15/8/14

EL DOGMA DE LA ASUNCIÓN


Hoy, viernes 15 de agosto, la Iglesia de Dios celebra una vez más en todo el mundo la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María en cuerpo y alma a los Cielos; tal es, en efecto, el título exacto de la celebración, y el objeto de la célebre definición dogmática (la última hasta el día de hoy) de Pio XII, el 1° de noviembre de 1950, ante numerosos obispos venidos de todas partes y una multitud de fieles congregada en la plaza de San Pedro. Estas fueron las palabras pronunciadas en aquel entonces por el Sumo Pontífice: 

Por tanto, después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces e invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para acrecentar la gloria de esta misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y por la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”.

El hecho de que la definición dogmática llegara después de tantos siglos puede hacer creer al despistado lector, erróneamente desde luego, que solo recién a partir de la misma la Asunción se convirtió en objeto de fe para los católicos. En realidad, si bien es cierto que la definición constituye a este misterio como objeto de fe “divina y católica”, “se trataba de una creencia constante del pueblo fiel documentada al menos desde el siglo V. Tan arraigada estaba en la fe de las naciones que en 1638 el rey Luis XIII de Francia no dudó en consagrar su reino a la Santísima Virgen bajo el misterio de su Asunción, declarándola su patrona y protectora y mandando que el 15 de agosto de cada año se celebrase su fiesta con solemne pompa. A nivel teológico, el gran impulso lo recibió la doctrina de la Asunción de los estudios suscitados con ocasión de la proclamación de la Inmaculada Concepción por el beato Pio IX, que inauguró la era de la llamada Mariología científica moderna” (ENCICLOPEDIA CATÓLICA ONLINE, entrada Historia del dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María). De modo que el acto magisterial de Pío XII no hizo más que sancionar aquello que ya pertenecía al acervo de la fe cristiana. 

Como curiosidad, si bien el asunto no carece de importancia en absoluto, podemos apuntar las distintas posturas que aún hoy subsisten en torno a las circunstancias en que se produjo la Asunción, vale decir, si hubo o no muerte previa de la Madre de Dios, tema al que el Papa evitó cuidadosamente referirse al definir el dogma, dejándolo, como materia opinable, a la disputa de los teólogos, si bien parece más verosímil sostener que haya compartido en todo la suerte del Hijo, también en la muerte. A este respecto, existe desde antiguo el concepto de “dormición”, más propio de la tradición oriental, para referirse a este hecho: la Virgen, más que morir, se habría “dormido en el Señor”, viéndose libre de este modo de la corrupción del sepulcro. 

Si la Inmaculada Concepción representa el estadio inicial de la existencia terrena de María, su gloriosa Asunción representa su estadio final, el culmen lógico del desarrollo progresivo de su plenitud de gracia y de su santidad” (Ibid.). Como lo señala el mismo Pío XII en la bula de la definición, Munificentissimus Deus, las “razones y consideraciones de los Santos Padres y de los teólogos tienen como último fundamento la Sagrada Escritura, la cual nos presenta al alma de la Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo y siempre partícipe de su suerte (…) Desde el siglo II María Virgen es presentada por los Santos Padres como nueva Eva estrechamente unida al nuevo Adán, si bien sujeta a él, en aquella lucha contra el enemigo infernal que, como fue preanunciado en el protoevangelio (Génesis, 3, 15), habría terminado con la plenísima victoria sobre el pecado y sobre la muerte, siempre unidos en los escritos del Apóstol de las Gentes (cfr. Romanos, cap. 5 et 6; I Corintios, 15, 21-26; 54-57). Por lo cual, como la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y signo final de esta victoria, así también para María la común lucha debía concluir con la glorificación de su cuerpo virginal; porque, como dice el mismo Apóstol, cuando… este cuerpo mortal sea revestido de inmortalidad, entonces sucederá lo que fue escrito: la muerte fue absorbida en la victoria (I Corintios, 15, 54)” (n. 32). 

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