA es: Creo en el Espíritu Santo "QUE HABLÓ POR LOS PROFETAS". Lo que muestra que el Espíritu Santo es igual a Dios es que los santos Profetas hablaron movidos por Dios. Es evidente que si el Espíritu no fuese Dios, no se diría que los Profetas hablaron movidos por Él. Y eso, precisamente, es lo que afirma San Pedro: Inspirados por el Espíritu Santo han hablado los santos hombres de Dios (2 Pe. 1, 21), e Isaías declara: El Señor Dios y su Espíritu me han enviado (48, 16).

106. Con esta última afirmación se rebaten dos errores. Ante todo, el error de los Maniqueos, los cuales dijeron que el Antiguo Testamento no era de Dios, lo cual es falso, porque por los profetas habló el Espíritu Santo. Y también el error de Priscila y de Montano, los cuales dijeron que los Profetas no hablaron movidos por el Espíritu Santo, sino como dementes.

107. El Espíritu Santo produce en nosotros FRUTOS múltiples.

En PRIMER lugar, nos purifica de los pecados. La razón es que a quien hace una cosa le corresponde rehacerla. Ahora bien, el Espíritu Santo es el que ha creado el alma del hombre. En efecto, por su Espíritu hace Dios todas las cosas, porque Dios al amar su propia bondad produce todo lo que existe. Amas todo lo que existe -dice el Libro de la Sabiduría- y nada de lo que hiciste aborreces (Sab. 11, 25); y Dionisio escribe en el cap. 4 de Los Nombres divinos: "El amor divino no le permitió ser infecundo".

Conviene, pues, que sea el Espíritu Santo quien rehaga el corazón del hombre destruido por el pecado. Por eso el Salmista se dirigía a Dios diciendo: Envía tu Espíritu y serán creados, y renovarás la faz de la tierra (Ps. 103, 30). Ni es de admirar que el Espíritu purifique, porque todos los pecados se perdonan por el amor, según aquellas palabras del Señor referentes a la pecadora: Sus numerosos pecados le han sido perdonados porque amó mucho (Lc. 7, 47). Algo semejante leemos en el Libro de los Proverbios: El amor cubre todas las faltas (10, 12); enseñanza que retoma San Pedro: El amor cubre la multitud de los pecados (1 Pe. 4, 8).  

108. En SEGUNDO lugar, el Espíritu Santo ilumina nuestro entendimiento, porque todo lo que sabemos lo sabemos por el Espíritu Santo, según aquellas palabras de Jesús: El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo, y os recordará cuantas cosas os tengo dichas (Jo. 14, 26). Y San Juan, hablando del mismo Espíritu, dice: Su unción os enseñará acerca de todas las cosas (1 Jo. 2, 27).

109. En TERCER lugar, el Espíritu Santo nos ayuda y en cierta manera nos obliga a guardar los mandamientos. Porque nadie podría guardar los mandamientos de Dios si no amara a Dios, según aquello que dijo Cristo: Si alguno me ama guardará mi palabra (Jo. 14, 23). Pues bien, el Espíritu Santo nos hace amar a Dios, por lo cual nos ayuda. Dice el Señor en la Escritura: Yo os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne; y pondré mi Espíritu dentro de vosotros; y haré que caminéis según mis preceptos, y observéis mis juicios y los pongáis en práctica (Ez. 36, 26).

110. En CUARTO lugar, el Espíritu Santo confirma nuestra esperanza de la vida eterna, porque Él es como la prenda de su herencia, según aquello que dice el Apóstol a los Efesios: Habéis sido sellado con el Espíritu Santo prometido, que es la prenda de nuestra herencia (1, 13-14). En efecto, el Espíritu Santo es como las arras de la vida eterna. La razón de ello es que la vida eterna le es debida al hombre en cuanto se hace semejante a Cristo; ahora bien, el hombre se hace semejante a Cristo por la posesión del Espíritu de Cristo, que es el Espíritu Santo. Escribe el Apóstol a los Romanos: No habéis recibido un espíritu de servidumbre para recaer en el temor, sino que recibisteis el Espíritu de adopción de los hijos que nos hace exclamar: ¡Abba, Padre! Porque el mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios (8, 15-16); y a los Gálatas: Porque sois hijos de Dios, ha enviado Dios a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: Abba, Padre (4, 6).

111. En QUINTO lugar, el espíritu Santo nos aconseja en nuestras dudas y nos enseña cuál es la voluntad de Dios. Dice la Escritura: El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias (Ap, 2, 7); y en otro lugar: Lo escucharé como a un Maestro (Is. 1, 4). 

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