Nuestro
cristianismo tiene mucho que ver con la espiritualidad de la cruz y no podemos
permanecer indiferentes a ella. La cruz es el camino, el medio en el cual
simbolizamos nuestra muerte al pecado y al mundo.
En la Palabra de
Dios según la carta de San Pablo a los Filipenses, Capítulo 2, versículos 5ss,
aparece un texto precioso que es un himno maravilloso a Jesucristo. Dice San
Pablo:
"Tengan unos
con otros la manera de pensar propia de quien está unido a Cristo Jesús, el
cual, aunque existía con el mismo ser de Dios, no se aferró a su igualdad con
El, sino que renunció a lo que era suyo y tomó naturaleza de siervo, haciéndose
como todos los hombres y presentándose como un hombre cualquiera, se humilló a
sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz. Por
eso, Dios le dio el más alto honor y el más excelente de todos los nombres, para
que, ante ese nombre concedido a Jesús, doblen todas las rodillas en el cielo,
en la tierra y debajo de la tierra, y todos reconozcan que Jesucristo es el
Señor para gloria de Dios Padre."
Este hermoso himno
de San Pablo nos dice que Cristo Jesús, siendo Dios, se despojó de todo para ser
como nosotros, asumir el calvario y morir abandonado por todos con la muerte más
vergonzosa, la de la cruz, para que a través de Su muerte fuéramos en El
glorificados. El fue el primero en ser glorificado. Después de El seremos
glorificados nosotros, pero a través de la cruz.
Cristo es Dios,
pero al hacerse hombre en un niño pobre, se despojó de todo lo que Dios tiene,
sin dejar de ser Dios, y asumió la condición humana y sencilla de un hombre
pobre. Entonces, aún siendo Dios, se despojó de todo y no gozó de ninguno de los
grandes, totales e infinitos privilegios de ser Dios. Lentamente, como oveja
llevada al matadero, el siervo doliente que aparece en la Sagrada Escritura, en
el libro del Profeta Isaías, va asumiendo el papel de mártir hasta morir por los
pecados de todos.
Para San Pablo
todos debemos pasar por una purificación, un despojo; dejar atrás el hombre
viejo, sepultado y muerto. Eso es lo que implica el camino de la salvación.
Pablo compara esa purificación con la que experimentó Jesús.
Si queremos ser
cristianos, tenemos que seguir el mismo camino que siguió Cristo. Sin dejar de
ser felices, de vivir una vida plena y de tener el más grande amor, tenemos que
purificarnos y asumir esa cruz camino al calvario. Para el hombre y la mujer de
Dios, el camino se va estrechando y apretando en la medida en que más se
definan, sigan a Cristo y se hagan del Señor. Entonces, se van despojando de
cosas innecesarias y superfluas, dejan de invertir tiempo en cosas vanas y
tontas, de servir al mundo en aquello que es pecado. Poco a poco se ven más
comprometidos, definidos y auténticos y menos enredados en las tonterías del
mundo.
La persona se va
tornando más seria y comprometida, pero más feliz, auténtica y en paz, porque ya
tiene menos enredos en el mundo. Ese es el camino de la purificación y la
espiritualidad cristiana. Si usted sigue ese camino y sube hasta la cumbre,
sentirá que se va despojando de cosas innecesarias, tonterías y absurdos
existenciales que producen una ridícula vanagloria.
Entonces, sin
dejar de preocuparse por sí misma, la persona sufre un proceso de purificación
en el que se va despojando de cosas que no son importantes. La mujer que quiere
ser en verdad cristiana deja de ir tanto al salón de belleza para asistir más al
templo y leer más la Palabra. Las gavetas del armario se van quedando vacías,
porque se va deshaciendo de ropa que muchas veces no necesita ni utiliza, para
dársela a otras personas que la necesitan más. ¿Para qué tener abandonados esos
zapatos que le sobran y además nunca usa, cuando otro los está necesitando?
La persona que es
de Dios pone todo en su sitio: lo que antes era importante y preocupante, como
la fama, el buen nombre o el qué dirán, se convierte en una cosa secundaria y
aparece Cristo, el Señor y la construcción del Reino como lo único importante.
La vida se hace más sencilla, menos complicada y más evangélica. Ese es el
camino estrecho, el camino de la salvación.
El hombre y la
mujer que son de Dios se liberan de apegos y dependencias que en el pasado lo
hacían sentirse bien, pero ahora no importan. Escogen la mejor parte, como
María. ¿Recuerdan esas dos hermanas y su conflicto con Jesús? Marta servía, pero
María se quedaba a los pies de Jesús. Dentro del corazón de María, su alma
palpitaba sintiendo Su presencia y dejó todo para escuchar al Maestro. Atareada
y abrumada por los quehaceres en la cocina, Marta se molestó y dijo a Jesús que
regañara a su hermana porque no la ayudaba. Jesús le contestó, ay Marta, te
afanas por muchas cosas, pero en definitiva lo único importante es lo que María
está haciendo ahora. La vida, mientras más evangélica es más sencilla. El que
vive muy apegado a cositas y tonterías, a las que convierte en fetiches y a las
que adora y guarda con gran celo, se va dando cuenta del poco valor que
realmente representan esas cosas. Eso es camino de redención y salvación.
Usted podrá estar
metido en muchas luchas, pero adquiere una sencillez y un desapego a muchas
cosas que en el pasado eran importantes y por las que era capaz de jugarse hasta
la vida. ¡Es una tontería jugarse la vida por lo secundario! Juéguese la vida
por Dios y por Su Reino. Esa es la espiritualidad de la cruz, que es camino
salvífico.