7/6/14

EL LAICISMO, POR EL PADRE CASTELLANI


Carta a un Senador de la Provincia

Señor legislador y amigo:

Su epístola me sorprende. Es ingenuo preguntarle a un cura que piensa de la Escuela Laica. ¿Usted también es de los que creen que soy un cura liberal? Sospecho que es una desas consultas médicas por sorpresa que hacemos a los doctores amigos de sopetón en la calle:

- Che, hace días que tengo sensible la cintura, un dolorcito en la amígdala y ganas de pegarle al portero cuando me levanto; ¿qué te parece?

- ¡Que deberías hacerte ver!

Sí. Sospecho que usté quiere que le haga gratis el discurso. Y yo no sé hacer discursos. Lo que opino, bien sabe usté que es igual a lo que usté opina. 

¿Usté opina que el laicismo en la Argentina es un cuento del tío?... 

Yo también.

Justamente, acabo de ver un periodiquito de Tandil, llamado "Germinal - Periódico Socialista - Aparece los Jueves", con un larguísimo cocido titulado: "Hay que reconquistar la escuela laica". Si hay que reconquistarla, pri­mero fue una conquista. Quiere decir que no estaba aquí; nos vino de afuera, armada y violenta. No era de aquí, no estaba en la tradición, y la dejaron entrar nuestros mayores por quién sabe que fatídica flojera, como a los gorriones y al sorgo de Alepo, creyéndola un gran progreso.

Pero yo tengo hoy templado el instrumento y las payadas me gustan. Usté reducirá a estilo parlamentario lo que Dios me inspira acerca desa cuestión compleja; pero yo se lo voy a dar en dos preguntas secas, una pregunta filosófica y una pregunta política, contestadas a la criolla, no más; y si se descuida, se las pongo en verso:

1. ¿Debe el Estado tener una Religión?

2. ¿Debe el Estado Argentino enseñar la religión cristiana en sus propias escuelas?


1. ¿Debe el Estado tener una religión?

Llámase Estado la parte estructural de la Sociedad. La Sociedad, como tal, es más que el Estado. "La Sociedad es un ente colectivo orgánico", dice Dilthey, es decir, una gran reunión de familias organizadas en vista de una común convivencia. Un ente colectivo no tiene alma sino en sentido analógico; "las naciones como naciones no tienen juicio final", decía San Agustín, anoser que se les adscriba como alma ese espíritu objetivo de que hablan hoy los doctos, que algunos, filosóficamente mal calibrados, conciben en forma sustantiva. Pero los individuos, que son la realidad material de la sociedad, tienen alma; y tienen religión en su inmensa mayoría y casi necesariamente; cosa que es de fácil comprobación en el Censo General de la República Argentina, por un lado, y en las conclusiones de los más autorizados sabios por otro, que asignan al efecto de la religiosidad raíces instintivas y lo consideran inextirpable en el hombre. Psicológicamente, el hombre es animal religiosum, como lo llamó Cuvier. Si usté le quita la religión, el pueblo segrega superstición.

Siendo esto así, si esos individuos agrupados en familias y encuadrados por una construcción cultural que llamamos Estado tienen su religiosidad y han de coexistir como nación en convivencia pacífica, es necesario de toda necesidad que se pongan de acuerdo acerca de la religión, tanto o más necesario que acerca de las otras cosas de que trata la Constitución. Cuentas claras conservan amistades.

Dije "que se pongan de acuerdo acerca de la religión". No dije que todos tengan la misma religión -ideal histórico de la Cristiandad europea medieval-. Ni dije que los más impongan coactivamente su religión a los menos -ideal jurídico del Imperio Romano en tiempo de las Diez Persecuciones-. Ni dije que los menos impongan por las armas su religión a los más ideal del Primer Islam-. Ni dije, en fin, que nadie cure de la religión de nadie y el Estado haga como que la ignora -ideal pseudoliberal del siglo XIX-.

Dije que hay acuerdo social, estadual, político también, acerca de la religión en esta colectividad humana concreta que existe hic et nunc en este espacio y este tiempo -ideal cristiano del Estado pluralista moderno-.

El error fundamental del hoy anciano Ideal Pseudo-Liberal fue pretender eludir ese acuerdo ineludible -en lo cual se mostró flojo político- pretendiendo que la religión sería de hoy en más asunto privado -en lo cual se mostró flaco filósofo-. En efecto, la religión, si es humana, será por fuerza también externa, y más aún que externa, social, y por fuerza, siendo social, jerárquica; y tendrá por ende que irrumpir forzosamente en la vida pública. 

Es claro que el liberalismo del siglo pasado, en el fino fondo de su mente, lo sabía perfectamente. Su íntimo inconfesable anhelo -o al menos inconsciente tendencia- era simplemente eliminar la religión como realidad tout court, tanto en lo público como en lo privado, empezando por lo primero. Coincidía, pues, en el fondo, con el ideal jurídico del Imperio Cesáreo de Nerón o Tiberio, y desde el punta de vista teológico se reducía a un ateísmo condescendiente y disfrazado. El repulsivo Renán es su tipo más representativo. Cousin expresó su doxología cuando opinó prudentemente que la religión "era buena para las clases populares". Más allá, en el fondo, los ilumina a ambos la sonrisa hipócrita y corrompida de Voltaire. que comulgaba en Ferney "para dar buen ejemplo a sus colonos".

Para confirmar todo esto, si es que lo necesita, a saber, que el laicismo hoy día es sólo una táctica y el liberalismo siempre fue un ateísmo latente, cosa que los liberales ingenuos como Emile Faguet y Emilio Ravignani ignoran, mire qué Santo Padre le voy a citar a usté: el hebreo Carlos Marx. Carlos Marx se ha encargado de demostrarlo, con argumentación cerrada y contundente, en uno de sus opúsculos teóricos poco conocidos, Dic Juden Frage (La Cuestión Judía). ¿No fue Carlos Marx, por ventura, el cirujano irascible que practicó al liberalismo la cesárea y le arrancó a bisturí seco el pequeño monstruo que tenía ectópicamente enquistado, adaptándolo luego por suyo con el nombre de "Religión-Opio-del-Pueblo"? De ahí viene, según el proceso dialéctico, la actual anemia del liberalismo rusoniano, que ni Vaz Ferreyra, ni Ortega y Gasset, ni Don Luigi Sturzo creo que van a poder reanimar, por más que soplen: sus reservas orgánicas alimentan a son insu et malgré lui a su feroz neroncito entenado y sublevado, a su hijo adulterino insubordinado y matricida, el marxismo comunista.

Aetas patrum, pejor avis, tulit
nos nequiores, mox daturos 
progeniem vitiosiorem... 

Esto viene inevitablemente por fingir o ignorar hechos que no se pueden abolir, y trascurar realidades sociales que exigen regulamento político. Le voy a contar un caso que no es cuento, sino que pasó verdaderamente -ojalá no- en su provincia de usté, llamada por antonomasia la Provincia. Dos hombres fuertes y derechos trabajaban una estancia a medias, allá por el Sur; uno, dueño del campo y magnífico gaucho; otro, ingeniero agrónomo y excelente muchacho. Se querían como hermanos, con una desas fibrosas amistades varoniles que engendra el común trabajo, afición y riesgo, acendrada por años y años de camaradería desde la escuela. Una vez se instaló en la estancia una mujer joven, pobre, huérfana, parienta de uno de ellos, acogida por patriarcal solidaridad y hospitalía. Nunca antes había habido entre ellos la menor diferencia. Y bueno, antes de un año se pelearon los dos de tal modo, que uno mató al otro de un tiro, dio con sus huesos en Ushuaia y perdió todo; perdió hasta la pobre mujer, que hubo de desaparecer después del hecho, aplastada sentimental y socialmente quizá para siempre.

¿Todo "culpa de la maldita hembra", como dijo la gente de Campo l'Overo? No, señor; culpa de los dos varones. Culpa de que en el contrato de aquel año fatal los dos hombres imprudentemente pasaron por alto, como si no existiese, un pequeño y trascendental asunto privado, callando cada uno al otro su pequeña solución secretamente acariciada.

Había que haberlo liquidado a tiempo y francamente. Ella, ¿qué culpa tenía de existir y ser hermosa?

Esto es una parábola. Algo así es lo que le ha pasado al seudoliberalismo novecentesco tipo Rousseau -recuerde usté los sucesos de España-, por decretar la no existencia del sentimiento religioso a los fines del gobierno público. La religión, ¿qué culpa tiene de existir y ser atractiva? justamente en el momento que el lince don Manolo Azaña declaraba la desaparición repentina de la religión de España, se le levantaban los navarros con más furor carlista que en tiempo del cura Santa Cruz, y el populacho de Madrid y Barcelona quemaba iglesias y asesinaba frailes, lo cual es también una manera de ser religioso al revés. La religión existe tercamente en el orden individual, y por ende necesariamente también en el orden estatal, por el caso de ser la nación, como enseñan los filósofos, una sociedad suprema (societas perfecta), que atinge por fuerza, en virtud de su naturaleza, totum sed non totaliter, todo el ámbito de la realidad social humana, y por tanto, también las manifestaciones sociales del sentimiento religioso, el más complejo y último de todos los afectos intelectuales, pero también el más tenaz y violento de todos.

La religión y la moral son asuntos privados, para Cavour. El hombre dejado solo se vuelve bueno de por sí, dijo Rousseau. El hombre que tiene plata es necesariamente virtuoso, creía Adam Smith. ¡Qué dogmas más cómodos para un gobernante!... Al principio. Pero, después, empieza a aparecer poco a poco y siniestramente que el Estado puramente económico y administrativo es un campo ventajosísimo para el logrero y el vivillo, donde la virtud acaba por volverse un handicap para sí misma; y que un pueblo sin religión y moral se vuelve ingobernable, anoser por medio de atroz tiranía, según la ley de los dos termómetros, de Donoso Cortés. La única vía de alcanzar el generoso ideal del liberalismo (o sea la humana y decente libertad posible al hombre), es renunciar a la ciega política del liberalismo. El liberalismo confunde fines con medios, cumbres con caminos; ése es su fatal destino. Es, como dijo Chesterton, "una verdad cristiana que se ha vuelto loca".

Un ejemplo es la Escuela Argentina. La Escuela Estatal Argentina ha conseguido en la Capital Federal -a costa de grandísimo derroche de dinero- la victoria contra el analfabetismo que era su último fin; y hela ahí convicta y confesa de quiebra total como educadora y forjadora del espíritu nacional: el esfuerzo de la escuela argentina desemboca en formar lectores de Crítica. "La República Argentina actualmente no es radical ni conservadora: es botanista", me decía no ha mucho un joven y perspicaz político argentino. No digo que no haya en esa escuela muchos valores personales altísimos; al contrario, el honor del pobre y extenuado magisterio argentino es uno de los más limpios del mundo; pero ellos no ocultan, antes bien hacen más patético el notorio fracaso del sistema y de sus equipos dirigentes, supeditados a la política, e impares a su sacra responsabilidad. El público que proporciona más de 600 representaciones seguidas en 1939 a un bodrio teatral animalesco y degradante de un tal Marco Bronenberg -para dar un ejemplo concreto- llamado No hay suegra como la mía, en que actores y sala se revuelcan cerdunamente tres horas en una gran comunión orgiástica de carcajadas bestiales, alusiones obscenas, gritos de animales, guaranguerías indecentes, chistes de tercera calidad y payasadas soeces -¡oh manes de Calderón y de Lope!-; el público de los pasquines y de las carreras, el público del entierro de Carlitos Gardel, esa pobre masa perfectamente indefensa y ya contaminada de la Capital Federal, preparada ya a todas las explosiones, es el producto más sincero del Consejo Nacional de Educación de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Se me aprieta el corazón al decirlo, porque así lo creo. Pero tengo que decirlo.

Suma: la historia contemporánea está desplazando de todas partes, con fuerza incontrastable, el Estado Económico de Adam Smith en favor del Estado Ético. El Estado Ético no puede serlo sin ser por repercusión en alguna manera religioso. El laicismo es una antigualla. Los laicistas son propiamente reaccionarios. 


2. ¿Debe el Estado Argentino enseñar la religión en sus propias escuelas? 

Yo pregunto, a mi vez: ¿De dónde salen tales Escuelas? ¿Quién le manda al Estado Argentino ser Maestrescuela?

Un buen Estado tiene obligación y mandato de conseguir que haya en sus ámbitos buenas escuelas; muy bien. Pero para tal cosa no es forzoso, ni siquiera conducente, que las tenga que hacer -y monopolizar, que es lo más grave- él mesmo por sí mesmo, para lo cual la experiencia lo reputa inadaptado y la ciencia lo demuestra injusto.

Que monopolice los pozos de petróleo, ¡bien! -protesta, sin embargo, Standard Oil, y es oída.

Que monopolice los ferrocarriles, ¡óptimo! -si es ya capaz de hacerlo sin derroches ni déficit.

Que coordine los trasportes, ¡pase! -con tal que no se encadene ni se venda.

Pero monopolizar la Escuela, eso no debe pasar. Es un grave error político y un serio traspié pedagógico, que casi siempre procede de raíz maligna y que siempre se paga caro.

Un Estado derecho es aquel que estimula, dirige y controla la iniciativa próxima (familiar y gremial), de tal modo que las buenas escuelas se obtengan con certeza y economía de parte de aquellos a quienes ellas competen e interesan más inmediata y naturalmente, es decir, los padres de familia y las profesiones. El Estado debe ser aquí primer motor y no rodaje intermedio. Si aquéllos defectan, entonces solamente entra a tallar el Estado en función supletoria. Tal es el caso de Inglaterra, Yanquilandia y Holanda, por ejemplo.

Pero puesto que ése no es el caso de la Argentina, y aquí es la Escuela Fiscal la que lucha con ingente derroche de dinero contra el acridio Analfabetismo, ¿débese enseñar, sí o no, en esas escuelas la religión de Cristo?

Mi señor senador: la religión de Cristo es la religión de la mayoría nacional; es la religión de nuestros muertos, de nuestros Padres y de nuestros Grandes, es la más antigua y extendida del Universo; así como, para nosotros dos, es la única verdadera. En nuestro país, el Estado sostiene o defiende su culto, la Carta Magna la impone al Presidente, y también, implícitamente -por la fórmula del juramento-, a los altos magistrados; y la sangre, la raza y la historia la imponen a los súbditos, empezando por los pobres indígenas hoy abandonados, cuya conversión la Constitución prescribe -¡qué sarcasmo!- haciendo un eco al Testamento de nuestra Madre Santa Isabel la Católica. ¿Usté me pregunta si esta religión se debe enseñar en las escuelas del Estado Argentino?

Oiga, señor, senador. Cuando tuve el honor y el gusto de conocerlo, y me lo presentaron a usté en San Antonio de Areco, le oí a usté una exclamación de estilo masculino que se me acuerda ahora como la respuesta más breve y apropiada a la segunda pregunta, dados todos estos antecedentes.

¿Si se debe enseñar o no el cristianismo a los argentinos pichones, usté me pregunta?

¡Descreo en Buda, en Mahoma y en la pata de Martín Lutero! ¡ Y qué otra cosa quieren enseñar, entonces! Disculpe la alusión, reciba la expresión de mi estima y mande a un fiel servidor y amigo.


Extracto de "Ensayos Religiosos" del Padre Leonardo Castellani.

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