21/12/14

EL EJEMPLO DE LA NAVIDAD



A las puertas de la celebración de un nuevo aniversario del nacimiento de Cristo, es oportuno reflexionar sobre la grandeza, jamás agotada, del acontecimiento celebrado. Son conocidas las investigaciones actualizadas de la ciencia histórica, según las cuales la cronología que se remonta al monje Dionisio el Exiguo adolece de una inexactitud de entre unos 6 y 8 años; de manera que habría que ubicar el nacimiento del Salvador, no en el año 753 de la fundación de Roma, sino entre el 745-747 de la misma. Todo lo cual no hace más que confirmar, precisándola, la historicidad de la Encarnación, como lo confiesa el apóstol Juan en el prólogo de su evangelio: “Et Verbum caro factum est, et habitavit in nobis, et vidimus gloriam ejus” (1, 14: “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria”). 

Dicho carácter histórico, esencial a todos los misterios de la fe cristiana, se halla necesariamente en la base de toda consideración teológica y espiritual auténtica, contrariamente a lo insinuado desde hace ya varios años por las especulaciones de inspiración modernista, que introducen el divorcio entre fe e historia. Ahora bien, es preciso reconocer que se trata de hechos que, sin dejar de suceder en la historia, al mismo tiempo la trascienden, en cuanto implican algo que se halla más allá de las coordenadas del tiempo y el espacio, y sobre cuyo significado salvífico y misterioso es necesario volver una y otra vez.

Dice Santo Tomás, en su Comentario al Evangelio de San Juan: “Si vero quaeris quomodo Verbum est homo, dicendum quod eo modo est homo quo quicumque alius est homo, scilicet habens humanam naturam” (c. 1, lect. 7: “Si quieres saber de qué modo el Verbo es hombre, debe decirse que de aquel mismo modo que cualquier hombre lo es, esto es, teniendo la naturaleza humana”). La misma sencillez de semejante afirmación pone de manifiesto que la profundidad en la penetración del misterio radica, más que en ninguna otra cosa, en la simple mirada contemplativa, en la medida en que a través de ella se atisba la infinita solidaridad del Hijo de Dios para con el género humano, que en aras del más grande amor llegó hasta la asunción de nuestra misma realidad de creaturas. Es el “hecho semejante a nosotros en todo, menos en el pecado” de la carta a los Hebreos (4, 15).

Una particular consideración merecen las especiales circunstancias en que se produjo el nacimiento del Señor, haciendo el intento de sustraerse al encanto con que la piedad cristiana ha adornado la conmemoración de aquel momento, como es justo. En efecto, solo así es posible percibir en su real dimensión la soledad, pobreza, y humildad que constituyeron el marco de la venida del Señor a este mundo. La prosa de los evangelistas, una vez más, tan desprovista de artificios retóricos, nos puede servir de ayuda en este esfuerzo, cuando se nos dice que la Virgen “dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (2, 7). 

La meditación detenida y profunda de lo que se expresa en versículos como este nos debería llevar a una verdadera conmoción, tal como vemos que sucede en la vida de muchos santos, y de la cual San Francisco de Asís representa el ejemplo más acabado, con la iniciativa que cristalizó en el primer pesebre de la historia, allá por 1223, en la localidad de Greccio.

El ejemplo del Hijo de Dios encarnado y dado a luz en esta noche nos mueve, en fin, a la práctica de las virtudes que en Él resplandecen en este misterio, pero, por sobre todo, nos invita a la confianza. El pensamiento de que hasta tanto llegó la manifestación del poder, el amor y la sabiduría de Dios para salvarnos, en efecto, no deja lugar a dudas y desánimos, ni a abatimientos y cobardías; pues, como dijo en sueños el ángel a San José, Él “salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt. 1, 21).

A este respecto, hay algo más para decir, pues, junto a la manifestación de la venida del Hijo de Dios, acontece asimismo la manifestación de la maternidad de María Virgen: de su maternidad divina, en primer lugar, pues el único Jesucristo es Dios y hombre al mismo tiempo; pero también de su maternidad para con nosotros en el orden de la gracia, ya que es por Ella que recibimos al autor de nuestra salvación. Si de confianza se trata, sabemos que en esta condición maternal se funda su poderosa intercesión, que nunca falla. Y, junto a Ella, como si esto fuera poco, la presencia silenciosa y humilde del patriarca San José, que acompaña con fidelidad constante el misterio de la Navidad.

8/12/14

TOTA PULCHRA ES, MARIA

 

Es quizá menos raro de lo que pudiera esperarse oír todavía hoy a quienes están persuadidos de que la Inmaculada Concepción que celebramos en este día se refiere a la concepción milagrosa de Jesucristo en el seno de la Virgen María. En realidad, apenas es necesario explicar que la celebración de ese acontecimiento corresponde a la solemnidad de la Anunciación, que justamente por ello ocupa en el calendario litúrgico el día 25 de marzo, nueve meses exactos antes de la Navidad. La Inmaculada Concepción, en cambio, tiene la misma correspondencia con otra fiesta, bastante más ignorada en nuestros días, como es la de la Natividad de la Virgen, el 8 de septiembre, nueve meses exactos después de la gran solemnidad que hoy llena de júbilo a toda la Iglesia.

Cualquier reseña actual, por sintética que sea, y que aborde el tema en cuestión, contiene necesariamente la referencia a la proclamación de este famoso dogma, acaecida el 8 de diciembre de 1854, por parte del beato papa Pío IX. También huelga señalar, ya a esta altura, que el hecho de que recién entonces haya sido definida esta verdad como “de fe católica”, no obsta, antes presupone, su profesión por parte de los fieles como verdad perteneciente al depósito de la fe revelada, si bien no faltaron a lo largo de la historia arduas disputas y controversias en torno al asunto de marras. 

A este respecto, es un lugar común el afirmar que el doctor común de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino, se opuso a la tesis de la Inmaculada Concepción de María, mientras que fue el franciscano Juan Duns Escoto su principal sostenedor para la posteridad; lo cual, si bien es cierto, se requieren ciertos matices y precisiones, fundamentalmente la explicación de que el pensamiento de ambos giró en torno a la idea de la “universalidad de la redención”, de carácter dogmático, según la cual nadie en absoluto podía quedar al margen del rescate del pecado obrado por Cristo en la Cruz, conforme a las palabras del Apóstol: “Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre” (Rm, 3, 25).

En ese contexto, es verdad que Santo Tomás no alcanzó a vislumbrar la noción de una redención preventiva, mérito que quedaría reservado para el teólogo escocés: la Virgen fue ciertamente rescatada del pecado, pero solo ella lo fue de tal manera que nunca se vio alcanzada por él, y esto en ninguna de sus formas (tampoco el original, por tanto). Esto es lo que la Iglesia sostiene y enseña como verdad de fe, lo que sancionó el ilustre Pío IX como dogma, y lo que cada año celebramos los católicos de todo el mundo: “la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género humano, ha sido revelada por Dios y por tanto debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles” (PÍO IX, Bula Ineffabilis Deus, 8-XII-1854).

La definición, rigurosamente verdadera y apropiada en cada una de sus palabras (al mejor estilo romano), tiene inevitablemente, como todo lo que hace al lenguaje humano, sus propios límites. En efecto, apenas si podemos alcanzar a través de ella un conocimiento acabado de la pureza y plenitud de gracia que inundó el alma de la Santísima Virgen desde el primer instante de su existencia. Se cuenta que el mismo Pío IX tuvo una experiencia de este tipo en el momento mismo de proclamar el dogma, atisbando la inconmensurable grandeza de la realidad que la definición expresaba, sí, de modo cierto e inmejorable, pero en palabras humanas al fin….

Esto nos lleva a pensar en la trascendencia de lo divino, algo que quizá no se resalta lo suficiente en la figura de nuestra Madre Santísima, pero que ciertamente le corresponde, en cuanto partícipe singularísima de la naturaleza divina; no solo de su ternura, sino también de su excelsa gloria y majestad, que hoy comienza a manifestarse de acuerdo al designo de Dios.

6/12/14

DÍA DEL CRISTERO


A la época del boicot, en Guadalajara, un niño que distribuía panfletos para este fin, le da uno a un esbirro del Estado que enseguida le pregunta quién se los había dado. El niño no quiso responder. ¿No me quieres decir nada? Veamos si en la comisaría te quedas todavía callado. En la comisaría el niño no habló más. El comisario, loco de rabia, agarró un látigo y lo golpeó hasta sangrar. “No me pegue, no sea malo”, gritaba el niño, “habla y paro”. El niño se calló y dejó de quejarse. Entonces, el comisario lo hizo encerrar y llamar a su madre que llegó pronto, muerta de inquietud. El comisario ordenó a la madre que hiciera hablar a su hijo.

La madre miró con amor a su hijo, el niño miró a su mamá, cada uno reconfortándose en la mirada decidida del otro y… los dos quedaron en silencio. Entonces, desvistieron al niño, la madre estalló en lágrimas al ver el estado en que habían dejado a su hijo y más aún al ver que retomaron la golpiza. Ella quiso interponerse, pero se lo impidieron “No le peguen más, péguenme a mí”, gritaba la madre sucesivamente. “Decíle que hable y paro”, y la madre sollozando dijo: “No digas nada hijo mío, no digas nada”. El comisario redobló los golpes, torciendo los brazos del niño hasta romperlos. Perdió el conocimiento. “Vaya, vieja infame, llévese a su hijo”. Como una loca, ella llevó a su pequeño para curarlo en su pobre choza y lo cubrió con su rebozo (una cobertura que se encontraba en las casas de todos los paisanos). Estaba desnudo y ensangrentado. Ella depositó el cuerpo muerto, y ya sin vida. Pero había salvado a otros y su madre a ejemplo de Nuestra Señora, estuvo como ella al pie de la Cruz.

Fragmento extraído de "QUE NO TE LA CUENTEN..."

ANC - Sección Femenina

3/12/14

CORONEL SEINEILDÍN ... PRESENTE!!!


En un nuevo aniversario del último intento de la Argentina de recuperación de Sus Fuerzas Armadas de las garras de los infames usurpadores de los poderes públicos, reafirmamos nuestra TOTAL LEALTAD CON LA PATRIA ARGENTINA, y desconocemos la pretendida “autoridad” de quienes se arrogan el derecho a la conducción política de la Nación por encima del ÚNICO SOBERANO, NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.

¡VIVA LA PATRIA!

¡VIVA CRISTO REY!

1/12/14

EL ADVIENTO


El pasado domingo la Iglesia dio inicio una vez más a uno de los períodos más importantes de su año litúrgico, con el cual precisamente este se abre: el Adviento. En continuidad con la perspectiva escatológica que dominaba las últimas semanas del tiempo durante el año (o tiempo “ordinario”, más simplemente), estos días previos a la Navidad nos ponen de lleno, sobre todo en su primera etapa, en la consideración de la Segunda Venida del Salvador al fin de los tiempos.

A este respecto, el contraste que se advierte entre “Navidad” y “Segunda Venida” no tarda en esclarecerse a la luz del significado de la misma palabra que da nombre a este sagrado tiempo, a saber, “adviento”, del latín “adventus”, esto es, venida. La celebración del Nacimiento, en efecto, evoca justamente la venida primera del Señor; de ahí que su memoria nos disponga a prepararnos para la segunda, de la cual no sabemos “el día ni la hora”, como tantas veces lo afirma Él mismo en el evangelio, cuando insta a velar para que aquel día no nos tome desprevenidos.

Como lo adelantábamos líneas atrás, mientras los últimos días del Adviento, vale decir, del 17 de diciembre hasta la Navidad, se centran en la conmemoración del suceso más importante de nuestra historia, cual fue la aparición en la carne del mismísimo Hijo Unigénito de Dios, nacido de María Virgen, estos primeros que ahora estamos transitando insisten, en especial a través de los textos litúrgicos, en la inminencia de su regreso; la “manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”, como dice el Apóstol a su discípulo Tito (2, 13).

Con mucha razón se lamentaba (y lo hizo en más de una ocasión) nuestro querido P. Castellani del olvido práctico de este dogma por parte de la espiritualidad católica moderna (más bien modernista, en rigor de verdad). En efecto, la dimensión escatológica “colectiva”, digamos, que la perspectiva de la Parusía da a la vida cristiana y al destino de toda la humanidad, vino a caer poco a poco en un cono de sombra, dada la convicción tácita, nunca declarada, de que el actual estado de cosas duraría para siempre, mejor o peor. Pero no es eso lo que profesa nuestra fe, sino que con toda claridad anuncia que Jesucristo Salvador “de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos”.

Es paradójico que a la par de este olvido hayan proliferado aquí y allá, dando cumplimiento quizá a la profecía del Señor en el Evangelio, las expectativas mesiánicas más apremiantes, llegándose con frecuencia a extremos disparatados, pero en todo caso dando testimonio, a través de los vestigios de verdad que conservan, de la realidad de un misterio que tarde o temprano se realizará*. Ante el temor que naturalmente despierta este pensamiento, sin embargo, la única actitud positiva que cabe, y que es la que recomienda el Señor Jesús una y otra vez, es la de la vigilancia, y, por sobre todo, la de la esperanza: Cuando empiecen a suceder estas cosas”, nos dice en el evangelio de San Lucas, “cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación(21, 28).

* Un amable lector nos ha proporcionado un valioso texto, del P. Castellani justamente, que viene muy a cuento para abundar respecto de este fenómeno; lo citamos a continuación, aunque sin la referencia bibliográfica exacta: "La función «profecía» --profecía en sentido lato, los hombres capaces de especular sobre el futuro-- es necesaria a una nación, tanto o más que la función Sacerdote y la función Monarca. Si se arroja por la borda la profecía, se cae necesariamente en la pseudoprofecía. Hay hoy día una abundante y muy en boga literatura apokalyptica falsa; que dicen algunos críticos «es la literatura de la Nueva Era» (...) Se refiere a la llamada fantaciencia. Otra rama de la literatura apokalyptica es la que llamamos «literatura de pesadilla». La tercera rama la constituyen los ensayos utópicos acerca del futuro, que son abundantísimos. Todo esto es profecía; quiero decir, pseudoprofecía; a veces, profetas del Anticristo. No quiero extenderme acerca deste nuevo género de visiones que conducen al lector al terror o al desaliento; o bien --y son las menos-- a ilusiones eufóricas acerca del futuro. La mayoría son disparatadas, y no es el menor mal influjo que irradian, el despatarro del sentido común; pues algunas son dementes casi. Ponen como base un absurdo" (Tomado del Comentario al Apocalipsis según San Juan).