7/12/12

TOME SU CRUZ Y SIGA A JESÚS



"El que no toma su cruz y me sigue, no merece ser mío" (Mt 10.38), dice el Señor. El da a cada uno sus cruces. Hay que asumir con dignidad y valentía las cruces de la honestidad, la sinceridad, el compromiso, el sacrificio, el ser mejor, el mantenerse firme en la fe y la fidelidad y no tirarlas en el camino de la vida. Los pueblos más fracasados, que menos resurgen, son aquellos que dejan tiradas sus cruces en el camino. Esas cruces abandonadas y tiradas miden la poca calidad de un pueblo y también de una persona. Por eso Cristo dice que el que quiera salvar su vida que tome su cruz y lo siga.
Escuche lo que dice el Señor en el Evangelio de San Mateo 10.37-39:
"El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no merece ser mío; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no merece ser mío; y el que no toma su cruz y me sigue, no merece ser mío. El que trate de salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por causa mía, la salvará."
En este interesante relato, Cristo pone la prueba máxima. Si usted, por amar a su padre o su madre, a su hijo o su hija, a su esposo o su esposa, deja de amar a Dios y lo pone en segundo lugar no es digno de El. El primer amor, el más grande y el más importante es el amor de Dios. No hay nada que pueda igualarlo.
Jesús dice que el que ame su vida la perderá y el que la pierda por Su causa la salvará. ¿Quién es el que pierde la vida por causa de Cristo? Pues aquel que se consume diariamente en servir a Cristo Jesús siendo un padre fiel, un hijo respetuoso y obediente o constituyendo un matrimonio honrado. Aquel que en su parroquia, comunidad y grupo de oración es fiel a los compromisos o el que se hace misionero, ya sea laico, sacerdote o religiosa, para trabajar por el reino y para mayor gloria de Dios. ¿Quiénes son esos que pierden su vida por Cristo? Aquellos que todos los días cumplen humildemente su compromiso de ser auténticos cristianos, dejando atrás lo malo y cumpliendo los mandamientos de Dios; los que son fieles a la Palabra; los que se mantienen firmes en la fe y que prefieren dejar aquello que parece bueno pero que no es lo mejor para seguir a Jesús. Eso es lo que significa asumir la cruz de Cristo. La cruz de Cristo es camino salvífico.
¿Quiere ser de Jesús? Tome su cruz de cada día, suba al calvario, déjese clavar en la cruz por amor, siga a Cristo y así usted será santo, para la mayor gloria de Dios.
Hermanos, la Palabra del Señor nos ha ido revelando lo que es el misterio de la cruz. Ame su cruz de cada día y no la suelte por nada ni por nadie; sea fiel en el seguimiento del camino emprendido. No olvide que usted no lleva todo el peso de la cruz. La cruz parece muy pesada, pero realmente no lo es tanto porque el Señor lleva gran parte del peso. A la hora de la verdad, usted lleva sólo un pedasito y la mayor parte la lleva Cristo. Pero si usted suelta el pedasito que le corresponde, la cruz se cae. Si usted no ha caído, solamente es porque El lo está ayudando siempre a cargar su cruz. Pero el Señor no quiere que suelte el peso que le corresponde a usted de esa cruz y que lo llevará a la salvación.
Aunque no lo entienda muy bien, dé gracias a Dios por las cruces. Toda cruz, aún la menos deseada, la que más le disgusta, es camino de salvación. Si asume la cruz con gallardía, dignidad y fuerza en el Espíritu, ésta se convierte en camino de salvación. Ame las cruces y no las suelte nunca, aunque no le gusten. Usted se está perfeccionando gracias a las cruces que carga con amor. Las cruces lo van a salvar. Las cruces más salvíficas y las que más le pueden ayudar a ser santo son las que Dios le impone. El Señor, pues, bendice a todos con las cruces que necesitan, no las que cada persona desea escoger.
La historia de nuestro Señor Jesucristo puede verse como un fracaso. Pero de su "fracaso" brotó el éxito y esa es la gran lección de la Cruz de Cristo. Del aparente fracaso de Jesús, que fue Su muerte en la Cruz, brotó el mayor triunfo: Su Resurrección que venció a la muerte. Esta es la invencibilidad de Dios. Por su triunfo sobre la muerte, Dios es y será siempre . . . ¡INVENCIBLE! 

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