26/11/12

"Cristo y los fariseos" - LA PROVOCACIÓN



Pasatiempo singular
Aunque en el fondo inocente
Como escupir desde un puente
O hacerse crucificar.
(Lugones)
Jesucristo se hizo matar.
La crítica alemana racionalista ha arbolado esta posición, que fue la de la tradición judaica-talmúdica. ¿Qué hace Ud. con un hombre que provoca de continuo a las autoridades legalmente constituidas? ¿Que tiene una actividad "disolvente"? ¿Que aunque sea inocentemente de su parte se vuelve un peligro para la religión establecida y los miles de fieles que en ella hallan su salvación eterna? "Subjetivamente Ud. habrá creído obrar bien; pero objetivamente ha hecho la mar de disparates..." -dijo con toda precisión técnica Caifás a Cristo.
Por qué se hizo matar, lo explican diversamente: o a plena conciencia o inconscientemente; y en este caso, o por fanatismo religioso o por ingenuidad pastoril, como lo pinta el fantasioso Renan. Esta última hipótesis es la más absurda. Que "el dulce Nazareno" sencillo y cándido se haya dejado llevar suavemente cuesta abajo por la cadena de sus embriagantes triunfos populares sin ver a lo que se exponía hasta que fue demasiado tarde, eso se da de puñadas con todos los textos del Evangelio. Habría que escribir cuatro Evangelios diferentes y contrarios a los que tenemos para poder fundar la mera posibilidad de ese caso, humanamente inconcebible.
Que la pasión religiosa lo cegó acerca de sus fuerzas, como explica Strauss; que creyó triunfar de sus enemigos o al menos librarse de ellos milagrosamente "por medio de doce legiones de ángeles" a última hora, es el mismo inverosímil. Es categóricamente contra los textos. Cristo preanunció su martirio, reprochó el asesinato de antemano a sus enemigos (que negaron el propósito), se escondió, se escapó, se zafó de sus manos varias veces, como hemos visto. Son hipótesis que no hay que discutir, puramente ficticias y del todo imaginarias. ¿De dónde sacan eso? Si los textos evangélicos son tan engañosos que se los puede interpretar al revés, con el solo título de "profesor alemán", entonces NO SABEMOS NADA EN ABSOLUTO acerca de Cristo. Callensén.
Pero ¿no habrá buscado la muerte adrede convencido de que era la salvación del mundo?
Esta pregunta plantea la cuestión del "derecho a morir por la Verdad", o sea de la sutil "tentación del martirio" que el poeta T. S. Eliot introduce como la cuarta y más peligrosa, en su tragedia "Murder in the Cathedral", al santo arzobispo Tomás de Cantorbery, que la rechaza.
¿Tiene derecho un hombre a hacer que otros hombres cometan en él un homicidio para hacer triunfar la verdad? ¡Qué hombre tendría que ser ése! Pero en fin, suponiendo que exista, ¿tiene derecho?
En tiempo de San Cipriano hubo cristianos que precipitaban sobre sí mismos la persecución volteando ídolos o haciendo extemporáneas manifestaciones de fe. La Iglesia los condenó; y formaron un grupo herético llamado los "provocadores". Esa tentación se verificó en las persecuciones inglesas, sobre todo en el "Powder-plot" o Complote de la Pólvora; hecho histórico en el que inspiró R. H. Benson uno de los notables incidentes de su novela apocalíptica El amo del mundo: el cristiano que dispara su pistola sobre Oliver Brand cuando éste blasfema de Cristo, y es linchado por la muchedumbre; la conjura para hacer volar la Catedral en la sacrílega ceremonia de la Adoración del Hombre que provoca el arrebatado e inútil retorno del Cardenal Percy Franklin... y la voladura de Roma.
Verdad que estos eran crímenes para vengar otros crímenes, enormes éstos cuanto se quiera. Pero ¿sacrificarse a sí mismo sin daño de nadie? ¿No es esto lo que hizo Cristo?
Este problema lo vivió en carne propia y lo ilustró con su vida, después de haberlo resuelto trabajosamente el pastor danés Soeren Kierkegaard, poeta y místico, después de haberse equivocado una vez acerca de él. Fue el problema de Savonarola; y quizá el de Bartolomé Carranza.
¿Qué ha de hacer un cristiano en un Iglesia decaída, digamos, corrompida; un hombre de verdad a quien le toca el sino de vivir en mala época? ¿Qué es lo que le exige y le permite la fe? ¿Puede callar? ¿Está obligado a hablar? El problema se complica terriblemente con otras preguntas. ¿Qué misión pública tiene? ¿Hasta dónde está corrompida la Iglesia? ¿Qué efecto positivo se puede esperar si chilla? ¿Cómo ha de chillar? La obligación expresa de "dar testimonio de la Verdad", que fue la misión específica de Cristo, se vuelve espinosa en Sócrates, angustiosa en un pastor como Kierkegaard, perpleja hasta lo indecible en un simple fiel.
Hay dos actitudes extremas que son ilícitas: la de atemperarse al error (que es la más fácil) y la de provocar el martirio.
No puedo atemperarme al desorden eclesiástico que prácticamente induce a los fieles en errores y devasta la fe, decía Kierkegaard. No lo puedo moralmente y no lo puedo ni siquiera físicamente. La misión de la palabra que se me ha dado en la ordenación, está doblada en mí de una nativa vocación de poeta y maestro, la cual no puedo declinar sin condenar al ocio a mis facultades y prácticamente a la ruina en toda mi vida interna. El que sea escritor sabrá perfectamente que no se puede ni siquiera resistir físicamente a la palabra que se forma dentro, sin entregarse a una torturante y peligrosa operación contra-cepcional, como la de sofocar o atajar fetos, tan conocida hoy día por desgracia. No sirve absolutamente para ningún otra labor útil que esa; y por consiguiente ¿cómo salvo mi alma si la abandono o impido?
Hay algo de exageración en esto, habría exageración en mí y en Barrantes Molina, por ejemplo; no la había en Kierkegaard, absolutamente. Literalmente, no podía callar. Incluso su equilibrio mental dependía de su trabajo intelectual. Callarse era literalmente suicidio; y el peor de todos. "¿Hay que decirlo? Pues se dice": fue el título de su último panfleto consistente en 10 artículos acerca de la religión y la iglesia luterana, que a lo que se puede saber le costaron la vida. Cayó redondo en una calle de Copenhague y murió de agotamiento en el hospital en mitad de esa polémica; pero un sereno gozo y una decisión extraña y lúcida que nunca tuviera en su vida, le acompañaron desde esa decisión, 'Pues se dice', hasta el último instante, señal probable en lo que colegir podemos de la aprobación divina.
Porque él había visto antes que "no hay derecho a morir por la verdad", es decir, a hacer cargar al prójimo, aunque esté perversamente engañado, con un asesinato. La humildad impone que se rehuya el martirio -o la caridad, o la simple modestia: no estoy seguro de si podré sobrellevarlo, no estoy seguro de poseer yo la plena verdad, antes estoy casi seguro de lo contrario. Esto último, que no podía decir Cristo, debe decirlo todo cristiano. Hay mezcla de pasión y de limitación en mi visual, aunque yo esté seguro de que es fundamentalmente recta, de lo cual tampoco puedo estar nunca del todo seguro. Claro que debo guiarme por ella, no tengo otra y debo vivir; pero para mí solamente, no para imponerla a los demás.
¿Cómo se concilia esto con el deber, o con la imposibilidad física, de no callar? Kierkegaard llegó a una conclusión prodigiosa: hay que humillarse hasta por debajo del que está engañado, colmarlo de atenciones y "prévenances", obtener el perdón de la verdad que está en mí. ¿Qué hace el enfermero, no se hace un esclavo del enfermo a fin de sacarlo de su enfermedad, pagando así debido tributo de gratitud a Dios por su propia salud?
Para cumplir este designio empinado, Kierkegaard tomó la conducta extraña de infamarse y desacreditarse. Tenía que decir a sus cofrades y cohermanos que eran malos cristianos, y de qué manera: "no existe en el mundo cosa más corrompida que los sacerdotes" (El Momento, IX, 6), y empezó por negar que él fuera ni siquiera cristiano; y llamarse pecado y corrupción ambulante: era sacerdote.
No era esto posible en Cristo. Pero Cristo se anonadó delante de los fariseos acatando todos sus preceptos y leyes hasta lo imposible, contestando a todas sus interpelaciones y objeciones, haciendo innumerables parábolas, argumentos y explicaciones a gente que interrogaba de mala fe y no tenía derecho a interrogar, quizá, a veces; y cuando lo tenía en derecho sólo legal o meramente apariencial. Y en apariencia se hizo pecador. Sí. Andaba con publicanos y pecadores ("dime con quién andas...") y no fulminaba con indignación a las pecadoras. ¡Hubiese sido tan fácil y era de tan buen tono! ¿Y por ventura era mentira? ¿No podía tronar una vez al menos, como todos los predicadores, contra la disolución de las costumbres, la corrupción que lo invade todo, las porquerías de la carne, y esas mallas de baño venidas de Grecia y cada vez más cortas? Pero ¡ni una sola palabra acerca de "las playas"! ¡Puras parábolas luminosas, comparaciones poéticas y preceptos generales, es decir, poesía, poesía y poesía! ¿Adónde vamos?
Cristo parecía no ver la impureza; quizá de puro puro. No se dio el gusto de llamar una sola vez "chancho" a un pecador carnal. Cuando tuvo que hablar con uno, bajó la cabeza y guardó silencio.
La solución es pues que hay que buscar el martirio haciendo su oficio, y siendo lo que uno es en la eternidad. Es decir: "No digas ninguna mentira; no digas ninguna verdad que no sea necesaria." La dificultad está en saber cuándo una verdad es necesaria. "Non tacebo" (No me callaré) escribió en un calabozo el loco de Campanella; y en efecto le tocó habitarlo la enormidad de 26 años, una vida de hombre; y lo curioso es que lo castigaron por complotar contra el gobierno español, y el dominico napolitano era furiosamente hispanófilo y del partido imperial; Non tacebo. Una verdad es necesaria cuando ha de salvar un alma, o para ganarme el pan; mucho más si se conjugan las dos cosas. Si he de ganarme el pan haciendo poesías por ejemplo (que Dios me libre y guarde, eso ni en broma) entonces debo hacer las poesías lo más artísticas que pueda, aspirar a la máxima belleza poética, que no consiste en otro que en la verdad; pues me contó un poeta muy ducho en su arte que cada vez que hay un verso que no llena o una estrofa que cambiar, después de cambiada uno ve que no tenía verdad; o como dijo él, 'suficiente verdad".
No hay peligro que yo ponga exceso de poesía, como Shakespeare, que cuando se le va la mano aturde y llega a ofuscar; pero si por poner "suficiente verdad" en un poema, me apresan los peronistas por comunista o me pone una multa el Cardenal Primado, cargo en mi ley, porque no hice más que cumplir mi oficio.
Pero al otro día cambio de oficio, anoser el diablo que sea de los que no se pueden cambiar, como el de masón, marido, sacerdote o periodista.
Y así le pasaba a Kierkegaard; y por él podemos colegir que también a Jesucristo. Eran atrozmente sinceros. Si tenían lengua tenían que hablar ("crédidi, propter quod loquutus sum") y si hablaban tenían que decir, no ya una verdad, sino la verdad; es decir, lo que en este caso concreto y particular desde el fondo de mi corazón viene a pelo y yo actualmente con todos mis sentidos (como diría Ivanissevich) veo, vivo y bebo.

20/11/12

LA ACCION ES NACIONAL Y CATOLICA


Hace algunos decenios los laicos, en muchas naciones, entregándose cada día más al apostolado, re reunían en varias formas de acciones y de asociaciones, que conservando muy estrecha unión con la jerarquía, perseguían y persiguen fines propiamente apostólicos. Entre estas y otras instituciones semejantes más antiguas hay que recordar, sobre todo, las que, aun con diversos sistemas de obrar, produjeron, sin embargo, ubérrimos frutos para el reino de Cristo, y que los Sumos Pontífices y muchos Obispos recomendaron y promovieron justamente y llamaron Acción Católica. La definían de ordinario como la cooperación de los laicos en el apostolado jerárquico.
Estas formas de apostolado, ya se llaman Acción Católica, ya con otro nombre, que desarrollan en nuestros tiempos un apostolado precioso, se constituyen por la acepción conjunta de todas las notas siguientes:
a) El fin inmediato de estas organizaciones es el fin apostólico de la Iglesia, es decir, la evangelización y santificación de los hombres y la formación cristiana de sus conciencias, de suerte que puedan saturar del espíritu del Evangelio las diversas comunidades y los diversos ambientes.
b) Los laicos, cooperando, segûn su condición, con la jerarquía, ofrecen su experiencia y asumen la responsabilidad en la dirección de estas organizaciones, en el examen diligente de las condiciones en que ha de ejercerse la acción pastoral de la Iglesia y en la elaboración y desarrollo del método de acción.
c) Los laicos trabajan unidos, a la manera de un cuerpo orgánico, de forma que se manifieste mejor la comunidad de la Iglesia y resulte más eficaz el apostolado.
d) Los laicos, bien ofreciéndose espontáneamente o invitados a la acción y directa cooperación con el apostolado jerárquico, trabajan bajo la dirección superior de la misma jerarquía, que puede sancionar esta cooperación, incluso por un mandato explícito.
Las organizaciones en que, a juicio de la jerarquía, se hallan todas estas notas a la vez han de entenderse como Acción Católica, aunque por exigencias de lugares y pueblos tomen varias formas y nombres.
El Sagrado Concilio recomienda con todo encarecimiento estas instituciones que responden ciertamente a las necesidades del apostolado entre muchas gentes, e invita a los sacerdotes y a los laicos a que trabajen en ellas, que cumplan más y más los requisitos antes recordados y cooperen siempre fraternalmente en la Iglesia con todas las otras formas de apostolado.
Aprecio de las asociaciones
21. Hay que apreciar debidamente todas las asociaciones del apostolado; pero, aquellas que la jerarquía ha alabado o recomendado, declarado y urgentes, segûn las necesidades de los tiempos y de los lugares, han de apreciarlas sobremanera los sacerdotes, los religiosos y los laicos y han de promoverlas cada cual a su modo. Entre ellas han de contarse, sobre todo hoy, las asociaciones o grupos internacionales católicos.
Laicos que se entregan con título especial al servicio
de la Iglesia
22. Dignos de especial honor y recomendación en la Iglesia son los laicos, solteros o casados, que se consagran para siempre o temporalmente con su pericia profesional al servicio de esas instituciones y de sus obras. Sirve de gozo a la Iglesia el que cada día aumenta el nûmero de los laicos que prestan el propio ministerio a las asociaciones y obras de apostolado o dentro de la nación, o en el ámbito internacional o, sobre todo, en las comunidades católicas de misiones y de Iglesias nuevas.
Reciban a estos laicos los Pastores de la Iglesia con gusto y gratitud, procuren satisfacer lo mejor posible las exigencias de la justicia, de la equidad y de la caridad, segûn su condición, sobre todo en cuanto al congruo sustento suyo y de sus familias, y ellos disfruten de la instrucción necesaria, del consuelo y del aliento espiritual.
Capítulo V
ORDEN QUE HAY QUE OBSERVAR
Introducción
23. El apostolado de los laicos, ya se desarrolle individualmente, ya por fieles asociados, ha de ocupar su lugar correspondiente en el apostolado de toda la Iglesia; más aûn, el elemento esencial del apostolado cristiano es la unión con quienes el Espíritu Santo puso para regir su Iglesia (Cf. Act., 20,28). No es menos necesaria la cooperación entre las varias formas de apostolado, que ha de ordenar la Jerarquía convenientemente.
Pues, a fin de promover el espíritu de unidad para que resplandezca en todo el apostolado de la Iglesia la caridad fraterna, para que se consigan los fines comunes y se eviten las emulaciones perniciosas, se requiere un mutuo aprecio de todas las formas de apostolado de la Iglesia y una coordinación conveniente, conservando el carácter propio de cada una.
Cosa sumamente necesaria, porque la acción peculiar de la Iglesia requiere la armonía y la cooperación apostólica del clero secular y regular, de los religiosos y laicos.
Relaciones con la Jerarquía
24. Es deber de la Jerarquía promover el apostolado de los laicos, prestar los principios y subsidios espirituales, ordenar el ejercicio del apostolado al bien comûn de la Iglesia y vigilar para que se respeten la doctrina y el orden.
El apostolado seglar admite varias formas de relaciones con la Jerarquía, segûn las varias maneras y objetos del mismo apostolado.
Hay en la Iglesia muchas obras apostólicas constituidas por la libre elección de los laicos y se rigen por su juicio y prudencia. En algunas circunstancias, la misión de la Iglesia puede cumplirse mejor por estas obras y por eso no es raro que la Jerarquía las alabe y recomiende. Ninguna obra, sin embargo, puede arrogarse el nombre de católica sin el asentimiento de la legítima autoridad eclesiástica.
La Jerarquía reconoce explícitamente, de varias formas, algunos otros sistemas del apostolado seglar.
Puede, además, la autoridad eclesiástica, por exigencias del bien comûn de la Iglesia, de entre las asociaciones y obras apostólicas, que tienden inmediatamente a un fin espiritual, elegir algunas y promoverlas de un modo peculiar en las que asume una responsabilidad especial. Así, la Jerarquía, ordenando el apostolado de diversas maneras, segûn las circunstancias, asocia más estrechamente alguna de sus formas a su propia misión apostólica, conservando, no obstante, la propia naturaleza y peculiaridad de cada una, sin privar por eso a los laicos de su necesaria facultad de obrar espontáneamente. Este acto de la Jerarquía en varios documentos eclesiásticos se llama mandato.
Finalmente, la Jerarquía encomienda a los laicos algunas funciones que están muy estrechamente unidas con los ministerios de los pastores, como en la explicación de la doctrina cristiana, en ciertos actos litûrgicos, en cura de almas. En virtud de esta misión, los laicos, en cuanto al ejercicio de su misión, están plenamente sometidos a la dirección superior de la Iglesia.
En cuanto atañe a las obras e instituciones del orden temporal, el oficio de la Jerarquía eclesiástica es enseñar e interpretar auténticamente los principios morales que hay que seguir en los asuntos temporales; tiene también derecho, bien consideradas todas las cosas, y sirviéndose de la ayuda de los peritos, a discernir sobre la conformidad de tales obras e instituciones con los principios morales y decidir cuanto se requiere para salvaguardar y promover los bienes del orden sobrenatural.
Ayuda que debe prestar el clero al apostolado
de los laicos
25. Tengan presente los Obispos, los párrocos y demás sacerdotes de uno y otro clero que el derecho y la obligación de ejercer el apostolado es comûn a todos los fieles, sean clérigos o seglares, y que éstos tienen también su cometido en la edificación de la Iglesia. Trabajen, pues, fraternalmente con los laicos en la Iglesia y por la Iglesia y tengan especial cuidado de los laicos en sus obras apostólicas.
Elíjanse cuidadosamente sacerdotes idóneos y bien formados para ayudar a las formas especiales del apostolado de los laicos. Los que se dedican a este ministerio, en virtud de la misión recibida de la Jerarquía, la representan en su acción pastoral; fomenten las debidas relaciones de los laicos con la Jerarquía adhiriéndose fielmente al espíritu y a la doctrina de la Iglesia; esfuércense en alimentar la vidaespiritual y el sentido apostólico de las asociaciones católicas que se les han encomendado; asistan con su prudente consejo a la labor apostólica de los laicos y estimulen sus empresas. En diálogo continuo con los laicos, averigùen cuidadosamente las formas más oportunas para hacer más fructífera la acción apostólica; promuevan el espíritu de unidad dentro de la asociación y en las relaciones de éstas con las otras.
Por fin, los religiosos Hermanos o Hermanas aprecien las obras apostólicas de los laicos, entréguense gustosos a ayudarles en sus obras segûn el espíritu y las normas de sus Institutos; procuren sostener, ayudar y completar los ministerio sacerdotales.
Ciertos medios que sirven para la mutua
cooperación
26. En las diócesis, en cuanto sea posible, deben existir consejos que ayuden la obra apostólica de la Iglesia, ya en el campo de la evangelización y de la santificación, ya en el campo caritativo social, etcétera, cooperando convenientemente los clérigos y los religiosos con los laicos. Estos consejos podrán servir para la mutua coordinación de las varias asociaciones y empresas seglares, salva la índole propia y la autonomía de cada una.
Estos consejos, si es posible, han de establecerse también en el ámbito parroquial o interparroquial, interdiocesano y en el orden nacional o internacional.
Establézcase, además en la Santa Sede, algûn Secretario especial para servicio e impulso del apostolado seglar, como centro que, con medios aptos proporcione noticias de las diversas obras del apostolado de los laicos, fomente las investigaciones sobre los problemas que hoy surgen en estos campos y ayude con sus consejos a la Jerarquía y a los laicos en las obras apostólicas. En este Secretariado han de tomar parte también los diversos movimientos y empresas del apostolado seglar existentes en todo el mundo, cooperando también los clérigos y los religiosos con los seglares.
Cooperación con otros cristianos y con los
no cristianos
27. En comûn patrimonio evangélico y, en consecuencia, el comûn deber del testimonio cristiano recomiendan, y muchas veces exigen, la cooperación de los católicos con otroscristianos, que hay que realizar por individuos particulares y por comunidades de la Iglesia, ya en las acciones, ya en las asociaciones, en el campo nacional o internacional.
Los valores comunes exigen también no rara vez una cooperación semejante de los cristianos que persiguen fines apostólicos con quienes no llevan el nombre cristiano, pero reconocen estos valores.
Con esta cooperación dinámica y prudente, que es de gran importancia en las actividades temporales, los laicos rinden testimonio a Cristo, Salvador del mundo, y a la unidad de la familia humana.

15/11/12

LA REALEZA DE CRISTO



Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se dice que reina en las inteligencias de los hombres, no tanto por el sublime y altísimo grado de su ciencia cuanto porque El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir obedientemente la verdad. Se dice también que reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad1 y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie —entre todos los nacidos— ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús. Mas, entrando ahora de lleno en el asunto, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de El que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino2; porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.

14/11/12

SALIR A FLOTE




Cada día que pasa caemos en la cuenta de que, como nacionalistas católicos, somos unas migajas de un pasado próspero en militancia y de un presente desconcertante. Hace unos años que el nacionalismo bien entendido perdió lugares y espacios en la escena política de nuestra patria. No es un análisis malintencionado, sino simplemente una crítica constructiva que ayudará a nuevas generaciones de jóvenes interesados por su patria a “remar” este pesado submarino para que salga a flote. Está claro que en toda crisis se crece, quizá el nacionalismo católico llego a lo más profundo de ese pozo para crecer, para resurgir para salir a flote; pero está claro que ese resurgimiento lo lograrán las nuevas generaciones, los jóvenes a quienes debemos educar y enseñar esos valores que sabemos que son valiosos en este sentido.
¿Buscar culpables de este desastre? ¿Nombres, tal vez? ¿Quién fue? ¿Quiénes negociaron la patria? Buscar culpables ya no tiene sentido, quedarse en un pasado maravilloso no sirve… ¿Qué se hace? Con toda lucidez debemos darnos cuenta en dónde estamos parados, quiénes somos, cuántos somos, cuántos quedamos. Esta lucidez nos dará luz para afrontar el futuro que nos tocara vivir y salir de una ceguera profunda que no nos permite saber concretamente qué hacer como nacionalistas católicos en esta parte de la historia que nos toca vivir. Los tiempos cambiaron y el vino nuevo se pone en odres nuevos, sino se revientan, estas palabras de la parábola evangélica saca a luz que si los tiempos cambiaron, hay métodos y formas que también cambiaron, no se puede pensar la patria como hace varios años atrás. Los jóvenes vienen con otras ideas, sean buenas o malas pero con otras ideas; entonces se tiene que cambiar la metodología y la pedagogía de enseñarles doctrinas santas y llenas de sabiduría, pasarles la experiencia pero en su lenguaje.
En el presente, dentro de estas realidades que nos toca vivir, a menudo vemos a las distintas agrupaciones nacionalistas, la paupérrima cantidad de militantes que forman sus filas. Y no es cuestionamiento prejuicioso, sino una mirad autocrítica sobre las formas con las que estas mismas agrupaciones intentan atraer a una masa de jóvenes sin pastor, deseosos de luchar por DIOS Y LA PATRIA. Es un trabajo arduo y lento que debemos comprometernos a llevar a cabo. Si verdaderamente sentimos en el corazón a Dios y a la patria, debemos saber que todo lo que tenemos para decir o hacer no tiene que morir en nosotros, sino buscar con todas nuestras fuerzas e inteligencia la forma para que las nuevas generaciones conozcan esta verdad.
Si queremos restaurar la patria, debemos dejar el orgullo y los rencores de lado, y darle lugar a los que vienen. Pero no dejarlos a la deriva con las manos vacías, sino dejarle las buenas armas para el buen combate del cristiano. Es duro decir esto, pero EL NACIONALISMO ES NADA DENTRO DE LA ESCENA POLÍTICA DE NUESTRA PATRIA. La atomización de la militancia logró que los golpes que se le dan a este sistema sean débiles y sin profundidad; cada agrupación individualmente con todo el esfuerzo tiene una militancia, que es digna de respetar y valorar, pero con poca llegada. El paso a seguir no es quedarse en esta monotonía de lucha; es buscar todos los medios necesarios para que el nacionalista católico no sea una hormiga luchando contra un elefante, sino un león, dentro de esta selva democrática.
Claudio Braca

¡CRISTO SIEMPRE REY!


Nuestro tema es "La realeza de Cristo y el momento actual", tema que nos obliga a tomar partida de esa verdad que es la realeza de Cristo.
Ustedes saben que la fiesta de la realeza de Cristo fue instituida por Pío XI allá por el año 1925, y el documento que publicó entonces sobre esta fiesta, la encíclica "Quas Primas"(2), comenzaba en esta formas:
«En la primera encíclica que dirigimos una vez ascendidos al Pontificado, a todos los Obispos del Orbe católico, mientras indagábamos las causas principales de las calamidades que oprimían y angustiaban al género humano, recordamos haber dicho claramente que tan grande inundación de males se extendía por todo el mundo, porque la mayor parte de los hombres se habían alejado de Cristo y de su santa ley en la práctica de su vida, en la familia y en las cosas publicas; y que no podía haber esperanza cierta de paz duradera entre los pueblos, mientras los individuos y las naciones negasen y renegasen el imperio de Cristo Salvador».
Después explica el remedio: la vuelta a Cristo y su paz. "Por lo tanto, como advertimos entonces, es necesario buscar la paz de Cristo en el reino de Cristo. Así anunciamos también que había de ser este fin cuanto nos fuese posible por el reino de Cristo, porque nos parecía que no se puede tender mas eficazmente a la renovación y afianzamiento de la paz, sino mediante la restauración del Reino de Nuestro Señor".
De modo que el Papa ya señalaba aquí el mal y señalaba el remedio; y el remedio de la sociedad y de los individuos hoy, esta en el sometimiento al suave yugo de Cristo: Sometimiento en la inteligencia, sometimiento en la voluntad y sometimiento en los corazones por la caridad.
De tal modo, en efecto, se dice que Cristo debe reinar en la inteligencia de los hombres, no solo con la elevación del pensamiento y de su ciencia, sino también porque Él es la Verdad, y es necesario que los hombres reciban con obediencia la Verdad de Él. Igualmente reina en la voluntad de los hombres, ya porque la voluntad está entera, perfectamente sometida a la santa voluntad divina, ya porque con sus aspiraciones influye en nuestra voluntad, de tal modo que nos inflama hacia las cosas más nobles. Finalmente, Cristo es reconocido como rey de los corazones por su caridad, que sobrepasa a todo lo humano en comprensión, y por los atractivos de su mansedumbre y virilidad. Nadie entre los hombres fue tan amado, y no lo será nunca, como Jesucristo.
Ustedes saben que Cristo es rey por dos conceptos. En primer lugar, por razón de su humanidad, que ha sido asumida por el Verbo, por la Divinidad. Esa humanidad de Cristo goza, por lo tanto de una perfección que sobrepasa todo lo que el hombre puede imaginar. En segundo lugar, Cristo es Rey de los hombres por el derecho de conquista, porque con su pasión y con su muerte ha conquistado el derecho de regir a la humanidad; y en Cristo este reinado tiene tres poderes: Poder de legislar, poder de juzgar y poder de mandar, poderes que trasmitió a su Iglesia.
El reinado de Cristo no se extiende solamente sobre los individuos, sino también sobre la sociedad. Esto también lo hace notar Pío XI en la Quas Primas: «No hay diferencia entre los individuos y el consorcio civil, porque los individuos unidos en sociedad, no por eso, están menos bajo la potestad de Cristo que lo están cada uno de ellos en la sociedad pública y privada. Y no hay salvación en algún otro, ni ha sido dado del cielo a los hombres otro nombre en el cual podamos salvarnos".
Estas son las palabras de los Hechos de los Apóstoles, o sea, palabras de la Escritura. Cristo es el autor de la verdadera felicidad tanto para el mundo de los ciudadanos como para el Estado. No es feliz la ciudad por otra razón distinta de aquella por la cual es feliz el hombre, porque la nación no es otra cosa que una multitud concorde de hombres. De modo, entonces, que el hombre tiene que reconocer el imperio de Cristo sobre los individuos, pero no solamente sobre los individuos, sino sobre la sociedad. Sobre las sociedades particulares, la familia, las distintas organizaciones intermedias, los Estados, las naciones y la vida internacional.
Esta realeza de Cristo se concretaba en otros tiempos en lo que se llamaba la Cristiandad, es decir, la civilización cristiana, el orden cristiano.
La cristiandad, en rigor, comienza con Constantino, después de la época de los mártires, y conoce su esplendor más grande en el reinado de San Luis, rey de Francia; un esplendor en todas las actividades de la vida, no solamente en la política, sino en todas las otras actividades; en el arte, con Fray Angélico, en la filosofía, con Santo Tomas; en fin, todas las manifestaciones de la cultura alcanzan su esplendor.
Todo esto que estoy diciendo suena a viejo hoy, porque dentro del mundo, y particularmente dentro de la Iglesia, nos ha invadido el progresismo, y entonces existe un repudio a Constantino y a la época constantiniana, a la época carolingia, a la época gregoriana. Estamos pasando un momento en el cual los mismos católicos están renegando de dos mil años de historia; repudian la época constantiniana, repudian la Cristiandad, la civilización cristiana. Son estas, hoy, malas palabras.
A pesar de esto hay que reconocer y afirmar la grandeza de esa época histórica, y para eso nada mejor que recordar las palabras grandes de León XIII en la "inmortale Dei": «Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados, entonces aquella civilización propia de la sabiduría de Cristo y de su divina virtud, había compenetrado todas las leyes, las inteligencias, las costumbres de los pueblos, impregnando todas las capas sociales y todas las manifestaciones de la vida de las naciones. Tiempo en que la Religión fundada en Jesucristo estaba firmemente colocada en el sitial que le correspondía en todas partes, gracias al favor de los príncipes y la legitima protección de los magistrados. Tiempos en que el sacerdocio y el poder civil unían armoniosamente la concordia y la amigable de mutuos deberes."
Organizada de este modo la sociedad, produjo un bienestar superior a toda imaginación. Aún se conserva la memoria de ellos, y ella perdurará grabada en un sin numero de monumentos de aquella gesta que ningún artificio de los adversarios podrá jamas destruir ni oscurecer.
Si la Europa Cristiana civilizó a las naciones bárbaras e hizo cambiar la ferocidad por la mansedumbre, la superstición por la verdad; si rechazó victoriosa las invasiones de los bárbaros; si conservo el cetro de la civilización y si se ha acostumbrado a ser guía del mundo hacia la dignidad de la cultura humana y maestra de los demás; si ha agraciado a los pueblos con la verdadera libertad en sus varias formas; si muy sobriamente ha creado numerosas obras para aliviar la desgracia de los hombres; ese beneficio se debe, sin discusión posible, a la religión, la cual auspicio la realización de tamañas empresas y coadyuvó a llevarlas a cabo. Habrían perdurado ciertamente aún esos mismos beneficios, si ambas potestades hubiesen mantenido la concordia, y con razón mayores se podrían esperar si se acogiesen la autoridad, el magisterio y las orientaciones de la Iglesia con mayor lealtad y constancia. Las palabras que escribía Ivo de chartres al Romano Pontífice Pascual II debían respetarse como norma perpetua: "Cuando el poder civil y el sacerdote viven en buena armonía, el mundo esta bien gobernado, la Iglesia florece y prospera; pero cuando están en discordia no-solo no prosperan las cosas pequeñas, sino también las cosas grandes decaen miserablemente".
La Cristiandad produjo, entonces, una época en que reinaban la concordia, la estabilidad y la paz en las familias, en la sociedad y en la Cristiandad.
Frente a esta sociedad gobernada por Jesucristo a través de la Iglesia, esta la Revolución. La Revolución quiere otra sociedad, no una sociedad estabilizada en el orden y en la paz, sino una sociedad en movimiento, en cambio, en dialéctica.
La Revolución, en su esencia, representa la replica exacta de la primera rebelión del hombre contra Dios, tal como ha sido relatada en el Génesis; ella toma por su cuenta la frase del tentador: "Seréis como dioses". Su apoyo, su soporte, es la filosofía del devenir puro que se opone radicalmente a la filosofía del Ser, la de Dios, que se presenta en el Antiguo Testamento como "Aquél que es el que es".
La Revolución no puede ser considerada como una concepción bien definida del mundo, ya que ella quiere representar su devenir perpetuo; no hay propiamente verdad revolucionaria, sino solamente una cosa que quiere ser transformación del mundo con el hombre en perpetuo movimiento. El hombre no es, el hombre se hace; el mundo no es, el mundo se crea; por lo tanto, no hay verdad ni falsedad, ni bien ni mal, se maneja con la dialéctica, la famosa dialéctica hegeliana, en la cual se pasa de la afirmación a negación, que se superan en la síntesis, y así anda dando el mundo un espiral sin llegar a la meta.
La Revolución es dialéctica, y con la dialéctica se destruye todo un mundo fundado en la Verdad, en el Ser, en la estabilidad; es decir, en el sometimiento del hombre a las leyes naturales y sobrenaturales, al derecho natural, a una concepción de que el hombre es un compuesto, que tiene una esencia, y que no hay que contrariar a esta esencia, sino que hay una concepción de que el hombre es un compuesto, que tiene una esencia y que no hay contrariar a esta esencia, sino que hay que respetarla. La Revolución no reconoce ni naturaleza ni sobrenaturaleza, y la revolución opera con la dialéctica en la destrucción de la Cristiandad, y esto lo viene haciendo no desde ahora, no desde el tiempo de Marx, ni desde Hegel, sino que lo viene haciendo desde que comenzó la Revolución hace cinco siglos.
La Iglesia, aunque su destino definitivo sea la vida futura, logró edificar aquí en la tierra una ciudad, aunque imperfecta como todo lo humano, ostenta las condiciones esenciales para ser y denominarse católica. Pero una ciudad católica es una realización muy difícil que solo puede darse milagrosamente bajo la acción de una providencia especial.
El hombre ha quedado de tal suerte, herido en el estado que tiene en este mundo, en las facultades más naturales, que cuando se ordena naturalmente queda en estado de equilibrio inestable, muy difícil de mantener. Necesita de la Gracia para moverse en ese estado, gracia que se le da si la pide.
La Civilización o Ciudad Católica es un milagro, y tiene muchos enemigos interiores y exteriores. Los enemigos interiores provienen del mismo hombre, pues si no es muy humilde para sostener el Don Divino, va a flaquear, caer y perderlo todo y perderse. Los enemigos son el Diablo, príncipe de este mundo, y los pueblos judíos y paganos, que van a tratar con toda clase de astucia de destruir la Cristiandad. Para destruir la Cristiandad se hecha mano de armas dialécticas. ¿Qué es la dialéctica? La dialéctica consiste en romper, separar y dividir lo que esta unido. Toda destrucción es separación; así como la vida es unión, unión de la creatura con el Creador, de la naturaleza humana con la Divina, de la razón con la Revelación, de la política con la teología, del imperio con la sociedad contra el Sacerdocio. Metieron cuñas para separar y dividir lo que por disposición divina esta unido, y llegó un momento en que la separación se produjo. Se separo el sacerdocio del imperio, la Teología de la filosofía, la política de la religión, la razón de la Fe, la naturaleza de la sobrenaturaleza, las naciones de la Cristiandad, los pueblos del Ungido de Dios.
Consumada la primera ruptura, producida la primera quiebra, no quedaba sino una alternativa; o rehacer lo que se había quebrado o continuar un proceso de nueva ruptura. Y hoy día la ruptura llega a lo ultimo. En primer lugar, la sociedad civil estaba unida a la religión, pero se quiebra esta unión, se independiza la religión de la sociedad civil, y luego la sociedad misma se anarquizando; se llega a lo ultimo en todos los ordenes.
Ahora que se ha llegado al extremo, es decir que la Cristiandad no existe, la naturaleza del hombre no es respetada. En la revolución que se ha operado es tal el proceso de destrucción de la civilización cristiana, que se esta pensando unir al hombre sobre otra base para llegar a la unificación total del mundo por medio de un gobierno mundial, gobierno mundial que no va a respetar ni la naturaleza del hombre ni la sobrenaturaleza. En ese plan estamos actualmente. Ese plan, el plan de la Revolución, lo han preparado las logias masónicas desde hace siglos. En el siglo XVII aparece un personaje muy importante, el cual ya profetizo, anuncio o echo, mejor dicho, los lineamientos de un nuevo poder social fundado en la Revolución. Ese personaje es Amos Komenius.
¿Quién era Komenius? Komenius había nacido en 1892, en Moravia, de padres que pertenecían a la comunidad de los Hermanos Moravos, que habían tomado ese nombre en 1575, cuando se acordó el derecho de reunión. Eran sucesores directos de los husitas, es decir de aquellos herejes que habían nacido en Praga y que fundaron el primer régimen comunista, el más absoluto que fue instalado en Munster por los anabaptistas bajo el nombre de Reino de Dios.
Todo eso fue desecho por los príncipes de entonces y Komenius se retiró a Londres, se impregno de las obras de Bacon y de los Rosacruces, fue a Suecia, estuvo con su amigo Luis de Greer, que era de la secta de los Rosacruces, y después fue a Polonia; Y, como digo, Komenius planifico lo que había de ser la sociedad. Hizo esa planificación en la cultura por el Consejo de la Luz, en la política por un Tribunal de Paz y en lo religioso por una Unión de Iglesias. Para realizar ese plan, el plan de unificación total de la sociedad humana con un gobierno también mundial, encontró que había dos grandes enemigos.
Esto lo dejo escrito en un libro que se llama "Lux in tenebris" en 1657. Vamos a leer las paginas textuales en que denuncia a estos dos grandes enemigos.
«El Papa es el gran Anti-Cristo -dice Komenius- de la babilonia universal. La bestia que va detrás del Anti-Cristo es el Imperio Romano, el Santo Imperio Romano-Germano, y especialmente la casa de Austria. Dios no tolerara por mas tiempo estas cosas. Destruirá, por fin, el mundo de los impíos en un diluvio de sangre. Al final de la guerra el papado y la casa de Austria serán destruidas".
De modo que ya Komenius en el siglo XVII anuncia que los dos enemigos para llegar al gobierno mundial, un gobierno de la Revolución, son el Papado y la casa de Austria. El Papado, que representaba el poder espiritual, y el Santo Imperio Romano-Germano, como símbolo o como resto del poder político universal que venia de Constantino.
Este plan de Komenius se va a ir cumpliendo inexorablemente poco a poco, y se pueden indicar como fechas del cumplimiento, en primer lugar, la paz de Westafalia en 1648, en la cual se llego al reconocimiento de las religiones protestantes en Europa, perdiendo la Iglesia Católica el predominio que tenia en la sociedad; el Congreso de Viena en 1815; la perdida del poder temporal de los Papas en 1870 y el fin de la casa de Austria en 1917 con la primera guerra mundial.
Después de la Reforma los estados protestantes tenían ya un peso muy grande en los negocios de Europa, pero en 1818 se había hecho inclinar la balanza en su favor. No solo estos países, en su mayoría católicos, como Rumania y Bélgica, pasaban el poder de las monarquías protestantes, sino que la confederación Germánica, esbozando la Unidad alemana por la desaparición de un cierto numero de estados pequeños, disminuía considerablemente la influencia de la católica Austria en el centro norte de Europa, mientras que Rusia venia a dominar la parte oriental. Inglaterra, por su parte, se aseguraba con el imperio de los mares sus relaciones con la futura política imperial en el Mediterráneo, en el Medio Oriente y en el Extremo Oriente, hasta el día en que al comenzar el siglo XX controlaría, directa o indirectamente, casi un cuarto de la población del globo. En 1849 se anuncia la nueva configuración de Europa, una Europa en la cual iba a desaparecer el Papado, que realmente desaparece en 1870. El poder político iba a terminar con la Casa de Austria en 1917.
Lo que sorprende inmediatamente al observador astuto es la inversión de los polos que se ha realizado en Occidente; con el Catolicismo definitivamente evacuado de la política internacional absolutamente laicalizada, el eje no pasa ya por las capitales de los Estados católicos. París y Viena son puntos secundarios con relación a las naciones de predominancia protestante y ceden el sitio a Londres. Berlín y Nueva York. En lo internacional se va haciendo un cambio y se va anulando la influencia de la Iglesia, del Catolicismo y sobre todo del Papado, con lo que se cumple una cosa muy importante que es la siguiente: San Pablo, cuando en la carta a los Colosenses se pregunta por qué no viene el Anti-cristo contesta: El Anti-Cristo no viene porque hay un obstáculo que le impide venir. ¿Cuál es ese obstáculo? Los exegetas medievales, entre ellos Santo Tomas de Aquino, explican que el obstáculo es el Imperio Romano, y mientras perdure el Imperio Romano el Anti-Cristo no puede venir.
Y ese obstáculo ha sido removido totalmente, ya no queda nada del Imperio Romano; entonces el enemigo puede planear, puede proyectar el Imperio del Anti-Cristo, un imperio político unificado en un régimen de un gobierno sometido al enemigo, sometido al Anti-Cristo.
Como ven, estamos muy lejos de la encíclica Quas Primas y de que la sociedad universal debe estar sometida al suave yugo de Cristo.
Con esta afirmacion de que el mundo va caminando al imperio del Anti- Cristo entramos en otra parte de nuestra conferencia, en la que voy a esbozar los planes del gobierno mundial.
Los planes del gobierno mundial que estan actualmente en ejecucion y que estan en lucha en este momento son dos. Uno es un gobierno mundial con el liderazgo americano, o sea, el mundo bajo el gobierno efectivo de los E.E.U.U.; el otro es un gobierno mundial con liderazgo europeo.
El gobierno mundial con liderazgo americano ha sido expuesto por un presidente americano del siglo pasado. En 1872, Grant, dos veces presidente de los E.E.U.U., inaguraba su segundo mandato con una proclamacion en la cual había un parrafo que decía: «El mundo civilizado tiende al republinanismo, hacia el gobierno del pueblo por sus representantes y nuestra republica esta destinada a servir de guía a todas las otras. Nuestro Creador prepara el mundo para convertirse, con el tiempo oportuno, en una gran Nación, que no hablará sino una sola lengua y en que todos los ejjercitos y la flota no serán necesarios».
Para cumplir este gobierno mundial, las logias de la masonería mundial, sobre todo guiadas por una logía, la logía del paladismo, comenzó amover los titeres de la politica mundial con ese objeto.
Para conocer cuál es el segundo plan del gobierno mundial - el de liderazgo europeo- vamos a referirnos al Pacto Sinarquico, que es un escrito que consta de trece proposiciones fundamentales y 598 artículos, en el que se explica cómo va a ser el gobierno mundial futuro.
Este pacto fue descubierto en tiempo de la ocupación de Francia. Vamos a leer solamente algunas proposiciones que nos interesan. El punto trece dice así: «El orden sinárquico que no puede concebirse fuera de la paz civilizadora, fundada sobre el honor, y honorable para todos, exige no tanto que el estado actual de las potencias sea modificado por un desplazamiento de las fronteras, sino que la vida sinárquica de cada pueblo sea respetada de modo original, que la unión federativa de Europa sea realizada, que, en fin, la sociedad mayor de las naciones sea cumplida y llevada a su realidad universal por la interposición judicial de cinco sociedades menores de naciones ya construidas de hecho y en vias de constitución en nuestra epoca». Y despues va explicando como sería esta estructura sinárquica del mundo. En cada nación se arreglaría la sociedad por orden, por capas organizadas, las cuales terminarían en tres grandes órdenes: ub orden que contemplaría todo el orden social y economicos de los pueblos; otro orden que encerraría el orden cultural de los pueblos, y en ese orden culturalestaría incluido lo religioso. Eso en cada nación del mundo, que luego se agruparían en cinco grandes federaciones: una sociedad menor de naciones britanicas, que comprenderían a Ingleterra y el Commonwealt; una sociedad menor de naciones americanas, que comprendería a E.E.U.U. y a toda América Latina; una sociedad menor que comprendería a Rusia y a todas las naciones panasiaticas que comprendería al Asia. Esto sería una estructura sinárquica piramidal, que implica la formación de cinco grandes federaciones imperiales, ya constituídas o en vías de contitución.
Este ordenamiento sinárquico del mundo se caracteriza por su equilibro mundial, por lo tanto no habría como hoy hay naciones que tienen un gran predominio, por ejemplo E.E.U.U. y Rusia, sino que habría un equilibrio, estarían todas las naciones más o menos emparejadas, dándose un equilibrio mundial más allá del colectivismo y el liberalismo. La sinarquía quiere superar la antitesis del liberalismo y del colectivismo y llegar a una sociedad sinárquica dendo se equilibren el comunismo y el liberalismo, donde se haga una cosa pareja. Eso ya está en movimiento, en constitución, siendo Francia la Nación que está haciendo toda su política, no solamente dentro de sus fronteras, sino en toda Europa.
La sinarquía no es ni liberal ni comunista, sino que está por encima de ambas ideologías tratando de compaginar un gobierno de empresarios (liberal) con los obreros (comunismo), es decir una unión de burgeses y proletarios, un equilibrio mundial más allá del colectivismo y del liberalismo, sin ninguna potencia hegemónica, bajo la acción de Francia «como lugar histórico». Esto está dicho en la proposición 578: « El imperio sinárquico francés es el lugar histórico, lo mismo que el espíritu francés es el catalizador sicológico de una grande y noble experiencia de la cooperación humana, entre las razas blancas, amarillas y negras. Nuestra ambición es perfecta: una sintesís de carácter universal que se da como la imagen de lo que la Francia metropolitana, país de síntesis demográfica y centro geográfico del mundo».
Civilizado el imperio sinárquico francés, no puede ser finalmente concebido ni querido al margen de la vida europea ni de la vida del mundo. Un programa aparentemente nacional, donde se trataría de respetar la voluntad de las naciones, de autodeterminación de los pueblos en un equilibrio mundial. Esto es lo que propone la Sinarquía.
Hay un libro de Pierre Virion («El Gobierno mundial y la contra Iglesia») que hace ver como en realidad este gobierno mundial tiende a la tecnocracia, tiende a una organizacion mecánica del hombre y de los pueblos, como si fuesen robots, como si fueran maquinas, como si fueran una computadora electronica y que supone toda una accion de lavado de cerebro por medio del empleo de los métodos psicotecnicos para cambiar al hombre. Una organizacion del mundo en el cual el hombre se convierte en esclavo, pero no en esclavo del tipo antiguo, en que por terror se lo sometia a un orden y al trabajo, sino una esclavitud en la cual, usando los medios psicotécnicos, se haría entrar al hombre en la sociedad, para que haga lo que la sociedad quiere.
Todo está en ejecución, y las luchas que hay en el mundo actual están provocadas por la pugna qe hay entre dos fracciones para la ejecución de estos planes.
En la primera guerra mundial se liquida la casa de Austria, que es el último resto que quedaba de orden cristiano, y se implanta el comunismo.
Viene la segunda guerra mundial y tiene como resultado el acuerdo de Yalta, que hace dos cosas fundamentales: 1º Une al mundo eslavo detráas de la cortina de hierro, cumpliendo los planes del siglo pasado. 2º Impone una política bipolar, es decir divide al mundo en dos zonas de influencia:; una que se reserva a Estados Unidos y otra que se reserva a Rusia. Y ahora se está yendo a una tercera guerra para imponer una política de gobierno mundial de tipo sinárquico, un mundialismo con el liderazgo de De Gaulle.
Todos estos hechos determinaron la aparición, desde hace unos años, de una lucha entre la política bipolar desarrollada por el acuerdo ruso- americano y la política neutralista encabezada por De Gaulle; lucha que se manifiesta en tres puntos claves: Vietnam, en el Medio Oriente y en Europa.
En el Vietnam, por ejemplo, la política que mantienen Rusia y Estados Unidos es una política de equilibrio. Cuando más temperatura hay en una de las zonas -la americana o la rusa- más los grandes tientan de clamar la fiebre y volver al estado de equilibrio. Todo pasa como si cada uno empujase a sus peonesen convivencia con el otro para mantener o restablecer el equilibrio de fuerzas, y por eso no llegan a una definicion ni los unos ni los otros, hecho que nos hace pensar más en un acuerdo que en una rivalidad ruso-americana.
Otro tanto pasa en Medio Oriente, donde tambien hay otro estado de equilibrio. Y en Europa pasa lo mismo, donde frente a la políticabipolar se va desarrollando una politica neutralista encabezada por De Gaulle, para que se salga del dominio de la hegemonia rusa y de la hegemonia americana y se afirme la neutralidad.
En definitiva, ¿cuBl mundialismo logrará imponerse? Es claro aquí que no podemos conjeturar. Es difícil saber lo que va a pasar.
Por lo pronto hay que reconocer que la balanza del poder tecnológico y militar se está inclinando a favor del mundialismo americano. Los últimos acontecimientos de Europa lo revelan. Checoslovaquia, influenciada por los políticos neutralistas y por De Gaulle, estuvo a punto de pasarse a la sinarquía. Eso, evidentemente, habría sido un gran contratiempo para el liderazgo americano, pues se habría reforzado el Mercado Común Europeo. Como consecuencia, Rusia -obedeciendo a la influencia del Pentágono- lo ha impedido, ocupando militarmente a Checoslovaquia.
Sin embargo, aunque el poder militar está trabajando a favor del mundialismo americano, sería mejor, en este momento crítico y decisivo, atender al poder político de la sinarquía mundial, y sobre todo al poder de intriga, en el que son expertos los judíos que estan manejando a la sinarquía de un modo particular. La técnica va a ser la siguiente: endurecer ambos polos del sistema bipolar, para que una vez endurecidos vayan al choque y a la guerra. Este es, a mi entender, el único camino que tiene la sinarquía para abatir el evidente predominio americano y cumplir los planes sinárquicos del gobierno mundial, fundados en una igualdad de federaciones mundiales porque el poder nuclear está más o menos equilibrado; Estados Unidos podrá aniquilar a Rusia, pero Rusia puede tambien aniquilar a Estados Unidos. De esta forma se podrá pasar directamente a un gobierno mundial sobre un equilibrio de naciones sin gigantes, de naciones igualadas. Con una guerra mundial el mundialismo sinarquido se impondría.
No faltará quien piense que la guerra es una locura, Respondamos, efectivamente, que el mundo esta loco, está esquizofrénico, es por tanto lógico que se sumerja en una crisis de locura.
En efecto, no hay nada estable en la política del mundo moderno, no hay, por lo tanto, verdad. Solamente negar la existencia de una verdad inmutable viene a ser lo mismo que negar la existencia de un orden, ya que la verdad es el pensamiento de acuerdo con lo real, lo real natural y sobrenatural, naturaleza y gracia, es decir, aquel orden que conocio la cristiandad, el orden establecido por el suave yugo de Cristo.
En esta condiciones no se puede establecer orden perdurable; se condena al desorden de elegir una inestabilidad permanente, que es el estado natural de la revolucion. Las guerras y los conflictos más y más cercanos y sangrientos son inevitables a medida que se quiere el devenir, el puro cambio, y no el Ser.
El deseo de paz está seguramente en el corazón de cada uno, pero poner la paz sin Dios es un absurdo, porque sin El, la justicia esta separada y toda esperanza de paz se convierte en quimera. Justamente el mundo contemporaneo proclama la paz en nombre de los sueños pacifistan de un sincretismo religioso y filosofico, bajo pretexto de olvidar lo que divide para poner en común lo que une. Comienza así el más grande pecado que hay contra Dios, que vino sobre la tierra para dividir el bien del mal, el error y la mentira de la verdad; y hoy en cambio , se mezcla el bien y mal, la verdad y el error, los sexos, todo se mezcla. Ya que las guerras son consecuencia del pecado de los hombres, el pecado del espíritu no puede sino alejar la paz y traer sobre las naciones los peores castigos. No es por nada, que al comienzo del siglo XX, la Madre de Dios, vino ella misma a advertirnos en Fatima, el año 17, que si no se cambiaba de vida, si no se escuchaban sus súplicas, habría guerras y persecuciones que causarían el aniquilamiento de grandes naciones.
La paz del mundo, como en las familias y en los individuos, será siempre proporcional a la sumisión al orden, será siempre proporcional al grado de unión con Dios; rechazado el suave yugo de Nuestro Señor Jesucristo, la realeza de Cristo, es decir, repudiando hasta la noción misma de cristiandad, nuestro mundo ha entrado en revuelta, en rebelion, en revolución; ha caído bajo el poder del príncipe de este mundo, Satán, que como decía Cristo, es homicida desde el comienzo. Aquí se ve la importancia central que tiene todo ordenamiento político, tanto nacional como internacional, la noción de cristiandad, noción que envuelve la del sometimiento de las naciones y del mundo al suave yugo de Jesucristo.
Por ello, la festividad de Cristo Rey proclama la necesidad de que el mundo se someta a Jesucristo no solo como verdad religiosa sino como verdad política; proclama la necesidad absoluta para el hombre -creatura y pecador- de encontrar su salud total y temporal en Jesucristo, el Unigenito del Padre que ha tomado nuestra humanidad en el seno de la Virgen Madre. Sin Jesucristo el individuo, las naciones y el mundo marchan aceleradamente a la catastrofe. Sólo en Jesucristo tenemos la salud eterna y temporal. Nada más

MONTOS REVANCHISTAS



ACCIONANDO CACEROLAS


TESTIGOS DE UNA VERDAD

“Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios.
Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo; no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo.”
San León I “Magno”
 

LA LEALTAD

La lealtad



La lealtad es una virtud que “acepta los vínculos implícitos en su adhesión a otros (amigos, jefes, familiares, patria, instituciones, etc.) de tal modo que refuerza y protege a lo largo del tiempo, el conjunto de valores que representan”. (1)
Dicho en otras palabras, la lealtad es la virtud que nos lleva a mantener los vínculos y compromisos que hemos contraído con los demás (Dios, Patria, principios, doctrina, superiores, jefes, patrones, afectos, familiares y amigos) y reforzando los valores que hay en ellos.

“Nada hay comparable a un amigo fiel. Su precio es incalculable” nos dice Dios en el Eclesiastés. (Ec 5, 1). Porque la lealtad es la virtud propia de los hombres de bien, y nos habla de estabilidad emocional, de constancia en los afectos, de responsabilidad en los lazos y compromisos contraídos, de seriedad en nuestra palabra empeñada. La lealtad tiene que ver con los procederes. Es racional protegiendo se elige libremente ser leal y se paga el precio por ello. No hay términos medios, o se es leal o se es traidor porque lo opuesto a la lealtad es la traición.

La lealtad es diferente al compromiso. Podemos decir que la lealtad es la causa que nos lleva a tomar los compromisos. Una persona es leal cuando protege, apoya y defiende valores que promueve la institución a la que se haya vinculado. La Iglesia, la Armada, el Ejército, una institución, un colegio, un club o una familia. De ahí que, cuando el buen nombre o el honor de una institución a la que se pertenecen y que uno ama es atacado, la obligación moral de quienes la amamos es defenderla. Por supuesto que no es lo mismo referirse a la Iglesia, a la Patria, a un movimiento de parroquia, a un club de deporte o a una agrupación de trabajo. Como en todo hay escalas de respuestas a cada caso. Nadie me pide que de la vida por el club de golf. Pero en el caso de que se tratase de la Iglesia, quienes la integran deben defenderla hasta el martirio físico o espiritual. En el caso de las Fuerzas Armadas (que defienden el patrimonio físico y cultural de la Nación) quienes la integran han jurado ante la bandera defender a la Patria hasta entregar su vida por ella y, si ésta es amenazada, entonces será necesario ofrendarla.

La lealtad es una virtud relacionada con la veracidad. Si lo que defendemos no es ni bueno ni verdadero ya no será lealtad, sino complicidad que, además de ser un arma de doble filo, no es virtud sino error e injusticia. En el caso de que surgiere un conflicto con un amigo y nuestro club de siempre, la lealtad nos llevará a decidir con objetividad (según la importancia de los valores en juego) no caprichosamente, a favor de nuestro amigo o en defensa de nuestro club. La lealtad no implica que un amigo apañe o sea cómplice de otro en su falta de responsabilidad en el estudio o en el trabajo, en la droga o en la homosexualidad, para que el padre no se entere. Eso no es lealtad sino grave complicidad, que además implica una grave responsabilidad ante Dios y el prójimo. La corrección fraterna es el primer deber de la caridad.

Las palaras vincularse o pertenencia son muy importantes para la lealtad. Hay vínculos explícitos y evidentes como pertenecer a la misma institución, otros serán implícitos como la familia y no será necesario aclararlos. Una persona es leal cuando mantiene un compromiso y se siente que pertenece o está vinculada a una determinada familia, colegio o club, enfrentando las consecuencias de sus actos para mantenerse fiel a ellos y sin cambiarlos por mejoras superficiales o traicionar lo que se ha propuesto. La verdadera lealtad aflora cuando hay contratiempos, ataques, traiciones, equivocaciones o malas decisiones. Será lealtad no irse a jugar al fútbol caprichosamente por otro club que no sea el nuestro aunque nos convenga más porque es un club mejor. No irnos a trabajar con la competencia por una mínima diferencia que no nos cambiará la vida. Si me independizo de una empresa y me voy por cuenta propia no será lealtad aprovecharme valiéndome de toda la información aprendida confidencialmente. La lealtad exige cierta renuncia a una mejora en aras de la fidelidad, de la gratitud, de otros valores que no se miden con el dinero.

Nos vendrán momentos de dudas y de angustias, de olvidos y traiciones, tal vez hasta de persecuciones y castigos, pero la regla del bien obrar, que es la de la verdad y de la lealtad, tarde o temprano tendrá su recompensa cuando blanqueamos nuestras intenciones. Nuestro Señor nos lo avala en el Evangelio cuando dice: “Dichoso el criado a quien su amo, cuando llega, lo encuentra cumpliendo con su deber”. (Mat. 24, 45-46).

La máxima: “El que avisa no es traidor” tiene cierta rectitud, pero... le falta hidalguía Si aviso y comunico que me voy a trabajar a otra empresa porque me han mejorado las condiciones laborales, a jugar en otro equipo que no sea el de mi club por un determinado motivo, no falto a la lealtad, pero el despreciar lo que otros me han enseñado durante años por una poca mejora simplemente material que no me cambiará la vida es una actitud de poco vuelo. Cuando expongo las razones y los motivos que me hacen inclinarme en una determinada actitud no traiciono. No actuó con engaño, sino que pongo las cartas sobre la mesa. Pero hay una instancia superior, que es la lealtad, que me lleva a sacrificar algo que me puede beneficiar y me inclina a quedarme (mis compañeros de trabajo, mi socio en los momentos difíciles, la empresa que me enseñó y pagó por mis errores y aprendizajes durante años, la institución que me dio posibilidades de crecimiento o mis compañeros de equipo que tanto me apoyaron al comenzar mi carrera deportiva) aún a costa de la pérdida de mejoras La lealtad no se limita al “toma y daca”. La lealtad surge de una obligatoriedad moral interior y se asume libremente.

Digamos, el ir como veletas, sin arraigo, y al salto continuo de lo que nos brindará solamente mayores beneficios económicos no es la actitud superior de una persona leal y será mezquino de nuestra parte el no devolver en la medida en que hemos recibido. Un ejemplo conocido (aunque muy imperfecto para un humano) de la lealtad es un perro o un caballo. Si bien los animales actúan por instinto, si le aseguramos a un perro la comida y cierto bienestar sabemos que no nos traicionará por otro amo que lo alimente mejor y no nos morderá. Es antinatural que un perro muerda a su dueño, quien le brinda afecto, lo alimenta y lo protege. El hombre es capaz de traicionar pero, como hijo de Dios que es, también es capaz de actuar de manera muy superior a los animales que, si bien son fieles por instinto, no saben ni lo que arriesgan ni lo que ponen en juego, y el hombre sí. El dolor de experimentar la traición humana lo expresa bien el corazón de Dios cuando dice en boca del profeta Isaías en el Antiguo Testamento, pre anunciando a Cristo: “Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra Mí. El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su Señor”. (Isa 1: 2-3). El ansia de superación personal es lícita y no es incompatible con la lealtad. La necesidad de superarse o aún de ser el primero, no implica necesariamente arrogancia o soberbia; puede responder a una profunda necesidad espiritual de lograrlo través de una entrega absoluta y en competencia leal con los demás compañeros de clase, de deporte o de cualquier otra actividad. Escuchar atentamente a los maestros, estudiar en los libros para ahondar conocimientos y tomar conciencia del placer que se siente al compartir lo que se sabe con los demás, puede desarrollarse en un ámbito de sincera lealtad. En el caso de un soldado o militar, donde la lealtad juega un papel fundamental y donde la ausencia de esta virtud tiene consecuencias desastrosas, ellos obedecen por disciplina. No debiera ni ponerse en duda una orden recibida por el superior, pero la rectitud moral de los superiores debería ordenar todas las ordenes de un militar. Esto generará una relación de lealtad recíproca. Porque ambas partes compartirán los principios de honor. Esto hace que la obediencia sea la primera virtud de un soldado. Por medio de la obediencia se consolida la confianza y la lealtad entre los jefes y los subalternos, modela el espíritu de cuerpo de la unidad militar alrededor de una sola voluntad que no debiera traicionar y debiera cubrir las espaldas de sus subalternos. Cuenta la historia que dos amigos combatían en Francia en un campo de batalla en la misma compañía. Al encontrarse uno de ellos con riesgo de muerte bajo el fuego enemigo, el otro pidió permiso a su superior para ir a rescatarlo, aún sabiendo que tendría pocas probabilidades de sobrevivir. Al llegar hasta él, lo encontró muriéndose y lo arrastró hasta un lugar más seguro. No pudo salvarle la vida, pero sí pudo oír de boca del soldado amigo moribundo las palabras que lo justificaron todo: “Sabía que vendrías, presentía que vendrías…”

El pecado contrario a la lealtad es la traición, el quebrantar la lealtad o fidelidad que debemos tener a nuestro Dios, a nuestros principios, a nuestros afectos y a las personas que confían en nosotros No hay términos medios, o se es leal, o se es traidor, aunque las traiciones muchas veces aparentemente no sean de gran envergadura. A partir de Judas con su traición a Cristo esta miseria humana es considerada naturalmente como una de las más bajas. Tanto es así que no se pone ese nombre a un hijo.


Notas
(1) “La educación de las virtudes humanas”. David Isaacs. Editorial Eunsa. Pág.239

El Patriotismo



La virtud del patriotismo es la que “reconoce lo que la Patria le ha dado y le da. Le tributa el honor y el servicio debidos, reforzando y defendiendo el conjunto de valores que representa, teniendo a la vez por suyos los afanes nobles de todos los países”. (1)
Dicho en otras palabras, el Patriotismo es el amor a la Patria, que es la tierra de nuestros padres.

Santo Tomás la coloca dentro de la virtud de la virtud de la Piedad, la pietas, virtud que regula nuestros deberes de reverencia y honor para con los padres y la Patria en el cuarto mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre, como el Señor, tu Dios, te lo ha mandado, para que tengas una larga vida y seas feliz en la tierra que el Señor, tu Dios, te da.” (Det 5,16).

Esta noble virtud de la piedad nos hace deudores de ambos y depende de la justicia, que es el “dar a cada uno lo que es debido”. El orden por lo tanto es: justicia, piedad, patriotismo. O, dicho de otra manera, la justicia es como la “abuela” del patriotismo, porque tanto la Patria como los padres tienen derecho a ser queridos y honrados por sus hijos, ya que después de Dios es a ellos a quienes más le debemos y de quienes más hemos recibido.

Dios, Patria y Padres conforman la paternidad total. Este amor y reverencia que ellos nos generan es lo propio de toda alma noble y bien nacida. El patriotismo es una de las virtudes más atacadas hoy en día, aun desde los ámbitos del gobierno, y si se habla de él es para ridiculizarlo. La palabra “patria” proviene de “pater” (padrea). Al hablar de Patria estamos hablando de una herencia que hemos recibido, mientras que la “Nación” se refiere al futuro. Si la Patria es una herencia, la Nación es una misión a realizar. Pasado y futuro son los conceptos de Patria y Nación. La Patria no sólo son los símbolos patrios, la Bandera, la Escarapela o el Himno Nacional. Estos la representan, pero ellos solos no son la Patria. Tampoco es solamente un territorio hasta las fronteras físicas. La Patria tiene un cuerpo, pero también tiene un alma.

Patria física es el territorio. Aunque nos vayamos lejos, siempre llevaremos dentro de nosotros la imagen de una determinada geografía, de un territorio donde habremos crecido y donde nos habremos arraigado como lo hace el árbol a la tierra para echar sus raíces y poder desarrollarse, crecer y dar frutos. De ahí que lo primero que la Patria exige sea un territorio en donde enraizarnos. La idea nace en el Génesis: “Tomó pues, Jahvé Dios al hombre y lo llevo al jardín del Edén para que lo labrara y lo cuidase”. (Gen II 15).

Para el hombre antiguo y clásico, la Patria era algo muy concreto, muy real. Para Cicerón, la Patria era “el lugar donde se ha nacido”. Para los griegos, la Patria se asentaba en una tierra determinada. Los romanos hablaban de “la terra patrum”, la tierra de los padres, y se sentían inseparablemente ligados a la tierra de sus antepasados. Cuando Rómulo fundó Roma llevó consigo tierra de su patria natal y de sus dioses. De ahí nace el concepto de “extranjero”, el que no pertenece a la tierra patria y de ahí que, durante siglos, el destierro fuera el peor castigo que se podía dar a un hombre después de la muerte Pero la Patria es además una casa, un hogar. Como lo describe el P. Alberto Ezcurra: “Cuando pensamos en la Patria, en el territorio físico de la Patria como en la casa de nuestra familia grande, podemos pensar más bien en aquella casa solariega, en aquella casa en la cual la familia se aquerenciaba y tenía historia en sus paredes, en sus árboles, en sus muebles; en aquella casa que había sido habitada durante generaciones, en la cual se arraigaba de una manera profunda el corazón de una familia”. (2)

La Patria espiritual es el patrimonio cultural, una asociación espiritual unida por los mismos lazos, históricos, culturales, religiosos, nacionales. Son los argentinos que viven en ese territorio, más los que lo han labrado y trabajado. Los presentes que con su esfuerzo diario la sostienen de pie y la llevan adelante. Los que han honrado y han muerto por esa tierra, por esa cultura y esas tradiciones. Los que algún día vendrán a trabajar y luchar pero todavía no han nacido más los que vendrán después, en un futuro, pero que también tiene derecho a recibirla en su integridad y no cercenada porque pasó por nuestras manos. Todo este cúmulo cultural de principios y valores a defender es la Patria espiritual.

Como bien lo describe Jean Ousset: “Recibimos por así decirlo, a granel, el capital material, la herencia espiritual, intelectual y moral que nos han dejado nuestros abuelos. Ese capital, esa herencia constituye la patria... Esa unidad humana durable que es la nación, esta continuidad en el tiempo de las generaciones pasadas, presentes y futuras, sólo puede hacerse sobre los valores, que por ser verdaderos y eternos son también los que aseguran vida y duración a las sociedades fundadas sobre ellos”. (3) La lengua es la expresión más notoria de este patrimonio cultural y probablemente la lengua patria el mejor medio para transmitir la cultura y el legado cultural que se hereda de los antepasados. La revolución anticristiana, en su intento de destruir nuestra cultura, ha dado el golpe mortal sobre el lenguaje escrito (y por ende hablado) en la educación, justamente para romper este eslabón de transmisión de la cultura de una generación a otra.

La juventud actual no conoce su idioma, no tiene vocabulario y esto le impide comunicarse. Se expresa sólo con monosílabas y de una manera totalmente rudimentaria. Este conocimiento tan primario del lenguaje los condicionará a una manera primaria de pensar porque ya no podrán manifestar ni sus ideas ni sus pensamientos. En el orden del embrutecimiento de la persona y de la destrucción de la cultura este es un puntal clave, porque los jóvenes captarán más de lo que serán capaces de expresar y las palabras no les alcanzarán para dar a entender sus ideas y sentimientos, lo que les generará una enorme frustración espiritual y psicológica.

No es igual poder expresar que uno está triste con todos los matices que ello conlleva a decir que a uno le da “cosa”. No es lo mismo expresar que uno tiene temor ante la muerte y el propio juicio, con todos los matices de la lengua, que decir que uno tiene “cuiqui” No es lo mismo decir que algo nos da vergüenza que decir que nos da “cosa”. Los llevan adrede a manejarse con sólo 200 palabras del idioma y a desconocer la belleza de los matices que encierra nuestra lengua de más de 10.000 vocablos. Podemos decir, además, que nuestra familia y todas las familias que viven en esta tierra conforman la Patria grande.

Hemos visto que a “la Patria no se la elige sino que se la honra. Cuán equivocado estuvo Rousseau al decir que la Patria es un “contrato social”. No somos miembros de la Patria por un contrato colectivo. La Patria no es comparable a un partido político o a un club deportivo, a los cuales podemos afiliarnos o de los que podemos retirarnos libremente. No es así la Patria, un contrato que se puede romper, un contrato rescindible. La Patria me viene con el nacimiento, previamente a toda elección mía voluntaria. Es, pues, una mentira del liberalismo, la del contrato social, pero también lo es del marxismo, con sus “proletarios del mundo uníos”, tan apátrida como aquel. La Patria es una realidad anterior y superior a las clases sociales. Puedo cambiar de clase, pero no de Patria”. (4) La revolución cultural ha impuesto para combatirla el llamado “ciudadano del mundo”, concepto creado por el nuevo orden mundial para que la persona no se sienta que pertenece a ninguna Patria en especial y sientan menos violencia cuando ellos se la quitan.

Cuanto más profundas sean las raíces, más recursos tendrá la planta para sobrevivir. De la misma manera, cuantas más raíces tenga una persona, mejor podrá resistir los embates de los enemigos de su cultura, como ya hemos especificado en una anécdota muy ilustrativa en otro capítulo. De ahí que sea urgente educar a los jóvenes en el amor trascendente de la Patria, para que sepan anteponer el bien nacional a sus intereses personales, particulares o sectoriales. Ya Aristóteles en su libro sobre Política explica que las virtudes políticas no se improvisan (como nada de lo que requiere aprendizaje e información) y así es indispensable que la autoridad pública procure adiestrar a los niños para su futura actuación ciudadana. Santo Tomás, comentando la doctrina aristotélica, también afirma la necesidad de un plan educativo común a todos los jóvenes para que la formación política en la sociedad sea homogénea. No es que desautorice el lugar prioritario de los padres en la educación, sino reforzar la idea de que la educación pública y común debe estar enriquecida por las virtudes patrióticas relacionadas con el Bien Común. Si bien es cierto que los padres son los primeros educadores, los gobernantes debieran tener al menos la actitud paternal en orden a los ciudadanos por ellos gobernados. De ahí resultará que un buen católico será siempre el mejor ciudadano, sometido a la autoridad civil legítima constituida en cualquier forma de gobierno. De ahí concluimos que la educación, ya sea pública como privada, no puede desinteresarse de la formación del espíritu patriótico que genera el Bien Común. La revolución anticristiana ha penetrado en la educación y socavado estos valores que estaban en la médula de los jóvenes argentinos, para lograr sus fines de dominación sobre las personas.

El cristiano debe amar la Patria por dos motivos:

Por la virtud cristiana de la piedad, que está implícita en el 4to mandamiento y nos manda honrar, venerar y respetar a los padres y a la Patria, es decir, a aquellos de quienes recibimos la vida, los alimentos, la educación, la lengua, la raza, la fe y toda nuestra cultura. El amarla no es una opción, sino un mandato del cielo. Después del apostolado de trabajar por la salvación eterna de los hombres, el trabajar por el Bien Común de la Patria es el más alto ejercicio de caridad que une los dos amores: Dios y el prójimo.

Solamente el cristianismo lleva al patriotismo a su plenitud, ya que quien no ve en la defensa de la Patria los valores trascendentes y se reconoce peregrino en esta tierra, corre el peligro de caer en un nacionalismo pagano (agarrado solamente al suelo como si fuese la Patria definitiva) abierto a desviaciones. El P. Castellani lo expresó de esta manera:

Amar a la Patria es el amor primero
Y es el postrero amor después de Dios
Y si es crucificado y verdadero
Ya son un solo amor, ya no son dos.
Y San Agustín:
Ama siempre a tus prójimos,
Y más que a tus prójimos, a tus padres,
Y más que a tus padres, a tu Patria,
Y más que a tu Patria, ama a Dios.

El amor a la Patria es el punto de equilibrio entre el amor a nuestra familia, a los nuestros y el amor a la humanidad. No se puede amar ni respetar a otras Patrias si no se ha aprendido a amar la propia primero. Hay quienes se preocupan por los problemas de la humanidad, del hambre de otros países, pero son incapaces de amar el lugar en donde Dios ha querido que nacieran. No hay amor verdadero de lo anónimo y, mientras más se ama lo anónimo, menos se ama a los hombres en concreto, y esto sirve para las personas y sirve también para las patrias. El patriotismo no es alérgico a la integración con otras naciones, lo que le rechaza es el diluirse en un cosmopolitismo vago y desencarnado. Esta integración nosotros los argentinos la podemos soñar con los países hispanoamericanos, con quienes tenemos las mismas raíces grecolatinas ibéricas católicas. Aquella unidad en la diversidad, propia de las patrias cristianas europeas que fue la Cristiandad (hoy en plena decadencia y apostasía) ha dejado sus hijos en Hispanoamérica tal vez con una misión que la Providencia quiera asignarnos de reconstrucción...

“Es inútil soñar. Uno podría decir: ¡Cómo me hubiese gustado nacer en tal país, vivir en tal siglo, en tal lugar de la historia con tales obispos, con tales gobernantes! Pero este es nuestro tiempo, este es nuestro lugar, el querido por Dios. Lo que debemos amar (digámoslo siguiendo el verbo del P. Escurra) es esta Patria nuestra que nació cristiana, que amaneció como un sueño en la mente de los Reyes Católicos, que surcó el océano en las carabelas de Colón, que vio desplegar el celo de los misioneros y el coraje de los conquistadores. Es ésta la Patria que debemos amar, la Patria de nuestros próceres, los auténticos, aquellos que cuando salían al combate, como San Martín y Belgrano, le ofrecían a la Santísima Virgen su bastón de mando y le dedicaban sus victorias. La Patria de los gauchos, en quienes se encarnó algo del espíritu de la Caballería, ese espíritu generoso y desinteresado, del amigo capaz de tender la mano, capaz de jugarse en las patriadas. Esta es nuestra Patria concreta. Y también la constituyen aquellos inmigrantes honestos, que vinieron para arraigarse en nuestra tierra y que, con su trabajo, abrieron surcos a fuerza de sacrificios, haciendo vergeles de los páramos. Muchas veces sus hijos y nietos fueron más patriotas que los nacidos en la tierra. También ellos son la patria” (5).

Y ya en un lenguaje más actual el P. Ezcurra (haciendo referencia a una anécdota de su vida) nos cuenta que, estando en Rio Gallegos con motivo de la movilización por el problema del Beagle, cuando el peligro de la guerra ya había cesado, una noche, cenando en una estancia, le preguntó al dueño de casa;
- “Dígame, ¿usted nunca tuvo miedo? – El viejo se quedó pensando y después dijo:
- Si, una noche tuve miedo. Acá, cuando uno planta un árbol en esta tierra dura y de vientos fuertes, no lo planta para uno, lo planta para los hijos, para los que van a venir. Aquellos álamos de allá los plantó mi padre, aquellos cerezos grandes los plantó mi abuelo hace ochenta años. Y yo un día me puse a pensar: si hay guerra, van a bombardear donde hay árboles. Y si destruyen estos árboles que plantaron mi padre y mi abuelo, yo que tengo 62 años y no tengo hijos, ¿Me animaría a hacerlos crecer de vuelta? Tuve miedo y me quedé dando vueltas en la cama hasta las tres de la mañana. Y a las tres de la mañana dije: “Empezaré de nuevo”. Comenta Escurra que jamás vio un patriotismo expresado de una forma más sencilla. Aquel hombre amaba a la tierra porque había sido hecha con el sacrificio de los padres y de los abuelos. No era sólo un pedazo de tierra. Era su Patria, la tierra de sus padres.” (6)

De ahí que amar a la Patria sea también un deber de Justicia, al darle “a cada uno lo suyo, lo que le corresponde, a lo cual tiene derecho”, y la Patria tiene derecho a ser querida y defendida por sus propios hijos, aunque éstos sean capaces de ver sus miserias. El amor patrio no debe ser ingenuo sino crítico. Así amó Sócrates a Atenas y Dante a Florencia. Belgrano murió exclamando “ Hay Patria mía!” Y José Antonio al referirse a España decía:
“Nosotros no amamos esta ruina, a esta decadencia de nuestra España física de ahora. Nosotros amamos a la eterna e inconmovible metafísica de España”(7).

Cristo también amaba a su Patria y lloró pensando en la ruina de Jerusalén y Juan Pablo II, cuando era todavía arzobispo en Polonia, se expresaba así a sus fieles: “No nos desarraiguemos de nuestro pasado, no dejemos que éste nos sea arrancado del alma. Es éste el contenido de nuestra identidad de hoy. Queremos que nuestros jóvenes conozcan toda la verdad sobre la historia de la nación, queremos que la herencia de la cultura polaca, sin desviación de ninguna clase, sea transmitida siempre a las nuevas generaciones de polacos. Una nación vive de la verdad sobre sí misma, tiene derecho a la verdad sobre sí misma y, sobre todo, tiene derecho de esperarla de quienes educan... No puede construirse el futuro más que sobre este fundamento. No se puede forjar el alma del joven polaco si se lo arranca de este suelo profundo y milenario. Por esta razón nosotros, en este lugar, elevamos una oración por el futuro de nuestra Patria, porque nosotros la amamos. Ella es nuestro gran amor. Que nadie se atreva a poner en tela de juicio nuestro amor a la Patria. Que nadie se atreva.” (8)

¿Por qué tenemos que defenderla y por qué el patriotismo es una virtud?... Porque de la misma manera que si alguien nos tira una trompada a la cara, el brazo instintivamente (como miembro del cuerpo) se levanta a defenderlo (aunque lo quiebren). Nuestra patria amenazada exige la misma reacción de sus hijos para defenderla... Si ésta es una reacción instintiva de un cuerpo en el ámbito natural, mucho más lo será la Patria que conlleva aún un cuerpo espiritual. Nuestra querida Argentina hoy está atacada por invasiones peores que la de los ingleses en el siglo pasado. Hoy, bajo la excusa de la globalización, sufrimos la invasión cultural. Pio XI, en la misma Encíclica que condeno al comunismo, condenó “el imperialismo internacional del dinero” que erosiona y presiona contra la soberanía de las naciones.

¿Y cómo logran nuestros enemigos destruirnos?...”Ante todo, mediante la pérdida de nuestra soberanía cultural. Asistimos a una inteligente campaña de vaciamiento en dicho campo, una auténtica invasión cultural, sobre todo a través de los medios de comunicación, que van haciendo de nuestros jóvenes una masa homologada e informe, sin ideales, sin memoria, sin tradiciones, sin amor a la Patria. Y ello con una música de fondo que, al mismo tiempo que aturde, vacía de ideas las cabezas. No será ya una invasión armada. Es una invasión pacífica, silenciosa, pero tremendamente eficaz. Será menester enfrentarla consolidando el ser nacional. Porque si un pueblo tiene arraigado su espíritu en las raíces más profundas de la cultura, de la tradición, de la propia lengua, ese pueblo nunca será dominado, porque el espíritu es más fuerte que la materia.

Se quiere, asimismo, destruir la familia. Lo están haciendo mediante la propagación del divorcio, con la consiguiente burla de la fidelidad hasta la muerte, propia del matrimonio, la pornografía, el fomento de la rebelión de los hijos en contra de sus padres, el permisivismo de estos últimos, el envenenamiento del alma de los niños, la escuela sin Dios... Cuando uno de los llamados “chicos de la calle” comete un delito, se lo mete en la cárcel, pero no se mira por qué ello sucedió. Ese chico no tuvo familia, no se le inculcó la moral, se le quitó la enseñanza religiosa, no se le explicó el sentido de su vida, de dónde viene y a dónde va... Junto con el vaciamiento cultural y la destrucción de la familia viene lo más grave, el atentado contra la religión que nos dio luz. Recordemos que ya hace años decía el Presidente Roosevelt, refiriéndose a las Patrias de Ibero América: “Creo que será larga y difícil la absorción de estos países por los Estados Unidos mientras sean países católicos”. La unidad de fe y el espíritu del catolicismo constituían el principal obstáculo para sus planes de hegemonía...La tarea destructiva llega principalmente por la enseñanza, sobre todo de la historia. No se enseña la historia verdadera. Bien saben los pedagogos que los niños aprenden sobre todo por el ejemplo... Con facilidad se exaltan próceres equívocos, que frecuentemente vivieron de espaldas a la patria, que admiraban todo lo que venía de los Estados Unidos, de Inglaterra o de la Francia revolucionaria, de cualquier lado menos de donde habíamos recibido la fe, la cultura y la lengua, que creyeron que la Independencia de la Madre Patria no fue la separación de un hijo llegado a su madurez, sino el repudio de todo lo que nos vino de España, incluida la fe católica.

Ha dicho Castellani: “no es un mal que en la Argentina haya habido traidores y traiciones; el mal está en hacer estatuas a los traidores y adorar traiciones”... Los santos y los héroes están siendo reemplazados por los ídolos, los ídolos de la farándula, de la publicidad, de la televisión, de la música, del deporte, de las películas. Tales son los ejemplos que se proponen a los jóvenes. Frente a esta situación dramática de un país que parece abocado a su propia demolición por la ruptura con las fuentes de su tradición no nos queda, como dice Caturelli, sino reafirmar más que nunca el concepto cristiano de la Patria...

El nacionalismo surge y es legítimo cuando la patria esta envenenada, cuando se la arremete seductoramente desde afuera y también desde dentro para hacerla cautiva. El imperialismo de hoy, que a eso precisamente tiende, sabe muy bien que a una patria no se la cautiva con las armas simplemente, si antes no se la ha vaciado de contenido, no se la ha desvertebrado, descerebrado. Antes que matar el cuerpo, hay que matar el alma. (9)

Todas las patrias cristianas deben ser defendidas ya que todas ellas conservan una parte de herencia de la Cristiandad. Aunque hubiese un 90% de argentinos que no les importase que nuestra Patria llegase a ser una estrella más de alguna bandera extranjera, el 10% restante tendría el derecho y el deber moral de defenderla aún con las armas, como en el Paraíso, en donde Dios puso un ángel, no con una guitarra eléctrica... sino con una espada... Rogamos para que la Santísima Virgen, quien se empecinó en quedarse con nosotros (y no hubo bueyes que pudieran moverla) se haya vestido con nuestra bandera para liderar esta colosal batalla que nos espera.