Cuando se me
pidió que desarrollara ante vosotros el tema de la Esperanza, yo objeté que se
me proponía un tema teológico y no estrictamente filosófico. Debo ahora mitigar
un poco mi objeción y reconocer que sí es posible hablar de esperanza en un
terreno conceptual-racional, pero si se ponen entre paréntesis las connotaciones
de origen religioso que le dan un carácter trascendental y la sobreelevan de la
esfera humana. Pero mi duda inicial no queda con ello desmentida del todo, pues
inmediatamente surge la pregunta de si la esperanza tiene algún sentido sin la
referencia religiosa trascendental.
También puede uno
preguntarse si lo que fue primitivamente un concepto inteligible, no perdió
-con mayor o menor profundidad- su carácter y adquirió una validez distinta y
diversa. Se sabe, en efecto, que existe un fenómeno lingüístico denominado
diacronía que impone su ley a todas las palabras, incluidos los nombres cuya
definición tradicional derivada del Perihermeneias parecía haberlos sustraído
al tiempo. De inmediato no advertimos por qué la voz "esperanza" tenga
hoy igual validez que en tiempo de Sócrates, cuando éste, a punto de beber la
cicuta, mencionaba a sus
discípulos
llorosos "la gran esperanza" he elpis megale (traducción: la gran
espera y no la gran esperanza). Hay grandes palabras, que por ser tales, están
más expuestas a variar de significado y a estar más expuestas a la melladura
del tiempo.
A la palabra
"esperanza" le ha ocurrido un suceso lingüístico que le ha dado otra
naturaleza que la que tenía originariamente: ha sido bautizada cristianamente,
y podríamos decir que con el bautismo cambió de naturaleza y se transformó en
virtud teologal, junto con la fe y la caridad. De manera que a la melladura del
tiempo a que hemos hecho referencia al mentar la diacronía, suma un cambio
sustancial que sin destruirla le da otro sentido y la adscribe simultáneamente
a la esfera teológica o religiosa. La palabra en su forma material subsiste,
pero su significado no es el mismo en boca de un estoico y de un cristiano. El
caso histórico se ha dado respecto al Theos ágnostos (cito por analogía),
cuando el apóstol Pablo intentó hablar del "Dios desconocido" a los
estoicos y epicúreos del Areópago, utilizando las palabras del poeta Arato (no
cristiano). Los auditores se levantaron indignados de sus asientos, le volvieron
la espalda y se despidieron de él con el conocido "audiemos te de hoc
iterum". Pablo citaba a Arato con un sentido fundamentalmente diverso e
ininteligible para aquellos filósofos del aquende. La palabra Theos había
cambiado de significado y sentido: para aquellos hombres no era unívoca como lo
era para los cristianos, sino equívoca como lo era para los paganos.
Parece que el
bautismo de las antiguas virtudes ha sido definitivo, mientras el cristianismo
subsista, y resulta muy difícil, para algunos imposible, rehallar la
significación precristiana de los términos, sólo materialiter, semejantes. Los
cambios lingüísticos siguen a los cambios históricos, cuyo signo es la
Einmaligkeit o irrepetibilidad, de manera que no hay que forjarse muchas
ilusiones de lograr estabilizar una significación, que en su estructura más
parece una función que una expresión estática. En el caso de la esperanza, la
vigencia de su significación está condicionada por la duración del
cristianismo, cuyos altibajos crean simultáneamente una inestabilidad
significativa. En los tiempos de exaltación de la fe -porque hay una
interconexión entre las virtudes teologales- la esperanza tuvo una vigencia
vigorosa, pero su validez nunca fue unívoca.
Existen dos
mundos del que hemos llamado en nuestra antropología de tres hombres
históricos, el "homo capax Dei": el de la profecía y el del
Evangelio. El mundo de la profecía o del Antiguo Testamento es un mundo de
poder divino manifestado por boca de los sujetos inspirados que trasmiten las
órdenes de Jehová, Dios creador poderoso y sin mediador, que comunica su
voluntad infinita por intermedio de los profetas a la Emuna de sus creaturas
temblorosas y serviles. La esperanza de estas creaturas (que más parece espera
y no esperanza), no se funda en el amor sino en el temor y por ello creen en
una escatología terrible y vindicatoria. De aquí nace una esperanza inspirada
en el temor (timor Domini) y en el sentimiento de venganza y de alienación.
Acaso resultase más adecuado y propio llamar a este sentimiento espera y no
esperanza, porque la esperanza implica el amor, implica también la unión y no
la alienación que a su vez significa irreductibilidad de extremos. Este tipo
antropológico que alienta semejante esperanza o espera, ha creado una
apocalíptica de consumación por el fuego y de condenación eterna de todos sus
enemigos. Por ello, la esperanza mesiánica es espera de un vengador, de los
cuatro jinetes que con su obra destructora saciarán la sed de venganza del
pueblo de la promesa. Si este tipo de esperanza subsiste, lo atestigua la
historia universal, y creo yo que desempeña un papel muy importante en su
desarrollo. Se trata de una esperanza (espera) vindicativa, sin encarnación y
sin redención. Es una esperanza que fomenta la pugna del Yo y el Tú, extraña al
sentimiento de unidad, porque excluye defínitoriamente el amor. Es también
parcial, racial, limitada a los siervos del Señor, que han recuperado su tierra
y sus beneficios, para invertir así el orden de las cosas e instituir una
tiranía contra sus enemigos.
Pero existe otro
mundo del "homo capax Dei", alimentado por otro tipo de esperanza,
por la virtud de la esperanza inspirada en Dios-Amor. Tal fuente del amor es el
Dios trinitario del cristianismo, el Dios de la Encarnación y de la Redención.
Ser cristiano significa una renovación de la naturaleza propia, es adquirir una
filiación divina que santifica el alma del creyente en la participación con el
Padre amoroso. Esta es la esperanza-virtud, la esperanza de creatura
participante cuyo símbolo es Cristo crucificado, Cristo que por amor a la
creatura para redimirla se hizo pecado, el Cristo de la kénosis y de la
resurrección. Todo este misterio inenarrable está implicado en la esperanza
cristiana, en la virtud esperanza.
En relación a
nuestro problema hemos logrado hasta aquí tres determinaciones: primeramente la
gran espera socrática, cuya profundidad ignoramos, pero que conceptualmente es
inteligible solo como futuro desconocido. En segundo lugar, la que podríamos
llamar espera-esperanza del "homo capax Dei" no cristiano, y en
tercer lugar, la virtud-esperanza del "homo capax Dei" cristiano.
Del punto de
vista filosófico estricto parece que la salida humana más auténtica fuese la
socrática o sea la esperanza considerada como una simple espera, ligada naturalmente
al concepto de futuro, o sea de lo que puede llegar a ser en el tiempo por
venir y que no es en el tiempo presente, con un ámbito limitado de
precognoscibilidad o de previsión. La previsión a larga distancia en el tiempo
está condicionada por la categoría del vidente, que puede tener un alcance
misterioso e indeterminado como en el caso de los oráculos (p.e. el oráculo de
Amón que consultó Alejandro antes de comenzar la guerra contra los persas).
Esto entra en el orden mítico, que excede la consideración humana
conceptual-inteligible. Prescindiendo de esta posibilidad, que ahora no rige,
puede afirmarse que esta es la esperanza cotidiana, radicada en una aptitud
natural de prever, con todas las contingencias imaginables en cuanto el tiempo
no es domeñable, ni previsible sino por cálculo o en el caso del oráculo por
adivinación. Mientras no cambie el concepto de tiempo qué aún profesamos (en el
orden intuible no intuible), pese a su origen pitagórico porque está ligado al
número (el tiempo es un número), la determinación del tiempo será aritmética y
será racional. La "arithmetica universalis" de los pitagóricos
excluía sistemáticamente el número irracional, como se sabe, de manera que en
esta línea de pensamiento es posible una previsibilidad racional que no exceda
la ciencia matemática.
Pero
históricamente las cosas pasaron de otro modo que el previsto por la ciencia
pitagórica: el descubrimiento del número irracional quebró el dominio de la
"aríthmética universalis" y con ello la presunción de
predeterminación rigurosa: no es posible la aritmetización total del tiempo,
porque el número irracional no es previsible, ni predeterminable racionalmente.
El futuro, pues, está lleno de incertidumbre, de irracionalidad y así también
será la esperanza que allí se origine. La esperanza humana derivada del
concepto aritmético pitagórico aparece empapada de irracionalidad e
incertidumbre. Para darle un sentido será necesaria una modificación hasta
donde sea posible del concepto de tiempo, lo cual los griegos no cumplieron.
Por los
imperativos que trae la presencia del cristianismo -que es locura para los
gentiles y escándalo para los judíos- el tiempo deja de ser considerado
aritméticamente para serlo ahora escatológicamente con lo que adquiere una
dimensión distinta. Aritméticamente el tiempo fluye hacia el futuro de acuerdo
con el movimiento del cual es número según un antes y un después. Ese es el
futuro cosmológico-aritmético. Futurum es lo que será, lo que vendrá y
corresponde al participio futuro de fuo que a su vez corresponde al verbo
griego fyoo, sustantivo fysis. La fysis genera, es el vientre divino de las
cosas y tiene doble sentido, pues el proceso físico genera y destruye, pare a
sus hijos y los extrangula al mismo tiempo. Todo esto es propio del tiempo
aritmético-cosmológico, tal como entendió el paganismo y como naturalmente
concibe. Parece que el hombre desde sí mismo no puede pensar de otro modo.
Pero
escatológicamente es posible otra visión de las cosas, pues futurum puede ser
traducido también por adventos, o como acontece en la Palabra inspirada por
parousia, y esto tiene ya un carácter escatológico, religioso y suprarracional.
Y por ello es legítimo que un cristiano diga: "el presente no tiene
futuro, sino es adventus del futuro". Así es; si el "futurum" no
está ligado a la venida de Cristo en gloría y majestad, no tendrá más que un
significado cosmológico e histórico, pero no un significado escatológico vital.
Aquí está la raíz de la Esperanza-virtud y el norte de nuestra peregrinación
hacia la muerte y la resurrección. Todo el mundo cristiano está alimentado y
sostenido por la virtud de la Esperanza y nunca podrá vivir sin ella.
Aquí se inserta
el tema propuesto por Ernst Bloch en su obra magna Das Prinzip HoHaung, cuyo
título expresa bien la intención que lo guía. Se trata de presentar la
esperanza como un principio racional y no como una virtud teologal. Para ello
es necesario volver atrás y situarse en el punto de vista del hombre anterior a
la Encarnación que veía las cosas futuras como simple espera, según lo hemos
determinado ya. Consecuentes con lo que llevamos dicho, no correspondería
hablar de Hofrnung que es una virtud teologal con las implicaciones
escatológicas que acabamos de mencionar, sino de Warten, esperar, que expresa
mejor la actitud y el comportamiento de quien se vuelve al futuro silencioso.
Toda esta historia retrospectiva es cruel y dolorosa, porque el "principio
esperanza" se despliega en un panorama desacralizado y desacralizante. La
esperanza (espera) puramente histórica, o sea el "principio
esperanza" no alienta ninguna esperanza y priva al hombre de un horizonte
de transfiguración en lo divino. Por ello el hombre no va más allá del hombre y
se vuelve a sí mismo, autocreándose engañosamente. De aquí nacerá su ilusión
sacrilega que ya Feuerbach expresaba al cabo de su itinerario antropológico:
Homo homini Deus, el hombre dios del hombre. Bloch acepta esta expresión en
cuanto ofrece posibilidad a la procesalidad de hombre y mundo. El hombre busca
al hombre absconditus en un futuro no logrado: todas las imágenes de Dios y el
Futuro giran en torno a la incógnita humana y cosmológica. Este movimiento
solamente se interrumpe cuando el hombre ha logrado conocer su diferencia
ontológica y con ello su posición excéntrica respecto a sí mismo. Igual cosa
acaece con el mundo, cuando ha logrado ser una patria (Heimat) como diferencia
ontológica. En todo este proceso ha estado presente la esperanza, la cual cesa
de existir cuando se ha consumado el proceso de la diferencia ortológica. Dios
es reducido a imagen y dios del hombre. Pero no a la actualidad sensible del
hombre, ni tampoco a su situación social antagónica y alienada, sino a lo
humanum futuro y aún no hallado. El dios personal es entendido como "utopisch
hypostasiertes Ideal des unbekannten Menschen". Aún más, "la mística
celeste deviene mística del hijo del hombre y la gloria de Dios se vuelve
gloria de la comunidad redimida". Como Feuerbach y Marx, basándose en
razones tempo-históricas que analiza morosamente, Bloch invierte la escatología
cristiana. Hemos visto en efecto que, para la escatología cristiana, la
esperanza está en la parousia, la venida gloriosa de Cristo, revelado así a los
cristianos, como dice San Pablo: "Nosotros todos con el rostro desnudo de
velo mirando como un espejo la gloria del Señor nos transformamos en la misma
imagen, de gloria en gloria, como por el espíritu del Señor", 2 Cor. III,
18. Según Bloch, todo esto no es más que la expresión del futuro del hombre
desconocido (absconditus), e igualmente del mundo desconocido, hasta que hallan
la "ontologische Differenz" y se realizan en el proceso de las cosas.
La imagen paulina no es más que "un ideal hipostasiado del hombre
desconocido" que, por cierto, tiende naturalmente a realizarse. Desde que
logra tal realización la religión pierde su carácter y se humaniza. No hay,
pues, parousia en esta concepción antropológica, ni pude haberla, porque todo
en ella es humano. No hay aquí futurum escatológico, sino simple futuro histórico.
Hay espera, pero no esperanza, en el sentido de un acontecer determinado poco
más o menos por el hombre, que se ha realizado. Como consecuencia la esperanza
se desacraliza y pierde su carácter divinal que la vincula a la parousia del
Señor, a su carácter de expectación de lo divino consumado en la historia. Deja
de ser una virtud teologal y se transforma en un principio, en lo que Bloch
llama "das Prinzip Hoffhung", que mueve finalísticamente el mundo de
las cosas humanas. El "principio esperanza" parece la expresión de un
acontecer indiferente a lo que es divino en el hombre, un acontecer sin más
información que la necesidad de la generación y corrupción que se mueven de
acuerdo a leyes fatales y crueles: paren a sus hijos y los extrangulan después
de haber nacido, como ya dijimos. Este retorno a la necesidad es inevitable en
una concepción desacralizada de la esperanza, o sea en su regreso a lo que fue
primitivamente como espera, sin información escatológica que le de carácter de
virtud teologal.
Si es posible
este regreso al mundo precristiano, solamente la historia de los siglos futuros
sabrá decirlo. Recordemos nuevamente que la esperanza había sido bautizada en
la religión cristiana y que su bautismo la había modificado esencialmente
dándole otra naturaleza como virtud teologal. Esto ha ocurrido con las tres
virtudes teologales, a saber, con la fe, la esperanza y la caridad. La Fe dejó
de ser Emuna al adquirir caracteres de inteligibilidad. La Caridad reemplazó al
eros y se hizo Ágape. La Esperanza reemplazó a la futurología y se hizo
Adviento y Parousia. Son las entrañas de la sociedad cristiana que sin ellas no
puede vivir.
Vivimos, en
efecto, en la Esperanza del que ha de venir en gloria y majestad a nuestros
corazones expectantes de la transfiguración escatológica.
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