7/4/14

EL CREDO COMENTADO POR SANTO TOMÁS DE AQUINO - ARTÍCULO 1


Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra.


10. La primera verdad que todos los fieles deben creer es que existe un solo Dios. Debemos, pues, considerar qué significa esta palabra: "Dios", que no es otra cosa que Aquel que gobierna y provee a todas las cosas. Por lo tanto, creer que Dios existe es creer que Él gobierna todas las cosas de este mundo y provee a su bien.

Al contrario, creer que todo sucede al azar, es no creer en la existencia de Dios. Sin embargo nadie hay tan insensato que no crea que los seres de la naturaleza son gobernados, ordenados y sometidos a una providencia, ya que se suceden según un orden determinado y según el ritmo de los tiempos.  Vemos, en efecto, cómo el sol, la luna, las estrellas y todos los otros seres de la naturaleza guardan un curso determinado, lo cual no sucedería si dependiesen del azar. En consecuencia si hubiere alguien que no creyere en la existencia de Dios, ese tal sería un insensato. Dice el Salmista: Dijo el necio en su corazón: no  existe Dios (Ps. 13, 1).

11. Sin embargo hay algunos que aún cuando creen que Dios gobierna y dispones las cosas naturales, niegan la acción de la Providencia de Dios sobre los actos  humanos, es decir, no creen que los actos humanos están gobernados por Dios. Aducen como razón el hecho de ver cómo en este mundo los buenos sufren y los malos prosperan, de donde pareciera que no hay providencia divina respecto de los hombres; por lo cual hablando en nombre de ellos se dice en el Libro de Job: Dios esta escondido allá entre las nubes, y se desinteresa de nuestros asuntos (22, 14).

Los que así piensan son muy estúpidos. Pues a ellos les ocurre como si algún ignorante en medicina viere al médico recetar a un enfermo agua, a otro vino, conforme lo piden las reglas de la medicina, y creyere, en su ignorancia, que eso lo hace el médico al acaso y no por un justo motivo.

12. Lo mismo debemos decir de Dios. Pues por justo motivo y por su providencia dispone Dios las cosas necesarias a los hombres; y así a algunos buenos los aflige y a algunos malos los deja gozar de prosperidad. Por eso quien crea que esto acaece por azar es un insensato, y se le tiene por tal, porque tal error no proviene sino de su ignorancia de la sabiduría y de las razones de gobierno divino. A este propósito se dice en el Libro de Job: Ojalá Dios te hiciera conocer los secretos de su sabiduría y la multiplicidad de su ley (11, 6). Por eso hay que creer con toda firmeza que Dios gobierna y dispone no sólo las cosas naturales sino también los actos humanos. En relación con esto se lee en la Escritura: Dijeron los malvados: "no lo verá el Señor, no se da cuenta el Dios de Jacob". Comprended, estúpidos del pueblo, insensatos, ¿cuándo vais a ser cuerdos? El que plantó el oído, ¿no oirá? El que formó el ojo, ¿no verá? ... Conoce el Señor los pensamientos de los hombres (Ps. 93, 7-11).

Dios ve, pues, todas las cosas, tanto los pensamientos de los hombres como los secretos de su voluntad. De aquí brota especialmente para los hombres la necesidad de obrar bien, porque todo lo que piensan y hacen manifiesto está a la mirada divina. Bien dice el Apóstol: Todo está desnudo y patente a los ojos del Señor (Hebr. 4, 13).

13. Pues bien, debemos creer que este Dios que dispone y gobierna todas las cosas es un sólo Dios. He aquí la prueba: el gobierno de las cosas humanas esta bien ordenado cuando un solo hombre gobierna y rige la multitud. En efecto, cuando son muchos los jefes, generalmente brotan las disensiones entre los súbditos. Y como el gobierno divino es superior al gobierno humano, es claro que el mundo no está regido por muchos dioses sino por uno solo. 

14. CUATRO son las razones que han movido a los hombres a creer en la pluralidad de los dioses.

LA PRIMERA es la flaqueza de la inteligencia humana. En efecto, hubo hombres cuya debilidad intelectual los hizo incapaces de elevarse por encima de los seres corporales, no creyendo que hubiese algo más allá de la naturaleza de los cuerpos sensibles; y por eso entre estos cuerpos a los que les parecieron más hermosos y más dignos, los tuvieron por preeminentes y gobernantes del mundo, rindiéndoles también un culto divino, como por ejemplo los cuerpos celestes, el sol, la luna y las estrellas. Pero a éstos les ocurre lo que a uno que fue a la corte de un  rey: queriendo ver al rey, creía que cualquiera bien vestido o cualquier funcionario era el rey. Esta gente, dice el Libro de la Sabiduría, mira el sol, la luna, la bóveda de las estrellas, como si fueran dioses que gobiernan el universo (13, 2). Pero Dios les advierte: Alzad al cielo vuestros ojos, y bajadlos para mirar la tierra: porque los cielos como humo se disiparán, y la tierra se gastará como un vestido, e igualmente perecerán sus moradores. Pero mi salvación será eterna y mi justicia no tendrá fin (Ps. 51, 6).

15. LA SEGUNDA razón proviene de la adulación de los hombres. Algunos, en efecto, queriendo adular a los señores y a los reyes, les tributaron el honor debido a Dios, obedeciéndoles y sujetándose a ellos; y algunos de entre ellos los hicieron dioses después de la muerte, y a otros aun en vida los declararon dioses. Así leemos en Judit: Todos los notables de Holofernes decían entre sí: Sepan todas las naciones que Nabucodonosor es el dios de la tierra y que no hay otro fuera de él (5, 29).

16. La TERCERA causa proviene del afecto carnal a los hijos y consanguíneos. En efecto, algunos, por excesivo amor a los suyos, le erigían estatuas después de su muerte, y de ello se siguió que a esas estatuas les rindieran culto divino. De éstos dice la Sabiduría: Dieron los hombres a piedras y maderos el nombre incomunicable, porque cedieron demasiado a su afecto o porque honraron exageradamente a sus reyes (14, 21). 

17. En CUARTO lugar, por la malicia del diablo. Pues éste desde el comienzo quiso igualarse a Dios, por lo que dijo: Sobre las estrellas de Dios levantaré mi trono, escalaré los cielos y seré semejante al Altísimo (Is. 14, 13-14). Ahora bien, nunca ha revocado dicha decisión, por lo cual todo su esfuerzo se dirige a hacerse adorar por los hombres y a que le ofrezcan sacrificios: no porque se deleite en que le ofrezcan un perro o un gato, sino que se deleita en que a él se le reverencie como a Dios, por lo cual se atrevió a decir a Cristo: Te daré todos los reinos del mundo con su gloria si postrándote me adorares (Mt. 4, 9). Por esta misma razón entraban los demonios en los ídolos y mediante ellos daban respuestas para ser venerados como dioses. Dice el salmo: Todos los dioses de las naciones son demonios (Ps. 95, 5), y el Apóstol escribe: Lo que sacrifican los gentiles, lo sacrifican a los demonios y no a Dios (1 Cor. 10, 20).

18. Verdaderamente es horrible que el hombre adore a otros dioses y no al único verdadero Dios. Sin embargo son numerosos los que frecuentemente cometen un pecado grande por una u otra de las cuatro causas que acabamos de enumerar. Y ciertamente, si no de boca ni de corazón, al menos con los hechos demuestran que creen en muchos dioses.

En efecto, aquellos que creen que los cuerpos celestes pueden constreñir la voluntad del hombre y que para obrar eligen tiempos determinados, estos tales consideran a los cuerpos celestes como dioses que dominan sobre los otros. Dios nos pone en guardia contra una conducta semejante: De los signos del cielo no os espantéis como los temen los gentiles. Porque las costumbres de las naciones son vanas (Jer. 10, 2).

Asimismo, todos los que obedecen a los reyes más que a Dios o en aquellas cosas en que no deben, hacen de sus reyes sus dioses, contra lo que se lee en los Hechos: Se debe obedecer a Dios antes que a los hombres (5, 29).

Igualmente aquellos que aman a sus hijos o a sus parientes más que a Dios, afirman en los hechos que para ellos hay muchos dioses. Así como los que aman la comida más que a Dios; de los cuales dice el Apóstol: Su dios es su vientre (Filip. 23, 19).

También todos aquellos que se entregan a la adivinación y a los sortilegios creen que los demonios son dioses, puesto que esperan de los demonios lo que sólo Dios puede dar, a saber, la revelación de alguna cosa oculta o el conocimiento de las cosas futuras.

En consecuencia, lo primero que se debe creer es que Dios es solamente uno.

19. Lo segundo que debemos creer es que este Dios es el creador que ha hechos el cielo y la tierra, las cosas visibles y las invisibles.

Y dejando a un lado por el momento razonamientos demasiados sutiles, demostraremos con un ejemplo sencillo nuestra proposición: todas las cosas han sido creadas y hechas por Dios. Si alguien entra a una casa, y ya en su misma puerta siente calor, y conforme va avanzando siente un calor más intenso, y más y más, pensará que adentro hay fuego, aun cuando no vea el fuego mismo que produce dicho calor. Algo semejante le ocurre a quién considera las cosas de este mundo. Porque encuentra que todas las cosas están dispuestas según diversos grados de belleza y de nobleza, y cuando más se acercan a Dios, tanto más hermosas y mejores las halla. He aquí por qué los cuerpos celestes son más hermosos y más nobles que los cuerpos inferiores, y las cosas invisibles más que las visibles. Debemos, pues, creer que todas estas cosas provienen del Dios uno, que da a cada cosa su existencia y su nobleza.

Dice el Libro de la Sabiduría: Vanos son todos los hombres que ignoran a Dios, y que por los bienes visibles no llegaron a conocer a Aquel que es, ni considerando las obras reconocieron al Artífice de ellas (13, 1), y más abajo: pues por la grandeza y hermosura de las creaturas se puede conocer y contemplar a su Creador (13, 5).

Hemos, pues de tener como cosa cierta que todo lo que está en el mundo viene de Dios.

20. En esta materia debemos evitar TRES errores.

El PRIMERO es el error de los Maniqueos, los cuales dicen que todas las cosas visibles son creadas por el diablo; y por lo mismo a Dios no le atribuyen sino la creación de las cosas invisibles. La causa de este error está en que afirman, conforme a la verdad, que Dios es el sumo Bien, y que todas las cosas que provienen del Bien, son buenas; pero no sabiendo discernir qué cosa sea mala y qué cosa sea buena, creyeron que todas aquellas cosas que son EN CIERTA MANERA malas son PURA y SIMPLEMENTE malas; y así, según ellos, el fuego, porque quema, es enteramente malo; y lo es el agua, porque ahoga; y así otras cosas. En consecuencia, por no ser bueno ninguno de los seres sensibles, sino que todos son en parte malos y deficientes, dijeron que todas las cosas visibles no son hechas por el Dios bueno sino por un dios malo.

Contra ellos propone San Agustín el siguiente ejemplo. Si uno entra a la casa de un obrero y allí encuentra instrumentos de trabajo contra los que tropieza, y que lo lastiman, y por ello juzgara que dicho obrero es malo, porque tiene tales instrumentos, sería un tonto, porque el obrero los tiene para su trabajo. Asimismo es absurdo decir: tales creaturas son malas porque en algo son nocivas; pues lo que para uno es nocivo, para otro es útil.

Este error es contra la fe de la Iglesia, y para excluirlo, en el Credo se dice: "De todas las cosas visibles e invisibles". Efectivamente, en el Génesis leemos: En el comienzo creó Dios el cielo y la tierra (1, 1), y en el evangelio de San Juan: Todas las cosas fueron hechas por Él (1, 3).  

21. El SEGUNDO es el error de los que afirman que el mundo es eterno. He aquí lo que San Pedro pone en los labios de esta gente: Desde que nuestros Padres murieron, todo permanece como desde el comienzo de la creación (2 Pe. 3, 4). 

Estos hombres llegaron a pensar así porque no supieron considerar el origen del mundo. Por lo cual, como dice Maimónides, a éstos les acontece lo que a un niño que desde su nacimiento fuese dejado en una isla, y que nunca viese a una mujer encinta, ni a un niño que nace; si a este niño se le dijese, una vez que se hace grande, cómo el hombre es concebido y llevado en el seno, y cómo nace, de ningún modo lo creería, porque le parecería imposible que el hombre pudiese estar en el seno de su madre. Así aquéllos, considerando el estado del mundo presente, no creen que haya tenido un comienzo.

También esto es contra la fe de la Iglesia. Por eso, para excluirlo, en el Credo decimos que Dios es "Hacedor del cielo y de la tierra".  Si la tierra y el cielo fueron hechos, es claro que no siempre existieron, por lo cual se dice de las creaturas en el Salmo 148,  5: Dijo, y fueron hechas.

22. El TERCERO es el error de los que afirman que Dios hizo el mundo de una materia preexistente. A ello fueron llevados porque quisieron medir el poder de Dios según nuestro poder humano, y como el hombre nada puede hacer sino de alguna materia preexistente, creyeron que lo mismo sucede con Dios. Y así dijeron que para la producción de las cosas Dios utilizó una materia preexistente.

Pero esto no es verdad. Porque si el hombre nada puede hacer sin una materia preexistente, ello se debe a que el hombre es causa parcial, y no puede dar sino tal o cual forma a una determinada materia proporcionada por otro. En efecto, su poder no se extiende sino a la forma y, en consecuencia, no puede ser causa sino de sólo ésta. Dios, en cambio, es la causa universal de todas las cosas, y no crea sólo la forma sino también la materia: ha hecho todo de la nada. Y por ello, para excluir este error, en el Credo se dice: "Creador del cielo y de la tierra".

Crear y hacer son dos cosas diferentes. Crear es hacer algo de la nada; hacer es producir algo a partir de una materia preexistente. Por lo tanto, si Dios hizo todo de la nada, hemos de creer que de nuevo podría hacer todas las cosas, si éstas fuesen destruidas; por eso puede devolver la vista al ciego, resucitar a un muerto, y hacer las demás obras milagrosas. El autor del Libro de la Sabiduría dice al Señor: Con sólo quererlo lo puedes todo (Sab. 12, 18).

23. De la consideración de esta doctrina el hombre es llevado a CINCO consecuencias prácticas.

PRIMERO, al conocimiento de la Majestad divina. Porque el que hace algo es superior a su obra, y como Dios es el hacedor de todas las cosas, es evidente que está por encima de todas ellas. Leemos en el Libro de la Sabiduría: Si los hombres seducidos por la bellaza de las creaturas las toman por dioses, sepan cuánto más hermoso es el Señor de ellas, porque es el Autor mismo de la belleza el que las ha hecho; y si fue el poder y la eficacia de esas creaturas los que los dejó sobrecogidos, deduzcan de ahí cuánto más poderoso es Aquel que las hizo (13, 3-4). Por eso todo lo que podemos comprender y pensar de Dios está por debajo de Él. Leemos en el Libro de Job: ¡He aquí el Dios grande, el que vence a nuestra ciencia! (36, 26).

24. SEGUNDO, a la acción de gracias. Porque si Dios es el creador de todas las cosas, resulta evidente que todo lo que somos y todo lo que tenemos, procede de Dios. Dice el Apóstol: ¿Qué cosa tienes que no la hayas recibido? (1 Cor. 4, 7), y leemos en el Salmo 23, 1: Del Señor es la tierra y cuanto ella contiene, el mundo y todos sus habitantes. Y por eso debemos tributarle acciones de gracias, y repetir con el Salmista: ¿Cómo podré corresponder al Señor por todas las mercedes que me ha hecho? (Ps. 115, 12).

25. TERCERO, a la paciencia en las adversidades. En efecto, si toda creatura viene de Dios, y por ello es buena según su naturaleza, con todo, si en algo nos daña una de ellas y nos produce pena, debemos creer que esta pena proviene de Dios mas no del pecado, porque ningún mal viene de Dios sino en cuanto está ordenado al bien. Si toda pena que el hombre sufre viene de Dios, debe el hombre soportarla pacientemente. Las penas, en efecto, purgan los pecados, humillan a los culpables, inducen a los buenos al amor de Dios. Si recibimos los bienes de la mano de Dios -decía Job-, ¿por qué no aceptamos también los males? (Job 2, 10).

26. CUARTO, al uso recto de las cosas creadas. Porque debemos usar de las creaturas para aquello en orden a lo cual fueron hechas por Dios. Ahora bien, Dios las hizo para dos cosas: ante todo para su gloria, porque, como dicen los Proverbios: El Señor ha hecho todas las cosas para sí mismo (es decir, para su gloria) (16, 4); y también para provecho nuestro, como lo declara Moisés: El Señor tu Dios ha hecho a estas creaturas para que estén al servicio de todas las naciones (Deut. 4, 19). Debemos, pues, usar de las cosas para la gloria de Dios, o sea, que al usarlas agrademos a Dios; y también para nuestro provecho o sea, de tal modo que al usarlas no cometamos pecado. Tuyas son las cosas -decía el Rey David al Señor- y te damos lo que hemos recibido de tu mano (1 Par. 29, 14). Por consiguiente, todo lo que tenemos, ciencia o belleza, todo debemos referirlo a Dios y usarlo para su gloria.

27. QUINTO, al conocimiento de la dignidad del hombre. Porque Dios hizo todas las cosas para el hombre, como se dice en el Salmo 8, 8: Todo lo pusiste bajo sus pies. Y entre todas las creaturas, el hombre es, después de los ángeles, la más semejante a Dios. El Señor dice en el Génesis: Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra (1, 26). Y esto, ciertamente, no lo dijo del cielo ni de las estrellas, sino del hombre. Pero no en cuanto a su cuerpo, sino en cuanto a su alma incorruptible y dotada de una voluntad libre, en lo cual se asemeja más a Dios que las demás creaturas. Por eso debemos considerar que, después de los ángeles, el hombre tiene mayor dignidad que las demás creaturas; y de ningún modo debe disminuir su dignidad por el pecado y por el apetito desordenado de las cosas corporales, que son inferiores a nosotros y que fueron hechas para nuestro servicio, sino que debemos comportarnos en nuestros actos conforme al designio que Dios tuvo al hacernos. Porque Dios hizo al hombre para que dominara sobre todos los seres que están en la tierra y para que se sometiese a Dios. Debemos, pues, dominar sobre las cosas y presidirlas; pero al mismo tiempo someternos a Dios, obedecerle y servirle. Así llegaremos al gozo de Dios. Que Él se digne concedérnoslo. 

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