A esta altura, ya todos conocemos el suceso acaecido semanas atrás en la
catedral de La Plata, cuando un grupo de individuos ingresó al templo mayor de
la ciudad para la filmación de un video musical, en el que una mujer (la
“artista”, digamos), realiza junto a su compañero/a gestos degradantes e
injuriosos, alusivos, desde luego, a las realidades sagradas. El escandaloso
video, como lo señaló en su homilía de Corpus Christi el
arzobispo platense, Mons. Aguer, estaba destinado aparentemente a ser
reproducido en un boliche gay. A propósito, la categórica reprobación que de
este acto blasfemo y repugnante hizo el prelado nos dispensa de mayores
comentarios al respecto, pero no podemos evitar imaginar lo que habría sucedido
si esta acción abyecta hubiese sido perpetrada en una mezquita o en una
sinagoga, o bien llevado a cabo en épocas en que “la filosofía del Evangelio
gobernaba los Estados”, en palabras de León XIII (Immortale Dei, n. 9).
Ciertamente, otra hubiese sido la suerte de los depravados de marras; y la
censura social y mediática, que no tardó en hacerse presente para condenar al
valiente pastor, se hubiera ejercitado con justicia para sancionar a los
perversos y criminales sacrílegos….
No puede dejar de suscitar extrañeza, por otro
lado, el hecho de que quienes llevaron adelante la filmación del video hayan
podido hacerlo sin obstáculos, supuesto que ello les haya llevado al menos un
par de horas. También el arzobispo lo advirtió, y es de esperar que la
situación no se repita, como serían de esperar, si hubiese disposición para
ello, severas medidas punitivas para reparar el agravio en lo posible. En todo
caso, no podemos dejar de valorar, y apoyar asimismo con firmeza, el valiente
gesto de Mons. Aguer, quien en cumplimiento de su misión de pastor de la
iglesia platense fustigó con duras palabras la acción realizada, poniendo ante
todo de relieve su carácter de ofensa a Dios, y no vacilando a la hora de
enseñar la verdad, aun a sabiendas de la reacción que ello podía generar. La claridad
de su gesto resulta tanto más apreciable en el contexto de la hora presente, en
que la demagogia y la ambigüedad, ya institucionalizadas en el ámbito de la
política mundana, causan también estragos en el seno de la vida eclesial.
Estas fueron las palabras del prelado pronunciadas
durante el transcurso de la celebración del Corpus, el pasado
sábado 21 de junio: “A causa de un descuido de la guardia, una mujer
desvergonzada, vestida indecorosamente y acompañada por otro personaje que
parecía mujer, entró aquí a filmar un video en el que baila y canta, se atrevió
a sentarse en un confesionario en son de burla y blasfemó contra la Santísima
Eucaristía, remedando la comunión y expresándose de un modo gravísimamente
escandaloso. Según he oído decir, la filmación estaba destinada a un “boliche
gay” de la ciudad. Ahora resultan normales esas abominaciones amparadas por las
leyes. Pero además mucha gente pudo acceder a la cosa por internet. Ofrezcamos
el Santo Sacrificio de la misa en reparación y desagravio por la profanación
del templo y por las blasfemias proferidas. Dediquemos asimismo al Señor la
procesión de la que hemos participado, como gesto de amor y de entrega
confiada, incondicional. Recemos mucho también por esas personas descaminadas,
depravadas, para que Jesús les toque el corazón y las convierta; todo es
posible para su omnipotencia y su misericordia”.
Como era de esperarse, la alusión al fenómeno “gay”
suscitó las reacciones más enconadas, dada la actual hipersensibilidad a este
respecto; no sin antes haber sometido las palabras en cuestión, claro está, a
la maliciosa tergiversación acostumbrada. En efecto, no dijo el arzobispo que
los “gays” fueran “abominaciones”, como reprodujeron numerosos medios con
escasa inteligencia y sentido gramatical (la palabra utilizada hubiera sido
“abominables”, en ese caso), sino determinados tipos de conductas, como las
homosexuales, que, si bien hallan actualmente reconocimiento por parte de las
leyes positivas, constituyen un grave atentado contra la ley natural y divina.
No es preciso señalar, sea lo que fuere de los
intrascendentes comentarios del LGBT, el CHA, el INADI y demás entes sin
entidad, que las afirmaciones de Mons. Aguer no hacen sino expresar una vez
más, con una contundencia cada vez más inusual, la verdadera y perenne
enseñanza de la Iglesia, que por lo mismo que es signo del amor misericordioso
de Dios y busca la salvación de todos los hombres, está obligada por sobre todo
a indicar el camino del bien, reprobando si es menester aquello que aparta del
mismo.
Es por todo esto que adherimos al arrojado gesto
del pastor argentino, y manifestamos nuestro apoyo a la causa de la verdad, que
lejos de oponerse a la realización de los genuinos anhelos humanos, es la única
que garantiza la auténtica felicidad.
Apoyo cien por cien a Monseñor Aguer. Este depravado de "la pocha leiva" en sus fiestas bizarras hace una parodia de la Comunión, donde entrega hostias con tequila, porque no actua el estado para frenar a este tipo de actos?
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