26/8/12

La base del verdadero patriotismo



¿En qué consiste el verdadero amor a la patria?
Es el esfuerzo santo y el trabajo sin desmayos para que sean respetados mi patria, mi pueblo, mi raza. La fe de mi pueblo ha de ser firme como las montañas, y si contribuyo a eso, amo a mi patria. La moral ha de ser brillante y pura como el ojo de los niños, y si trabajo en ello, amo a mi patria. La ciencia, el trabajo, la enseñanza deben ir dirigidas al mayor bien de mi patria.
El amor a la patria es capaz de lanzar un pueblo a las alturas sin que por ello haya de humillar o afrentar a otros pueblos.
El Catolicismo no enseña un patriotismo de discursos políticos grandilocuentes, ni de actos multitudinarios, ni de partidos políticos que buscan su propio beneficio.
El Catolicismo se coloca al lado de los hombres, y cuando el honor va menguando de manera espantosa, les dice: Sé honrado, no manches tus manos ni tu alma. Eso es patriotismo.
Las mayores bendiciones para el Estado brotan de la religión católica, porque inculca los deberes para con la patria al predicar los deberes para con Dios
El Catolicismo aparece a la vera de los esposos, y cuando la Revolución quiere destruir el fundamento de la sociedad, que es la familia, les dice: no destrocéis vuestros hogares con el divorcio. Eso es patriotismo.
El Catolicismo se acerca a los padres de familia, y cuando el mundo moderno ha borrado el justo aprecio de la misión paterna, les recuerda sus deberes sagrados respecto a la transmisión de la vida, condenando la anticoncepción y el aborto. Eso es patriotismo.
El Catolicismo se pone en contacto con los jóvenes, única esperanza de la patria, y cuando sus almas se salpican de inmundicias satánicas por la calle, la TV, los cines, internet; les advierte:guardad la pureza de vuestras almas, ¿qué será de la patria si los pecados ocultos hacen palidecer vuestros rostros y doblegarse vuestros cuerpos? Eso es patriotismo.
Pero, ¿en qué se funda el amor de los católicos a la patria?
Se funda en el amor a la patria celestial. Las palabras de Cristo no dicen tan sólo: «Dad al César lo que es del César», sino también: «y a Dios lo que es de Dios». El amor a la patria eterna es el mejor estímulo del amor a la patria terrena. Cuando un católico empieza a considerar los deberes que tiene para con su patria, al mismo tiempo ha de resolver esta otra cuestión: qué ha de hacer por su alma.
Nuestra religión habla constantemente de la vida eterna, de otra patria. Y justamente, para inculcar el amor a la patria terrena, no hay mejor pensamiento que este: llegará la hora en que Dios exigirá la devolución de todo cuanto tengo, de todo lo que me dio; de mi propia persona y de las que he tratado en mi vida.
Las mayores bendiciones para el Estado brotan de la religión católica, porque inculca los deberes para con la patria al predicar los deberes para con Dios.
Daniel O’Connell fue el mayor patriota irlandés y uno de los hijos más fervientes de la Iglesia Católica. Él escribió en su testamento: «Dejo mi cuerpo a Irlanda, mi corazón a Roma, mi alma a Dios».
Todo católico bien puede decir: «Dejo mi cuerpo a la patria, mi corazón a la Iglesia Católica, mi alma a Dios».

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