Subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso.
85. No sólo hay que creer en la resurrección de Cristo sino también en su ascensión, gracias a la cual subió al cielo a los cuarentas días. Y por eso se dice en el Credo: "Subió a los cielos".
En lo que toca a este misterio, hay que tener en cuenta TRES aspectos: su sublimidad, su conveniencia racional, su utilidad.
A) La ascensión fue, de veras, SUBLIME, porque Cristo ascendió a los cielos. Y ello se entiende de un TRIPLE sentido.
PRIMERO, subió por encima de todos los cielos materiales. En efecto, dice el Apóstol a los Efesios: Subió más allá de todos los cielos (4, 10). Cristo fue el primero en realizar tal cosa. Porque antes el cuerpo terreno no existía sino en la tierra, tanto que incluso Adán estuvo en un paraíso terrenal.
SEGUNDO, subió por encima de todos los cielos espirituales, es decir, por sobre todas las naturalezas espirituales, como escribe San Pablo a los Efesios: El Padre hizo que Jesús se sentara a su diestra en los cielos, por sobre todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación, y por sobre todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el futuro; y puso todas las cosas bajo sus pies (1, 20).
TERCERO, subió hasta el trono del Padre. En efecto, de Él dice Daniel: He aquí que sobre las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre, y llegó hasta el Anciano de días (Dan. 7, 13). Y en San Marcos leemos: El Señor Jesús, después de haberles hablado, fue elevado al cielo y está sentado a la diestra de Dios (16, 19).
86. Cuando se habla de "la diestra de Dios", esta expresión no debe entenderse de una manera corporal, sino en un sentido metafórico. Porque si la expresión "está sentado a la diestra del Padre" se entiende de Cristo en cuanto que es Dios, lo que se quiere afirmar es su igualdad con el Padre; si, en cambio, se entiende de Él en cuanto hombre, se quiere decir que goza de los bienes más eximios. Tal es la excelencia que ambicionó el diablo: Escalaré el cielo, sobre los astros de Dios levantaré mi trono; me sentaré en el monte de la alianza, hacia el septentrión; sobrepujaré la altura de las nubes, semejante seré al Altísimo (Is. 14, 13). Vano intento que sólo alcanzó Cristo, por lo cual se dice en el Credo: "Subió al cielo y está sentado a la diestra del Padre". Leemos en el Salterio: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra (Ps. 109,1).
87. B) En segundo lugar, la ascensión de Cristo a los cielos fue CONFORME LA RAZÓN, y ello por TRES motivos.
PRIMERO, porque el cielo se le debía a Cristo por razón de su naturaleza. En efecto, lo natural es que cada ser retorne al lugar de origen. Ahora bien, el principio original de Cristo es Dios, que está por encima de todo. Jesús mismo lo dijo a sus discípulos: Salí del Padre y vine al mundo: ahora dejo el mundo, y voy al Padre (Jo. 16, 28). Y a Nicodemo: Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo (Jo. 3, 13). Y aunque es cierto que los santos suben al cielo, sin embargo no lo hacen de la misma manera que Cristo; porque Cristo subió allí por su propio poder, en cambio los santos suben atraídos por Cristo, como se lee en el Cantar: Llévame en pos de ti (1, 3). Puede incluso decirse que nadie asciende propiamente al cielo sino Cristo, ya que los santos no ascienden sino en cuanto son miembros de Cristo, que es la cabeza de la Iglesia. Cristo dijo: Donde estuviere el cuerpo, allí se juntarán las águilas (Mt. 24, 28).
SEGUNDO, porque el cielo se le debía a Cristo por razón de su victoria. En efecto, Cristo fue enviado al mundo para luchar contra el demonio, y de hecho lo venció, por lo que mereció ser exaltado sobre todas las cosas. Yo vencí -dice el Señor- y me senté con mi Padre en su trono (Ap. 3, 21).
TERCERO, porque el cielo se le debía a causa de su humildad. En efecto, ninguna humildad es tan grande como la humildad de Cristo, que siendo Dios quiso hacerse hombre, y siendo Señor quiso tomar la condición de siervo, hecho obediente hasta la muerte (cf. Filip. 2, 7), y descendió hasta los infiernos, por todo lo cual mereció ser exaltado hasta el cielo, al trono de Dios. Porque la humildad es el camino que conduce a la exaltación, según aquello que dijo el Señor: El que se humilla será exaltado (Lc. 14, 11). En el mismo sentido escribía San Pablo a los Efesios: El que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos (4, 10).
88. C) En tercer lugar, la ascensión de Cristo fue ÚTIL por TRES motivos.
PRIMERO, por razón de conducción, porque subió al cielo para llevarnos a nosotros allí. Ignorábamos nosotros el camino, pero Él mismo nos lo mostró: Ascendió -dice Miqueas-, abriendo un camino delante de ellos (2, 13). Y también para garantizarnos la posesión del reino celestial, según dijo a los Apóstoles: Voy a prepararos un lugar (Jo. 14, 2).
SEGUNDO, por razón de la seguridad que nos ofrece. Pues subió al cielo para interceder por nosotros. Dice la Escritura: Se acercó a Dios, y está siempre vivo para interceder por nosotros (Hebr. 7, 25). Por lo cual escribe San Juan: Tenemos un abogado junto al Padre, Jesucristo (1 Jo. 2, 1).
TERCERO, para atraer hacia Él nuestros corazones. Donde está tu tesoro -dice el Señor-, allí está también tu corazón (Mt. 6, 21); y para que menospreciemos las cosas temporales, como exhorta el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de lo alto, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios; saboread las cosas de lo alto y no las de la tierra (Col. 3, 1).
En lo que toca a este misterio, hay que tener en cuenta TRES aspectos: su sublimidad, su conveniencia racional, su utilidad.
A) La ascensión fue, de veras, SUBLIME, porque Cristo ascendió a los cielos. Y ello se entiende de un TRIPLE sentido.
PRIMERO, subió por encima de todos los cielos materiales. En efecto, dice el Apóstol a los Efesios: Subió más allá de todos los cielos (4, 10). Cristo fue el primero en realizar tal cosa. Porque antes el cuerpo terreno no existía sino en la tierra, tanto que incluso Adán estuvo en un paraíso terrenal.
SEGUNDO, subió por encima de todos los cielos espirituales, es decir, por sobre todas las naturalezas espirituales, como escribe San Pablo a los Efesios: El Padre hizo que Jesús se sentara a su diestra en los cielos, por sobre todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación, y por sobre todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el futuro; y puso todas las cosas bajo sus pies (1, 20).
TERCERO, subió hasta el trono del Padre. En efecto, de Él dice Daniel: He aquí que sobre las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre, y llegó hasta el Anciano de días (Dan. 7, 13). Y en San Marcos leemos: El Señor Jesús, después de haberles hablado, fue elevado al cielo y está sentado a la diestra de Dios (16, 19).
86. Cuando se habla de "la diestra de Dios", esta expresión no debe entenderse de una manera corporal, sino en un sentido metafórico. Porque si la expresión "está sentado a la diestra del Padre" se entiende de Cristo en cuanto que es Dios, lo que se quiere afirmar es su igualdad con el Padre; si, en cambio, se entiende de Él en cuanto hombre, se quiere decir que goza de los bienes más eximios. Tal es la excelencia que ambicionó el diablo: Escalaré el cielo, sobre los astros de Dios levantaré mi trono; me sentaré en el monte de la alianza, hacia el septentrión; sobrepujaré la altura de las nubes, semejante seré al Altísimo (Is. 14, 13). Vano intento que sólo alcanzó Cristo, por lo cual se dice en el Credo: "Subió al cielo y está sentado a la diestra del Padre". Leemos en el Salterio: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra (Ps. 109,1).
87. B) En segundo lugar, la ascensión de Cristo a los cielos fue CONFORME LA RAZÓN, y ello por TRES motivos.
PRIMERO, porque el cielo se le debía a Cristo por razón de su naturaleza. En efecto, lo natural es que cada ser retorne al lugar de origen. Ahora bien, el principio original de Cristo es Dios, que está por encima de todo. Jesús mismo lo dijo a sus discípulos: Salí del Padre y vine al mundo: ahora dejo el mundo, y voy al Padre (Jo. 16, 28). Y a Nicodemo: Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo (Jo. 3, 13). Y aunque es cierto que los santos suben al cielo, sin embargo no lo hacen de la misma manera que Cristo; porque Cristo subió allí por su propio poder, en cambio los santos suben atraídos por Cristo, como se lee en el Cantar: Llévame en pos de ti (1, 3). Puede incluso decirse que nadie asciende propiamente al cielo sino Cristo, ya que los santos no ascienden sino en cuanto son miembros de Cristo, que es la cabeza de la Iglesia. Cristo dijo: Donde estuviere el cuerpo, allí se juntarán las águilas (Mt. 24, 28).
SEGUNDO, porque el cielo se le debía a Cristo por razón de su victoria. En efecto, Cristo fue enviado al mundo para luchar contra el demonio, y de hecho lo venció, por lo que mereció ser exaltado sobre todas las cosas. Yo vencí -dice el Señor- y me senté con mi Padre en su trono (Ap. 3, 21).
TERCERO, porque el cielo se le debía a causa de su humildad. En efecto, ninguna humildad es tan grande como la humildad de Cristo, que siendo Dios quiso hacerse hombre, y siendo Señor quiso tomar la condición de siervo, hecho obediente hasta la muerte (cf. Filip. 2, 7), y descendió hasta los infiernos, por todo lo cual mereció ser exaltado hasta el cielo, al trono de Dios. Porque la humildad es el camino que conduce a la exaltación, según aquello que dijo el Señor: El que se humilla será exaltado (Lc. 14, 11). En el mismo sentido escribía San Pablo a los Efesios: El que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos (4, 10).
88. C) En tercer lugar, la ascensión de Cristo fue ÚTIL por TRES motivos.
PRIMERO, por razón de conducción, porque subió al cielo para llevarnos a nosotros allí. Ignorábamos nosotros el camino, pero Él mismo nos lo mostró: Ascendió -dice Miqueas-, abriendo un camino delante de ellos (2, 13). Y también para garantizarnos la posesión del reino celestial, según dijo a los Apóstoles: Voy a prepararos un lugar (Jo. 14, 2).
SEGUNDO, por razón de la seguridad que nos ofrece. Pues subió al cielo para interceder por nosotros. Dice la Escritura: Se acercó a Dios, y está siempre vivo para interceder por nosotros (Hebr. 7, 25). Por lo cual escribe San Juan: Tenemos un abogado junto al Padre, Jesucristo (1 Jo. 2, 1).
TERCERO, para atraer hacia Él nuestros corazones. Donde está tu tesoro -dice el Señor-, allí está también tu corazón (Mt. 6, 21); y para que menospreciemos las cosas temporales, como exhorta el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de lo alto, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios; saboread las cosas de lo alto y no las de la tierra (Col. 3, 1).
Muy buenos articulos
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