Ya a principios de la década del
’50 la Argentina se había convertido en el problema principal de las potencias
que estaban construyendo lo que hoy conocemos como la “sinarquía”. Es decir,
los herederos del pacto de Yalta y los ejecutores, tanto del pacto como del
resto de las secuelas a las que el pacto condujo. Vieron un peligro grave,
mucho más que la Revolución Nacional en tanto revolución económica, social o
política, sino en tanto lo que fue verdaderamente: una revolución cultural.
Una revolución cultural no es
como lo piensan algunos que pululan por los estantes de las bibliotecas y las
librerías, sobre todo, hablando de estas cosas. Aquí no se trata de hablar de
los pintores, de los escultores, de los poetas o de los músicos, ni menos aún
de la ideología. Una revolución cultural es siempre un retorno a las fuentes y
un retomar savia nueva de las raíces. La Revolución Nacional, como no podía ser
de otra manera, afirmó por un lado y proyectó por otro nuestras propias raíces
culturales hispánicas. Hispánicas quiere decir hispanoamericanas además. Porque
no se puede comprender España sin América, ni América sin España. Esto es
indesligable e insoslayable por otra parte. Y esta revitalización de las raíces
hispánicas implica esencialmente una política cristiana. Como es inevitable, si
se es consecuente con el cristianismo, éste debió y debe enfrentarse, así lo
hace y así lo hizo, con los paganos. Pero es que la sinarquía es pagana y el
imperio es pagano o neopagano. Es pagano desde el punto de vista ideológico,
teológico, de su práctica y desde el punto de vista de la forma en que su poder
se extiende en el mundo. Es pagano y anticristiano por esencia, más allá de lo
que digan, que no nos debe interesar. Lo que sí nos debe interesar son sus
hechos, que es lo que conocemos. Y por sus hechos son anticristianos. Como
tales, más que enemigos de los cristianos son enemigos de Cristo, de todo lo
que Cristo representa. Son dijéramos antes, enemigos de Dios, antiteos.
Y la Revolución Nacional no puede
ser otra cosa más que la afirmación en los hechos, en el corazón y en la
práctica, de lo que Cristo es. No se trata de que sea un mero relator o
recordador del cristianismo, no es tampoco el ritualismo, sino la práctica
profunda, social, entera, del cristianismo tal cual es. Tal cual fue, tal cual
es y tal cual va a ser.
Esta afirmación, que era la lucha
cultural fundamental, esencial, iba negando una tras otra las premisas y los
supuestos de la cultura del imperio. La Argentina, porque los “malos ejemplos”
cunden, se había convertido en una amenaza universal. La Revolución Nacional,
en ésta su dimensión de Revolución Cultural, que aún alienta viva entre
nosotros, es el peligro que quieren conjurar.
Extracto del libro "Así se hizo Guardia de Hierro, la historia objetiva de una pasión" de Alejandro Francisco "El Gallego" Álvarez.
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