26/8/12

De San Luis IX, Rey de Francia, a su hijo.




Hijo amadísimo, lo primero que te quiero enseñar, es que ames a Dios con todo tu corazón: sin ello nadie puede salvarse.
Guárdate de hacer algo que desagrade a Dios, es decir, el pecado mortal. Al contrario, has de estar dispuesto a sufrir toda clase de martirios antes que cometer un pecado mortal.
Si Dios te envía adversidades, 
sopórtalas pacientemente y da gracias a Dios. Piensa que lo mereciste y que todo será para tu bien.
Si te concede prosperidad, agradécelo con humildad y vigila que no sea en detrimento tuyo, por vanagloria o por cualquier otro motivo; porque los dones de Dios no han de ser causa de que le ofendas.
Confiésate frecuentemente y elige un confesor prudente que sepa enseñarte lo que has de hacer y lo que has de evitar. Y con el confesor y con tus asesores te has de comportar de tal modo que se animen a corregirte de tus defectos.
Asiste de buena gana y con devoción al culto, especialmente a la Misa.
Ten un corazón dulce y compasivo hacia los pobres, los desgraciados y los afligidos; y ayúdalos y consuélalos según tus posibilidades.
Guarda las buenas costumbres del reino y lucha contra las malas. No codicies contra tu pueblo, no graves tu conciencia con impuestos excesivos.
Si tu corazón está en angustias, confíate con tu confesor o con algún hombre prudente, y te sentirás aliviado.
Procura tener por compañeros a personas prudentes y leales, tanto religiosas como laicas; y evita las malas compañías.
Escucha con gusto la palabra de Dios y guárdala en tu corazón. Solicita oraciones e indulgencias. Ama lo útil y lo bueno; odia lo malo, dondequiera que se halle. No permitas que en tu presencia se digan palabras disolutas, calumnias o blasfemias.
Da gracias a Dios por todos sus beneficios y así te harás digno de recibir otros mayores.
Para con tus súbditos, obra con toda rectitud y justicia, sin desviarte a la derecha ni a la izquierda.
Ponte siempre más del lado del pobre que del rico, hasta que averigües de qué lado está la razón.
Procura con la mayor diligencia que todos vivan en paz y con justicia.
Honra y ama a todas las personas de la Santa Iglesia, y disimula sus defectos. Otorga los beneficios eclesiásticos a personas honestas y capaces.
Honra y reverencia a tu padre y a tu madre, y guarda sus consejos.
Esfuérzate por evitar toda guerra; y si estás obligado a hacerla, reduce al máximo los perjuicios. Si hay querellas o guerras entre tus vasallos, apacígualos lo más pronto.
Procura tener siempre buenos magistrados, y contrólalos con frecuencia, y controla también al personal de tu palacio. Averigua si se dejan tentar por el soborno, la mentira o el fraude. Ajusta los gastos de tu palacio para que no superen lo razonable.
Destierra de tu reino toda ruindad, el perjurio y la herejía.
Haz celebrar Misas por mi alma y que en todo el reino se rece por mi. Hazme partícipe de los méritos de tus buenas obras.
Querido y hermoso hijo, te doy todas las bendiciones que un buen padre puede dar a su hijo. Y que la bendita Trinidad y todos los Santos te protejan y te guarden de todo mal. Que el Señor te dé la gracia de cumplir su voluntad y de honrarlo y servirlo. Así, después de esta vida, los dos nos podremos reunir junto a Él y alabarlo sin fin.
¡Amén!
 

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