6/7/13

SAN AGUSTÍN, LA TRADICIÓN Y LOS PROTESTANTES

Por Mauricio Nicolás Pinto Vázquez


San Agustín anticipándose en más de mil años a la herejía protestante:

“Personas poco inteligentes, sin embargo, con respecto a las palabras del apóstol: «pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley» han pensado que quiere decir que la fe es suficiente para un hombre, incluso cuando lleva una mala vida, sin buenas obras”. Agustín de Hipona, Sobre la gracia y el libre albedrío. XVIII.

De nuevo San Agustín adelantándose varios siglos al "Sola Escritura" de los protestantes:

“No creería en el Evangelio, si a ello no me moviera la autoridad de la Iglesia católica”. Agustín de Hipona. C. ep. Man. 5,6; cf. C. Faustum 28,2.

San Agustín enseña como en la Iglesia se debe guardar todo lo que provenga de la Tradición, aunque no se halle escrito:

“...Todo lo que observamos por tradición, aunque no se halle escrito; todo lo que observa la Iglesia en todo el orbe, se sobreentiende que se guarda por recomendación o precepto de los apóstoles o de los concilios plenarios, cuya autoridad es indiscutible en la Iglesia. Por ejemplo, la pasión del Señor, su resurrección, ascensión a los cielos y venida del Espíritu santo desde el cielo, se celebran cada año. Lo mismo diremos de cualquier otra práctica semejante que se observe en toda la Iglesia universal”. Agustín de Hipona, Carta a Jenaro (Ep 54,1-2).

San Agustín, en una epístola que escribe contra los maniqueos (Contra epistolam Manichaei quam vocant fundamenti liber I) rechaza las objeciones que estos hacían en base a la Escritura para atacar a la Iglesia Católica. Responde que él cree en las Escrituras precisamente por su autoridad, y que si ellos inclusive lograran por medio de las Escrituras encontrar un testimonio contra ella, lo que lograrían es hacer que dejara de creer tanto en la Iglesia Católica, como en las Escrituras:

“En la Iglesia Católica, sin hablar de la sabiduría más pura, al conocimiento de la cual pocos hombres espirituales llegan en esta vida, de manera que la sepan, de la manera más extensa, efectivamente, porque son hombres, todavía con incertidumbre (ya que el resto de la multitud de gente deriva toda su seguridad no de la agudeza de intelecto, sino de la simpleza de la fe,) - Aun prescindiendo de la sincera y genuina sabiduría…, que en vuestra opinión no se halla en la Iglesia Católica, muchas otras razones me mantienen en su seno: el consentimiento de los pueblos y de las gentes; la autoridad, erigida con milagros, nutrida con la esperanza, aumentada con la caridad, confirmada por la antigüedad;la sucesión de los obispos desde la sede misma del apóstol Pedro, a quien el Señor encomendó, después de la resurrección, apacentar sus ovejas, hasta el episcopado de hoy; y en fin, el apelativo mismo de Católica, que son sin razón sólo la Iglesia ha alcanzado….Estos vínculos del nombre cristiano – tantos, tan grandes y dulcísimos- mantienen al creyente en el seno de la Iglesia católica, a pesar de que la verdad, a causa de la torpeza de nuestra mente e indignidad de nuestra vida, aún no se muestra...

... Si tú te encuentras con una persona que no cree aun en las Escrituras, ¿Cómo le contestarías si esta te dice que no cree? Por mi parte, no creeré en las Escrituras a menos que la autoridad de la Iglesia Católica me mueva a ello. Así que cuando aquellos en cuya autoridad yo he aceptado creer en las Escrituras me dicen que no crea en Maniqueo, ¿Qué más puedo hacer sino aceptarlo?. Escoge. Si tú dices, cree a los Católicos: Su consejo para mi es que no ponga mi fe en lo que tú dices; así que, creyéndoles, soy prevenido de creerte; - Si tú dices, No creas a los Católicos: Tú no puedes con rectitud utilizar las Escrituras para traerme a la fe en Maniqueo; porque fue bajo el mandato de los Católicos que yo creí en las Escrituras. - Nuevamente, si tú me dices, estabas en lo correcto al creer a los Católicos cuando ellos te dijeron que creas en las Escrituras, pero estabas equivocado al creer su vituperaciones en contra de Maniqueo: ¿Me crees tan tonto como para creer lo que a ti te da la gana y no te da la gana, sin ninguna razón? Así que es por eso más justo y más seguro, habiendo puesto a primera instancia mi fe en los católicos, no ir a ti, hasta que, en vez de que me insistas que te crea, me hagas entender algo de la manera más clara y abierta. Para convencerme, entonces, tienes que poner de lado las Escrituras. Si mantienes las escrituras, yo me apegaré a aquellos quienes me mandaron a creer en las Escrituras; y, en obediencia a ellos, no te creeré en lo absoluto.

Pero si por casualidad tienes éxito en encontrar en las Escrituras un testimonio irrefutable del apostolado de Maniqueo, debilitarías mi consideración para con la autoridad de los Católicos quienes me dicen que no te crea; y el efecto de esto será, que yo no creeré más en las Escrituras tampoco, porque fue a través de los Católicos que yo recibí mi fe en ellas; y así lo que sea que me traigas de las Escrituras no tendrá más peso para conmigo. Así que, si no tienes una prueba clara apostolado de Maniqueo encontrada en las escrituras, yo creeré a los Católicos en vez de a ti. Pero si tu encuentras, de alguna manera, un pasaje claramente a favor de Maniqueo, no les creeré ni a ellos ni a ti: ni a ellos, porque ellos me mintieron con respecto a Maniqueo; ni a ti, porque me estas citando esas Escrituras en las cuales he creído bajo la autoridad de "esos mentirosos". Pero lejos de que yo no vaya a creer en las Escrituras; creyendo en ellas, no encuentro nada en ellas que me haga creerte a ti”.

Volvamos ahora sobre objeciones protestantes.

Antes de finalizar es importante comentar otro argumento que utilizan los protestantes en contra de la Tradición apostólica, y que más bien se vuelve en su contra. A continuación lo transcribo del artículo citado.

“Es verdad que la Iglesia primitiva también ha sostenido el concepto de tradición en referencia a la costumbre y prácticas eclesiásticas. Se creía, frecuentemente, que tales prácticas habían sido heredadas de los apóstoles, aun cuando no podían ser necesariamente validadas por las Escrituras. Esta práctica, sin embargo, no involucraba la doctrina de la fe y frecuentemente eran contradictorios entre los diferentes segmentos de la Iglesia.

Un ejemplo de este se encuentra en los inicios del segundo siglo en la controversia sobre cuando celebrar la Resurrección. Algunas iglesias del Este la celebraban en días diferentes de aquellos del Oeste, pero cada una aseguraba que su práctica particular había sido heredada directamente de los apóstoles. En realidad, esto creó un conflicto entre el obispo de Roma, el cual exigía que los obispos del Este se sometieran a la práctica del Oeste. Ellos rehusaron, creyendo firmemente que estaban cumpliendo con la tradición apostólica”.

El primer error de este argumento, es afirmar gratuitamente que la Tradición que sostenía la iglesia primitiva se limitaba exclusivamente a prácticas eclesiásticas, de hecho ninguno de los textos patrísticos que se han citado permiten sacar una conclusión similar. Papías no hace excepción en cuanto a lo que aprendió por medio de las enseñanzas de viva voz, San Ireneo habla de cómo no se puede encontrar la verdad en las Escrituras si se desconoce la Tradición y como utilizaban esta Tradición para atacar las herejías (sería absurdo suponer que atacaba a los herejes con meras costumbres y prácticas eclesiásticas). Orígenes habla de la enseñanza de la Iglesia transmitida por los apóstoles a través de la tradición apostólica (aquí tampoco parece estarse limitando a cuestiones de mera disciplina eclesiástica). San Basilio el grande habla de “los dogmas y de los mensajes preservados en la iglesia” a través de la Tradición. Clemente de Alejandría habla de esta como la bendita doctrina derivada directamente de los apóstoles y San Agustín incluye en la Tradición lo expuesto por los concilios.

El segundo error es que el evento que mencionan precisamente demuestra cuán firmemente atesoraba la Iglesia primitiva la Tradición, al punto se casi producirse un cisma solo por mantenerla. A este respecto escribe el historiador José Orlandis:

“En el siglo II la Iglesia romana vio cómo se planteaban dos cuestiones de orden muy distinto, pero que cada uno tuvo a su manera una incidencia en su vida: la controversia pascual y los intentos de infiltración de las doctrinas gnósticas.

La controversia pascual surgió como consecuencia de las diferencias existentes entre la Iglesia Romana –a la que seguían casi todas las demás-, y las iglesias asiáticas a propósito del día de la celebración de la Pascua.

Pretendían esas iglesias que la celebración tuviera lugar el 14 del mes de Nisán, cualquiera que fuese el día de la Semana en que cayera -, mientras que la praxis romana, instituida oficialmente por el Papa Pio I, era que la Pascua se conmemorase siempre en domingo, el domingo siguiente a aquella fecha del 14 de Nisán. Aunque pueda parecer otra cosa, no se trataba de una cuestión baladí, puesto que la fecha de la Pascua condicionaba todo el ciclo litúrgico y era un signo tangible de comunión entre todas las iglesias.

Para tratar de resolver esta cuestión, y a pesar de su avanzada edad de más de 80 años, en tiempo del Papa Aniceto (155-166) se trasladó a Roma el venerable obispo de Esmirna (San Policarpo), que poco después moriría mártir. Pese a los esfuerzos de una y otra parte, fue imposible llegar a un acuerdo. Policarpo no podía renunciar a la tradición pascual de las iglesias de Asia, una tradición de raíz judeocristiana, que él aprendió del propio Apóstol Juan Evangelista, de quien fue discípulo directo; los dos obispos, ante la imposibilidad de lograr la unidad litúrgica, quisieron dejar constancia del mantenimiento de la paz entre ellos, y como signo visible de comunión, el Papa Aniceto hizo a Policarpo el honor de invitarle a celebrar la Eucaristía en su propia iglesia.

El problema se agravó a finales del siglo II, como consecuencia de la introducción de la liturgia de las iglesias asiáticas de algunas observancias de sabor judaizante, como el rito del cordero pascual. A la vista del sesgo que tomaba la cuestión, el Papa Víctor I (189-198), en un acto significativo de ejercicio de la potestad primacial, convocó la reunión de sínodos provinciales en las diversas iglesias, y todos ellos, salvo los de Asia, se mostraron de acuerdo con el uso romano. Los asiáticos se reafirmaron en su postura y, en nombre de ellos, el obispo Policrates de Éfeso escribió una vehemente misiva al Papa. Víctor I reaccionó con dureza y amenazó a los asiáticos con sanciones canónicas, incluida la excomunión.

La ruptura no llegó a consumarse, y a ello contribuyó la intervención apaciguadora de Ireneo de Lyon quien tras reiterar su adhesión a la observancia romana, pidió al Papa que no rompiera comunión con aquellas iglesias, por el apego que mostraban a sus antiguas tradiciones, siendo como era una misma la fe de todos. Víctor I acogió los ruegos de Ireneo, y con el tiempo, las iglesias asiáticas terminaron por aceptar la disciplina romana....”[61]

No hay que ser genio para darse cuenta del gran apego que tenían estos primeros cristianos por mantener la Tradición que habían recibido de los apóstoles, en la cual, inclusive en una cuestión litúrgica y no dogmática, estuvo a punto de producirse un cisma.

Así como la Sola Escritura no tiene fundamento bíblico, tampoco lo tiene desde el punto de vista patrístico. Si Iglesia primitiva hubiera pensado como piensa el protestantismo hoy, sufriría las consecuencia que estos están sufriendo sumergidos en una ola imparable de divisiones, en donde cada quien quiere imponer su interpretación privada de la Escritura aislados de la Tradición. El simple hecho de que los protestantes sepan cuáles son los libros de la Biblia lo deben a la Tradición, ya que en ningún libro de la Escritura se enumeran los libros de la misma. Los protestantes también se hacen los distraídos ante el hecho de que los primeros cristianos no tenían un canon del Nuevo Testamento completamente definido. El fragmento de muratori, el cual es el catálogo más antiguo de los libros del Nuevo Testamento no incluía todos los libros del canon que conocemos hoy. Así, aunque los libros que pertenecen hoy al canon del Nuevo Testamento fueron escritos en el primer siglo, el canon como tal vino a ser definido definitivamente al final del siglo IV.

Fuente: http://www.apologeticacatolica.org/Tradicion/TradicionN04.html

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