13/4/14

SOBRE LA SEMANA SANTA


Con la celebración del Domingo de Ramos, se inicia hoy para todos los fieles cristianos una nueva Semana Santa, en que una vez más nos convocará la conmemoración de los misterios centrales de nuestra fe, a saber: Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.  
El recuerdo de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén nos coloca ya desde ahora ante el contraste que atraviesa toda la vida terrena de Cristo, y se manifiesta de un modo especial en los sucesos de esta Semana: grandeza-humildad, victoria-derrota, gozo-dolor, vida-muerte. En efecto, junto a las aclamaciones del pueblo hebreo hallamos hoy el relato anticipado de la Pasión, y junto a las palmas elevadas en las manos de los fieles, el color rojo de los ornamentos sacerdotales, que evocan la sangre derramada por nuestra salvación. Del mismo modo, al carácter sobriamente festivo del Jueves Santo, día en se recuerda la institución de la Eucaristía y el sacerdocio a la vez que el mandamiento de la caridad, sigue el duelo del Viernes Santo, que a través de serena y silenciosa esperanza del Sábado de gloria se resuelve en el radiante triunfo del Domingo de Resurrección, con el resurgimiento de Cristo del sepulcro. Es finalmente esta Pascua, vale decir, el paso de la muerte a la vida, figurado en los acontecimientos del Antiguo Testamento, lo que se constituye en fuente de esperanza para los fieles que aún peregrinan en esta tierra, conforme a las palabras del Apóstol: “Así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo, cada uno según el orden que le corresponde: Cristo, el primero de todos, luego, aquellos que estén unidos a él en el momento de su Venida” (I Cor. 15, 22-23).

La teología y la espiritualidad, en primer lugar, pero también el arte en sus más variadas manifestaciones, han producido auténticas maravillas a lo largo de la historia, cada uno a su manera, para rendir honor a la figura del Salvador en los misterios principales de la Redención. Difícil resulta, por tanto, no solo decir algo que no se haya dicho aún, sino incluso elegir de entre los tesoros que el espíritu humano, fecundado ciertamente por la gracia divina, ha ofrecido como homenaje al Divino Redentor. Con todo, una circunstancia que hoy 13 de abril se nos presenta nos sugiere una opción nada despreciable. 

En efecto, un día como hoy, pero del año 1742, se estrenaba en Dublín (Irlanda) “El Mesías”, el célebre oratorio musical de Georg Friedrich Haendel, que representa, en tres memorable partes, el conjunto de la vida de Cristo, dedicando la segunda de ellas a la Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión del Señor. 

Como sucede con todo el libreto de la obra, compuesto por Charles Jennens, los textos relativos a la Pasión están tomados de la Sagrada Escritura, y el pasaje seleccionado en este caso es, entre otros, nada menos que el célebre cántico del Siervo doliente (cap. 53 del libro de Isaías): “Despreciado por los hombres y marginado, hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento, semejante a aquellos a los que se les vuelve la cara, no contaba para nada y no hemos hecho caso de él. Sin embargo, eran nuestras dolencias las que él llevaba, eran nuestros dolores los que le pesaban. Nosotros lo creíamos azotado por Dios, castigado y humillado, y eran nuestras faltas por las que era destruido nuestros pecados, por los que era aplastado. El soportó el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados” (vv. 3-5). 

Ciertamente, la sola lectura del texto bíblico basta para conmover el ánimo de aquel que se acerca al mismo con espíritu de fe. Con todo, el intenso dramatismo que adquieren estas palabras al ser entonadas por el coro nos da una idea bastante clara de las posibilidades de la inspiración artística cuando se pone al servicio de la verdad religiosa, plasmando en signos sensibles el objeto de la fe. En efecto, en la sucesión de las notas se reflejan a un mismo tiempo la tragedia, la soledad, la compasión, el dolor y el arrepentimiento: “Eran nuestras dolencias las que él llevaba, eran nuestros dolores los que le pesaban”. 

En la espera de la Resurrección gloriosa, que llegará recién el próximo domingo, Dios mediante, sería bueno durante el transcurso de esta semana traer una y otra vez a nuestra mente este breve pasaje, en orden a profundizar la verdad que contiene: Cristo ha llevado la asunción de nuestra humana naturaleza hasta los extremos del dolor y la abyección, del sufrimiento y la muerte; en fin, Él “ha sido probado en todo igual que nosotros, a excepción del pecado”, como dice la carta a los Hebreos (4, 15). 

Que la Virgen Santísima, que como Madre dolorosa permaneció firme al pie de la Cruz, nos acompañe en este camino hacia la Pascua de su Hijo.

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