La tradicional distinción entre Iglesia docente e Iglesia dicente reserva a la primera de ellas, constituida por el Papa, los obispos y, en dependencia de estos, los sacerdotes, la función propiamente magisterial, vale decir, de la transmisión autorizada de fe, en virtud de la sucesión apostólica. No obstante ello, cabe preguntarse cuál es la misión específica de los laicos, miembros de la Iglesia dicente, en relación a la enseñanza y defensa de la fe, en cuanto partícipes de la misión profética de Cristo por el bautismo.
Esta tarea de los laicos, que obedece de suyo a un motivo esencialmente teológico, como lo es el antes señalado, merece una consideración especial a la luz de las actuales circunstancias históricas, en que la creciente secularización de la vida moderna sustrae al grueso de la sociedad del influjo de los ministros sagrados. De particular actualidad resultan, por tanto, las palabras del Papa Pío XII: “Los fieles, y más precisamente los laicos, se encuentran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad humana. Por tanto ellos, ellos especialmente, deben tener conciencia, cada vez más clara, no sólo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia; es decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra bajo la guía del Jefe común, el Papa, y de los Obispos en comunión con él. Ellos son la Iglesia ...” (Discurso a los nuevos Cardenales, del 20 de febrero de 1946; cit. en JUAN PABLO II, Christifideles laici, n. 9).
Desde luego, las palabras del Sumo Pontífice se refieren a la misión propia del laicado católico, que es la de la información cristiana del orden temporal, pero en el contexto de la sociedad contemporánea, en que el lenguaje de la fe ha visto disminuido su alcance y la transmisión oficial de la doctrina cristiana en parroquias e instituciones eclesiales ha perdido notablemente su real eficacia, surge de hecho cada vez con más frecuencia la necesidad de que los laicos, prevalidos de una sólida formación doctrinal, estén prontos para dar respuesta a los constantes cuestionamientos que la post-modernidad eleva a la enseñanza de la Iglesia, e incluso a exponer con competencia el contenido de la fe y de la moral cristianas, conforme a la enseñanza del Concilio Vaticano II: “Mas como en nuestros tiempos surgen nuevos problemas, y se multiplican los errores gravísimos que pretenden destruir desde sus cimientos todo el orden moral y la misma sociedad humana, este Sagrado Concilio exhorta cordialísimamente a los laicos, a cada uno según las dotes de su ingenio y según su saber, a que suplan diligentemente su cometido, conforme a la mente de la Iglesia, aclarando los principios cristianos, defendiéndolos y aplicándolos convenientemente a los problemas actuales” (Apostolicam actuositatem, n. 6).
Esta necesidad ya ha encontrado cauce a través de la participación de los laicos en el ministerio de la catequesis y del acceso de los mismos a las facultades teológicas, pero es preciso subrayar además la urgencia de un testimonio de palabra y de obra que se manifieste en el ámbito social, como también lo afirma el Concilio: “[El] apostolado no consiste sólo en el testimonio de la vida: el verdadero apóstol busca las ocasiones de anunciar a Cristo con la palabra, ya a los no creyentes para llevarlos a la fe; ya a los fieles para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más fervorosa (…)” (Ibid.).
No debe dejarse de señalar, atendiendo también a la confusión que domina a este respecto aun en ambientes eclesiales, que de la diferencia, “esencial y no de grado” (CONCILIO VATICANO II, Lumen gentium, n. 10), entre el sacerdocio ministerial, propio de los obispos y presbíteros, y el sacerdocio real, común a todos los bautizados, derivan misiones también específicamente diferentes, que no deben ser confundidas; de ahí la advertencia que realizara hace unos años el papa Juan Pablo II: “Los diversos ministerios, oficios y funciones que los fieles laicos pueden desempeñar legítimamente en la liturgia, en la transmisión de la fe y en las estructuras pastorales de la Iglesia, deberán ser ejercitados en conformidad con su específica vocación laical, distinta de aquélla de los sagrados ministros” (Christifideles laici, n. 23). Es precisamente el tener en cuenta esta distinción lo que permitirá, entre otras cosas, el valorar el cometido y la alta misión que afecta a los laicos en la Iglesia de Cristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario