Habitualmente se recuerdan las dudas del Apóstol Santo Tomás (Jn. 14, 5 y Jn. 20, 19-27).
Hoy, en cambio, preferimos recordar el amor y el arrojo de Tomás, dispuesto a entregar su vida (Jn. 11, 16), lanzado totalmente a la evangelización de ignotas geografías, y fiel servidor de Cristo y la Iglesia, hasta su martirio en la India.
Sepamos decir como Santo Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn. 20, 28), ¡y vivir en consecuencia!
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