7/12/12

LA ESPIRITUALIDAD DE LA CRUZ





Nuestro cristianismo tiene mucho que ver con la espiritualidad de la cruz y no podemos permanecer indiferentes a ella. La cruz es el camino, el medio en el cual simbolizamos nuestra muerte al pecado y al mundo.
En la Palabra de Dios según la carta de San Pablo a los Filipenses, Capítulo 2, versículos 5ss, aparece un texto precioso que es un himno maravilloso a Jesucristo. Dice San Pablo:
"Tengan unos con otros la manera de pensar propia de quien está unido a Cristo Jesús, el cual, aunque existía con el mismo ser de Dios, no se aferró a su igualdad con El, sino que renunció a lo que era suyo y tomó naturaleza de siervo, haciéndose como todos los hombres y presentándose como un hombre cualquiera, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz. Por eso, Dios le dio el más alto honor y el más excelente de todos los nombres, para que, ante ese nombre concedido a Jesús, doblen todas las rodillas en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra, y todos reconozcan que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre."
Este hermoso himno de San Pablo nos dice que Cristo Jesús, siendo Dios, se despojó de todo para ser como nosotros, asumir el calvario y morir abandonado por todos con la muerte más vergonzosa, la de la cruz, para que a través de Su muerte fuéramos en El glorificados. El fue el primero en ser glorificado. Después de El seremos glorificados nosotros, pero a través de la cruz.
Cristo es Dios, pero al hacerse hombre en un niño pobre, se despojó de todo lo que Dios tiene, sin dejar de ser Dios, y asumió la condición humana y sencilla de un hombre pobre. Entonces, aún siendo Dios, se despojó de todo y no gozó de ninguno de los grandes, totales e infinitos privilegios de ser Dios. Lentamente, como oveja llevada al matadero, el siervo doliente que aparece en la Sagrada Escritura, en el libro del Profeta Isaías, va asumiendo el papel de mártir hasta morir por los pecados de todos.
Para San Pablo todos debemos pasar por una purificación, un despojo; dejar atrás el hombre viejo, sepultado y muerto. Eso es lo que implica el camino de la salvación. Pablo compara esa purificación con la que experimentó Jesús.
Si queremos ser cristianos, tenemos que seguir el mismo camino que siguió Cristo. Sin dejar de ser felices, de vivir una vida plena y de tener el más grande amor, tenemos que purificarnos y asumir esa cruz camino al calvario. Para el hombre y la mujer de Dios, el camino se va estrechando y apretando en la medida en que más se definan, sigan a Cristo y se hagan del Señor. Entonces, se van despojando de cosas innecesarias y superfluas, dejan de invertir tiempo en cosas vanas y tontas, de servir al mundo en aquello que es pecado. Poco a poco se ven más comprometidos, definidos y auténticos y menos enredados en las tonterías del mundo.
La persona se va tornando más seria y comprometida, pero más feliz, auténtica y en paz, porque ya tiene menos enredos en el mundo. Ese es el camino de la purificación y la espiritualidad cristiana. Si usted sigue ese camino y sube hasta la cumbre, sentirá que se va despojando de cosas innecesarias, tonterías y absurdos existenciales que producen una ridícula vanagloria.
Entonces, sin dejar de preocuparse por sí misma, la persona sufre un proceso de purificación en el que se va despojando de cosas que no son importantes. La mujer que quiere ser en verdad cristiana deja de ir tanto al salón de belleza para asistir más al templo y leer más la Palabra. Las gavetas del armario se van quedando vacías, porque se va deshaciendo de ropa que muchas veces no necesita ni utiliza, para dársela a otras personas que la necesitan más. ¿Para qué tener abandonados esos zapatos que le sobran y además nunca usa, cuando otro los está necesitando?
La persona que es de Dios pone todo en su sitio: lo que antes era importante y preocupante, como la fama, el buen nombre o el qué dirán, se convierte en una cosa secundaria y aparece Cristo, el Señor y la construcción del Reino como lo único importante. La vida se hace más sencilla, menos complicada y más evangélica. Ese es el camino estrecho, el camino de la salvación.
El hombre y la mujer que son de Dios se liberan de apegos y dependencias que en el pasado lo hacían sentirse bien, pero ahora no importan. Escogen la mejor parte, como María. ¿Recuerdan esas dos hermanas y su conflicto con Jesús? Marta servía, pero María se quedaba a los pies de Jesús. Dentro del corazón de María, su alma palpitaba sintiendo Su presencia y dejó todo para escuchar al Maestro. Atareada y abrumada por los quehaceres en la cocina, Marta se molestó y dijo a Jesús que regañara a su hermana porque no la ayudaba. Jesús le contestó, ay Marta, te afanas por muchas cosas, pero en definitiva lo único importante es lo que María está haciendo ahora. La vida, mientras más evangélica es más sencilla. El que vive muy apegado a cositas y tonterías, a las que convierte en fetiches y a las que adora y guarda con gran celo, se va dando cuenta del poco valor que realmente representan esas cosas. Eso es camino de redención y salvación.
Usted podrá estar metido en muchas luchas, pero adquiere una sencillez y un desapego a muchas cosas que en el pasado eran importantes y por las que era capaz de jugarse hasta la vida. ¡Es una tontería jugarse la vida por lo secundario! Juéguese la vida por Dios y por Su Reino. Esa es la espiritualidad de la cruz, que es camino salvífico. 

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