14/4/14

EL CREDO COMENTADO POR SANTO TOMÁS DE AQUINO - ARTÍCULO 2


Y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor.


28. No sólo les es necesario a los cristianos creer en un solo Dios, y en que Él es el creador del cielo y de la tierra y de todas las cosas, sino que también les es necesario creer que este Dios es Padre y que Cristo es verdadero Hijo de Dios

Lo cual, como dice San Pedro, no es una fábula, sino algo cierto y probado por la palabra de Dios en la montaña: Os hemos hecho conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, no siguiendo fábulas ingeniosas, sino después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad. Porque recibió de Dios Padre honor y gloria cuando de la magnífica gloria descendió una voz que decía: Éste es mi Hijo amado en quien estoy complaciéndome, escuchadle. Nosotros mismos oímos esta voz venida del cielo, estando con Él en el monte santo (2 Pe. 1, 16-18).

El mismo Cristo Jesús en muchas ocasiones llama también a Dios Padre suyo y se dice Hijo de Dios. Por eso los Apóstoles y los Santos Padres pusieron entre los artículos de fe que Cristo es Hijo de Dios, al decir: "Y en Jesucristo su Hijo", es decir, el Hijo de Dios.

29. Sin embargo, hubo algunos herejes que entendieron esto de manera errónea.

En efecto, Fotino dice que Cristo es Hijo de Dios exactamente como lo son los hombres virtuosos que, por vivir honestamente y por cumplir la voluntad de Dios, merecen ser llamados hijos de Dios por adopción. De la misma manera Cristo, dice, cuya vida fue virtuosa y conforme a la voluntad de Dios, mereció ser llamado hijo de Dios; y también afirmó que Cristo no existió antes de la Santísima Virgen, sino que comenzó a existir cuando ella lo concibió en su seno.

Y así erró DOBLEMENTE. PRIMERO, por no proclamar que Cristo es verdadero Hijo de Dios según la naturaleza; SEGUNDO, por decir que Cristo, según todo su ser, comenzó a existir en el tiempo; mientras que nuestra fe afirma que Cristo es Hijo de Dios por naturaleza y lo es ab aeterno, conforme a testimonios expresos de la Sagrada Escritura.

En efecto, CONTRA EL PRIMER ERROR dice la Escritura no sólo que Cristo es Hijo de Dios, sino también que es Hijo único. El Hijo único de Dios, que está en el seno del Padre, Él mismo ha revelado a Dios, dice San Juan (1, 18). Y CONTRA EL SEGUNDO ERROR el mismo Cristo ha afirmado: En verdad, en verdad os digo, antes que Abraham fuese, Yo soy (Jo. 8, 58). Ahora bien, es claro que Abraham existió antes que la Santísima Virgen. Por eso los Santos Padres, en otro Símbolo, contra el PRIMER ERROR, agregaron a las palabras: "Creo en Jesucristo" estas otras: "Su único Hijo"; y contra el SEGUNDO ERROR: "Nacido del Padre antes de todos los siglos".

30. Sabelio afirmó ciertamente que Cristo fue anterior a la Santísima Virgen, pero sin embargo afirmó también que no es una la persona del Padre y otra la del Hijo, sino que el mismo Padre se encarnó, por la cual una misma es la persona del Padre y la del Hijo. Por esto es erróneo, porque destruye la Trinidad de las personas. Contra esto está la palabra del mismo Jesús a los fariseos: No soy Yo solo, sino Yo y el Padre que me ha enviado (Jo. 8,16). Y es evidente que nadie se envía a sí mismo. Así, pués, yerra Sabelio. Por eso en el Símbolo de los Padres, al referirse a Cristo, se agrega: "Dios de Dios, Luz de Luz", es decir, debemos creer que Dios Hijo procede de Dios Padre, y que el Hijo que es luz procede del Padre que también es luz.

31. Arrio, a pesar de admitir que Cristo es anterior a la Santísima Virgen, y que una es la persona del Padre y otra la del Hijo, atribuye sin embargo a Cristo estas TRES cosas: PRIMERA, que el Hijo de Dios fue una creatura; SEGUNDA, que no es ab aeterno, sino que en un momento del tiempo fue creado por Dios como la más noble de las creaturas; TERCERA, que Dios Hijo no posee la misma naturaleza que Dios Padre, y por lo tanto no es verdadero Dios.

Tal doctrina es asimismo errónea y contra el testimonio de la Sagrada Escritura. Porque el mismo Jesús dijo: Yo y el Padre somos uno (Jo. 10, 30), evidentemente en cuanto naturaleza; y por lo tanto, así como el Padre ha existido siempre, lo mismo el Hijo, y así como el Padre es verdadero Dios, lo es también el Hijo. Por eso, a las palabras de Arrio: "Cristo fue creatura", los Padres oponen en su Símbolo estas otras: "Dios verdadero de Dios verdadero". Y al error de Arrio: "Cristo no existe ab aeterno sino que fue creado en el tiempo", oponen estas palabras: "Engendrado, no creado"; y contra el último error: "Cristo no es de la misma substancia que el Padre", agragaron en el Símbolo: "Consubstancial al Padre".

32. Es claro, por lo tanto, que debemos creer las siguientes verdades: Cristo es el Hijo único de Dios; es verdaderamente Hijo de Dios: ha sido siempre con el Padre; una es la persona del Hijo y otra la del Padre; el Hijo es de una misma naturaleza con el Padre. Por estas verdades que creemos aquí por la fe, en la vida eterna las conoceremos por una perfecta visión. Por lo cual, para nuestro consuelo, diremos algo de estas cosas.

33. Es de saber que los diversos seres tienen diversos modos de generación. En efecto, la generación de Dios es distinta de la de los demás seres; por lo cual no podemos llegar a conocer la generación de Dios sino por la generación de aquello que en las creaturas más sen asemeja a Dios.Pues bien, ya hemos dicho que nada es tan semejante a Dios como el alma del hombre. Y he aquí el modo cómo engendra el alma: el hombre piensa por su alma algo que se llama concepto de la inteligencia; y tal concepto brota del alma como de un padre, y se llama verbo de la inteligencia o del hombre. El alma, pues al pensar, engendra su verbo.

De maneja semejante, el Hijo de Dios no es otra cosa que el verbo de Dios; no un verbo que se pronuncia externamente, porque tal verbo exterior pasa, sino como un verbo interiormente concebido: y por eso ese Verbo de Dios es de la misma naturaleza que Dios, e igual a Dios.

San Juan, hablando del verbo de Dios, destruyó las TRES herejías que hemos enumerado. PRIMERO, la herejía de Fontino, la cual es rebatida cuando dice: En el comienzo era el Verbo; en SEGUNDO lugar, la de Sabelio, cuando dice: Y el Verbo estaba en Dios; TERCERO, la de Arrio, cuando dice: Y el Verbo era Dios (Jo. 1, 1). 

34. Pero el verbo no está de la misma manera en Dios que en nosotros. Porque en nosotros nuestro verbo es un accidente; en cambio en Dios, el Verbo de Dios es idéntico a Dios mismo, puesto que en Dios nada hay que no sea la esencia de Dios. Ahora bien, nadie puede decir que Dios no posea Verbo, pues ello equivaldría a decir que Dios es insapientísimo. Por eso, así como siempre ha existido Dios, así también su Verbo.

35. Así como el artista ejecuta todas sus obras según el modelo que preconcibió en su interior, modelo que es su verbo, de manera semejante Dios hace también todas las cosas por su Verbo, que es como su ciencia, su arte. Todas las cosas -dice San Juan- fueron hechas por Él (1, 3).

36. En consecuencia, si el Verbo de Dios es Hijo de Dios, y si todas las palabras de Dios son a semejanza de ese Verbo, en PRIMER lugar debemos oír con gusto las palabras de Dios. Es señal de que amamos a Dios si escuchamos con agrado sus palabras.

En SEGUNDO lugar, debemos creer las palabras de Dios. En efecto, gracias a esta fe, habita en nosotros el Verbo de Dios, es decir Cristo, que es el Verbo de Dios, conforme al Apóstol: Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones (Ef. 3, 17). Por el contrario, el Señor dijo a los fariseos: El Verbo de Dios no permanece en vosotros (Jo. 5, 38).

En TERCER lugar, es preciso que meditemos continuamente sobre el Verbo de Dios que permanece en nosotros. En efecto, creer no es suficiente, también la meditación es necesaria; sin ella no sacaríamos provecho de la presencia del Verbo en nosotros. Además este tipo de meditación sirve mucho contra el pecado, como lo muestra esta frase de la Escritura: Dentro de mi corazón he guardado tus palabras, para no pecar contra ti (Ps. 118, 11). El varón justo se ejercita en ello sin cesar: En la ley del Señor medita día y noche (Ps. 1, 2). Por lo cual se dice de la Santísima Virgen que conservaba todas estas palabras (verbos) meditándolas en su corazón (Lc. 2, 51).

Conviene, en CUARTO lugar, que el hombre comunique la palabra de Dios a los demás, advirtiendo, predicando y enardeciendo. No salga de vuestra boca palabra dañosa -decía el Apóstol- sino la que sea buena para la edificación (Ef. 4, 29). Y a los Colosenses: La Palabra de Cristo permanezca abundantemente dentro de vosotros, con toda sabiduría, enseñándoos y amonestándoos unos a otros (3, 16). Y a Timoteo: Predica la palabra, insiste con ocasión y sin ella, reprende, exhorta, amenaza con entera paciencia e íntegra doctrina (2 Tim. 4, 2).

Por ÚLTIMO, debemos llevar a la práctica la palabra de Dios, según nos enseña Santiago: Sed ejecutores de la palabra, y no tan sólo sus oyentes, engañándoos a vosotros mismos (1, 22).

37. La Santísima Virgen, cuando engendró en sí el Verbo de Dios, observó por su orden estos cinco deberes relativos a la Palabra de Dios. Porque PRIMERO escuchó la palabra del ángel: El Espíritu Santo vendrá sobre ti (Lc. 2, 35); SEGUNDO, consistió por su fe a esas palabras: He aquí la esclava del Señor (ibid. 38); TERCERO, llevó en su seno al Verbo encarnado; CUARTO, lo dio a luz; QUINTO, lo nutrió y amamantó, por lo cual canta la Iglesia: "Al mismo rey de los ángeles la sola Virgen lo amamantó con su pecho lleno de cielo".

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