3/2/17

ANIVERSARIO DE LA BATALLA DE CASEROS


Hoy se cumple un nuevo aniversario de la Batalla de Caseros, fecha que siempre fue festejada por la oligarquía extranjerizante que hoy nos gobierna. 

Pero un día de profundo luto para el Pueblo y la Patria





Las consecuencias de la Derrota Nacional en Caseros

Por José María Rosa 

Con una parte del Ejército de Operaciones (5 mil hombres) Urquiza cruza el Uruguay el 19 de julio. Los demás (alrededor de 10 mil) quedaron en la provincia para cuidar la retaguardia. El 4 de septiembre, los 16 mil soldados (13 mil brasileños y 3 mil alemanes) de Caxias atraviesan a su vez la frontera. Incapaz de resistir el doble embate, Oribe capitula el 8 de octubre.

Ya para entonces, Rosas, en su carácter de Encargado de los Negocios de Paz y Guerra de la Confederación Argentina, había declarado formalmente el estado de guerra con el Brasil, mediante dos notas remitidas a la Legación británica el 18 de agosto (de 1851) para que ésta las hiciera llegar al Imperio invasor: “La exquisita y original declaración de guerra que nos hace Rosas – ironiza ahora Paulino en carta a Pontes – nos permite tomar ante él una actitud más decidida y franca”. Y en virtud del tratado del 29 de mayo, los tres aliados (más Corrientes que había delegado sus atribuciones en Urquiza) firman en Montevideo el 21 de noviembre un nuevo convenio para “llevar la guerra al gobierno de la Confederación Argentina” (art. 1º).

Urquiza, comprometido a ayudar a Brasil contra todo quien se opusiera a la alianza (como decía el tratado del 29 de mayo) debe hacer firmar por su hijo Diógenes – ahora su representante, pues Cuyás se dedicaba a hacer negocios de proveeduria al ejército y escuadra imperiales por cuenta del general argentino – el monstruoso compromiso (si queda lugar para el adjetivo) de llevar la guerra contra su propia patria en alianza con el Imperio enemigo. Pide el precio de 400 mil patacones (algo más de 2 millones de francos oro) – por entregas de 100 mil mensuales – además de correr por cuenta del Imperio la provisión de las armas de los ejércitos que llevarán la ofensiva hasta Buenos Aires. Urquiza exige esos patacones como condición sine qua non, y Caxias aconseja que se los den:

Urquiza es muy despechado y orgulloso – escribe el 20 de octubre Caxias al ministro de guerra, Souza é Mello – cualquier negativa de nuestra parte irritaríalo mucho, siendo él, como sabe V. Excia. alguien a quien poco le falta para mudar de opinión de la noche a la mañana. Hallándose hoy con un ejército poderoso, por los refuerzos de las tropas argentinas que mandaba Oribe, no le sería tal vez muy difícil arreglarse con Rosas mediante alguna concesión que éste le hiciera, y ponerse en contra nuestra”.

La suma era muy grande para aquellos tiempos. Hubo reunión de gabinete en Río de Janeiro y se resolvió acceder; el 11 de noviembre informa Paulino a Honorio Hermeto Carneiro Leão, destacado por el Imperio para dirigir la guerra desde Montevideo :

'“En cuanto al auxilio pecuniario que Urquiza pretende, importa un mayor sacrificio que acrece aquellos que hemos hecho con el Estado Oriental. Ya son muy abultados.
Habría que dárselo, si no hay otro remedio, y obtenidas de Urquiza todas las seguridades”.

Honorio Hermeto prepara el plan de guerra. No conviene “por las susceptibilidades del nacionalismo castellano”, que pase al oeste del Paraná un cuerpo brasileño. Urquiza con su Ejército de Operaciones, acrecido con los restos del Ejército de Vanguardia incorporados por la fuerza después de la capitulación de Oribe, debería caer por el norte sobre Buenos Aires con un total de 20 mil veteranos. Mientras Caxias y los 16 brasileños, serían transportados por la escuadra brasileña y desembarcarían al sur de Buenos Aires. Entre ambos ejércitos, Rosas sería hecho trizas. Es cierto que con esfuerzos multiplicados el Restaurador había conseguido reunir 24 mil hombres: pero eran bisoños, y fuera de la artillería y la División Escolta no valían de mucho en el campo de batalla. No obstante había que hacer lo imposible por resistir.

Urquiza no quiere atravesar el Paraná sin el auxilio de un cuerpo brasileño. Honorio se lo regatea: finalmente concede (y así se estipula en el tratado del 21 de noviembre) que la lª División Imperial, con algo más de 4 mil infantes y artilleros, y a más algunos cuerpos de caballería, irían con Urquiza. Mientras el resto del ejército brasileño (cerca de 12 mil) ejecutaría su movimiento por el sur de la capital Argentina.

Rosas se adelanta a combatir en Caseros (3 de febrero de 1852) antes de que desembarquen los brasileños de Caxias. Sufre, como era previsto, una completa derrota. Da el parte de la misma a la Junta de Representantes:

Creo haber llenado mi deber – dice su último documento – como mis conciudadanos y compañeros. Si más no hemos hecho en el sostén sagrado de nuestra independencia, de nuestra integridad y de nuestro honor, es que más no hemos podido".

Brasil consigue todas las ventajas del triunfo. Por los cinco tratados de Montevideo del 12 de octubre (de 1851) el generoso Andrés Lamas le había dado los derechos uruguayos a las Misiones Orientales, la libre navegación de todos los ríos uruguayos, y sobre todo el completo dominio económico, comercial, financiero, político y militar sobre la República Oriental. La Cisplatina otra vez. Tan monstruosos eran esos tratados, que el gobierno oriental elegido constitucionalmente en marzo de 1852, no quiso ratificarlos y se preparó a resistir hasta con las armas. Urquiza pareció apoyarlo, y Honorio – encargado brasileño de cobrar en el Plata el premio de la guerra – se cree ante outro Rosas. Pero não era Rosas – como escribe Honorio a Río de Janeiro – y previo pedido de cien mil patacones (medio millón de francos oro) que el brasileño se apresura a librarle “por la conveniencia de darle en las circunstancias actuales otra prueba de generosidad” Urquiza hace lo que Brasil le ordena. Se declara en los protocolos de Palermo, el 6 de abril “para alejar todo motivo de duda y ansiedad, dando garantías efectivas a los poderes extranjeros... que sus compromisos (de Urquiza) revisten un carácter obligatorio para la Confederación”. Y acto seguido ordena al nuevo presidente oriental Juan Francisco Giró (Garzón había muerto en diciembre de 1851) “deponer su actitud hostil contra nuestro amigo y aliado el Imperio de Brasil”, pues en caso contrario las armas argentinas se emplearían conjuntamente con las brasileñas contra ellos. Y en nombre de la Argentina reconoce el 15 de mayo por pluma de su diplomático Luis José de la Peña los “derechos adquiridos” por Brasil a las Misiones Orientales Argentinas.

Pero, sobre todo, el gran triunfo para el Imperio fue la caída de Rosas. La Argentina ya no volvió a hacerle sombra en el continente. Una factoría tranquila y adiposa (con una clase dirigente de gran bienestar y una popular famélica y sin conciencia de nacionalidad: como ocurre en toda colonia) sustituyó a la férrea Confederación Argentina de Juan Manuel de Rosas.

Un escritor que tuvo acceso a las confidencias de Honorio en Buenos Aires y Montevideo, y vivió luego dos meses en Brasil, se asombró mucho al tratar a los brasileños porque ignoraba muchas cosas del “pronunciamiento”. Era un enconado antirrosista y había tomado parte en la campaña del ejército Grande. Para él la “libertad” estaba antes que la “patria”, pero sinceramente creía que Brasil era auxiliar de Urquiza (interesado desde luego, pero auxiliar al fin y al cabo), y llegaba a saber ahora que fue y era Urquiza el auxiliar, instrumentado y pagado del Imperio.

Vuelto a Chile, donde tenía su casa, tomó la pluma y en un rapto de patriotismo y sinceridad, desde su quinta de Yungay escribiría indignado a Urquiza el 13 de octubre de 1852, las palabras que he puesto de epígrafe a este trabajo.

"Tanta aberración he visto en estos años, como si dijeran que el emperador ha sentado plaza en el ejército de S. E. para corresponderle el servicio que le hizo S. E. conservándole la corona que lleva en la cabeza, como tuvo S. E. la petulancia de decirlo en barbas del Sr. Carneiro Leão, Enviado Extraordinario del emperador.
Se me caía la cara de vergüenza al oírle a aquel Enviado referir la irritante escena y los comentarios: ¡Sí, los millones con que hemos tenido que comprarlo para derrocar a Rosas! Todavía, después de entrar en Buenos Aires, quería que le diese cien mil duros mensuales”.
Se llamaba Domingo Faustino Sarmiento.

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