O “De cuando había papas y obispos que hablaban claro” (N.
del Blog)
De: Hugh O’Reilly. Seleccionado de Joseph François Michaud, Las
Cruzadas, Ed. Argentina, 1886, Vol. I, pp 33-34. Publicado por:
La Denuncia Profética.
Con el objetivo de extender el imperio de la Religión Católica
y el poder de la Santa Sede en Oriente, el Papa San Gregorio VII ya había
exhortado a los fieles a tomar las armas contra los musulmanes, prometiendo él
mismo liderarlos hacia Asia.
En sus cartas, San Gregorio VII habla de cómo los sufrimientos
de los católicos en Oriente lo afectaban hasta el punto que deseó la muerte.
Decía que querría arriesgar su propia vida con el fin de liberar Tierra Santa.
Sin embargo, San Gregorio VII no pudo realizar su plan debido a los problemas
internos en Europa.
Concilio de Clermont
El Papa convoca el Concilio de
Clermont
Movido por el mismo espíritu de su predecesor, el Beato Urbano
II resolvió convocar el Concilio de Clermont en noviembre de 1095 en el sur de
Francia, la nación de corazón de guerrero, la misma que por muchos siglos había
dado el tono a toda Europa.
Respondiendo al llamado del Papa más de 200 Arzobispos y
Obispos, 4.000 eclesiásticos y 30.000 legos. Los más famosos Santos y Doctores
lo honraron con su presencia ilustrándolos con sus consejos.
La Tregua de Dios fue proclamada al mismo tiempo que la Guerra
de Dios [la Tregua de Dios concedía la inmunidad de la violencia a los
campesinos y clérigos que no podían defenderse].
El Concilio aprobó numerosos decretos para la disciplina
eclesiástica y la reforma de la Iglesia, incluyendo los concernientes a la
simonía y al matrimonio sacerdotal. Pero todos esos decretos – incluso la
excomunión de Felipe I, el Rey de Francia, por adulterio – no lograron desviar
la atención general del punto que se consideraba más importante, que era la
cautividad de Jerusalén y los abusos que se producían ahí.
El día del discurso del Papa Urbano, el Concilio se reunió en
la extensa plaza fuera de la puerta oeste de Clermont donde se instaló el trono
papal a fin de dar cabida a la inmensa multitud. El Papa, seguido por sus
Cardenales, llegaron en procesión y comenzó la reunión.
Cruzados dirigidos por Obispos
Habla el Papa
Después de Pedro el Ermitaño, el Papa tomó uso de la palabra
diciendo estas motivadoras y memorables palabras:
“Hemos escuchado el mensaje de los
cristianos de Oriente. Nos describe la lamentable situación de Jerusalén y del
pueblo de Dios. Nos relata cómo la ciudad del Rey de Reyes, que trasmitió la fe
pura a todas las otras ciudades, fue obligada a pagar tributo a las
supersticiones paganas. Y cómo el milagroso Sepulcro, donde la muerte no podía
guardar a su Prisionero, el Sepulcro que es la fuente de la vida futura y, sobre
todo, donde el Sol de la Resurrección se levantó, fue ensuciado por aquellos que
no se levantará de nuevo excepto para servir de paja para el fuego
eterno.”
“Una victoriosa impiedad ha cubierto
las tierras más fértiles de Asia de tinieblas. Las ciudades de Antioquía, Éfeso
y Nicea ya han sido tomadas por los musulmanes. Las hordas bárbaras de los
Turcos han colocado sus estandartes en las mismas fronteras de Hellespoint
[donde el mar Egeo se reúne con el Mar de Marmara], donde amenazan a todas las
naciones cristianas. Si el único Dios verdadero no contiene su triunfante
marcha, armando a sus hijos, ¿qué nación, qué reino podrá cerrarles a ellos las
puertas de Oriente?”
“El pueblo digno de gloria, el pueblo
bendecido por Dios Nuestro Señor gime y cae bajo el peso de esos atropellos y
más vergonzosas humillaciones. La raza de los elegidos sufre atroces
persecuciones, y la raza impía de los sarracenos no respeta ni a las vírgenes
del Señor ni los colegios de sacerdotes. Atropellan a los débiles y a los
ancianos, a las madres les quitan sus hijos para que puedan olvidar, entre los
bárbaros, el nombre de Dios. Esa nación perversa profana los hospicios… El
templo del Señor es tratado como un criminal y los ornamentos sagrados
robados.”
“¿Qué más debo
deciros?”
“¡Somos deshonrados, hijos y hermanos,
que viven en estos días de calamidades! ¿Podemos ver al mundo en este siglo
reprobado por el cielo presenciar la desolación de la Ciudad Santa y permanecer
en paz mientras es tan oprimida? ¿No es preferible morir en la guerra en vez de
sufrir por más tiempo un espectáculo tan horrible? Lloremos por nuestras faltas
que aumentan la ira divina, si, lloremos… Pero que nuestras lágrimas no sean
como las semillas arrojadas sobre la arena. Dejemos que el fuego de nuestro
arrepentimiento levante la Guerra Santa y el amor de nuestros hermanos nos
lleven al combate. Dejemos que nuestras vidas sean más fuertes que la muerte
para luchar contra los enemigos del pueblo cristiano.”
Llegada del Papa a Clermont
No es quedéis cobardemente en
vuestros hogares
El Pontífice continuó: “Guerreros que
escucháis mi voz, vosotros que iréis a la guerra, regocijaos, porque estáis
tomando una guerra legítima… Armaos con la espada de los Macabeos e id a
defender la casa de Israel que es la hija del Señor de los
Ejércitos.”
“Ya no es asunto de vengar las injurias
hechas a los hombres, sino aquellas que son hechas a Dios. Ya no es cuestión de
atacar una ciudad o un castillo, sino de conquistar los Santos Lugares. Si
triunfáis, las bendiciones del cielo y los reinos de Asia serán vuestra
recompensa. Si sucumbís, alcanzaréis la gloria de en la misma Tierra donde
Jesucristo murió, y Dios no olvidará que os vio en la Santa Milicia.”
“No os
quedéis cobardemente en vuestros hogares con los afectos y sentimientos
profanos. Soldados de Dios, no escuchéis nada sino los lamentos de Dios. Romped
todos vuestros lazos terrenales y recordad que el Señor dijo: ‘El que ama a su
padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí… Y todo aquel que abandone
sus casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o esposa, o hijos, o
tierras por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida
eterna.”
Recibiendo la Cruz
Este discurso de Urbano II tocó los corazones de todos. Pareció
como una llama ardiente que descendió del cielo.
La asamblea, tomada por el entusiasmo y no por la mera
elocuencia humana, se inspiró y se levantó en masa gritando: “Deus vult! Deus vult!” [Dios lo quiere, Dios lo
quiere].
Cuando se restableció el silencio, el Santo Pontífice
continuó:
“He aquí que hoy se cumple en vosotros la
promesa del Señor que dijo que donde sus discípulos se reúnen en su nombre, Él
estará en medio de ellos. Si el Salvador del mundo está ahora entre vosotros, si
fue Él quien inspiró lo que yo acabo de escuchar, fue Él quien ha sacado de
vosotros este grito de guerra, ‘¡Dios lo quiere!,’ y dejó que fuese lanzado en
todas partes como testigos de la presencia del Señor Dios de los
Ejércitos!”
El Papa Urbano II exhortando a las Cruzadas
El Papa levantó la Cruz ante la asamblea, el signo de la
Redención, y dijo: “Es el mismo Jesucristo que deja su Sepulcro y os
presenta su Cruz. Será el signo que unirá a los hijos dispersos de Israel.
Levantadla sobre vuestros hombros y colocadla en vuestros pechos. Que brille en
vuestras armas y banderas. Que sea para vosotros la recompensa de la victoria o
la palma del martirio. Será un incesante recordatorio de que Nuestro Señor murió
por nosotros y que debemos morir por Él.”
Excomunión para aquellos que no
cumplan con el juramento
El Obispo de Puy, reputado por su conocimiento y firmeza, fue
el primero en entrar por el camino de Dios, tomando la Cruz de las manos del
Papa. Muchos otros siguieron su ejemplo.
El Papa prometió a los cruzados la absolución de sus pecados. Y
colocó a sus personas, familias y bienes bajo la protección de la Iglesia y de
los Apóstoles Pedro y Pablo.
El Concilio declaró que cualquiera que hiciese violencia contra
los soldados de Cristo sería castigado con el anatema.
Cruzados y musulmanes en batalla
El Santo Padre reglamentó la disciplina y fijó la fecha de
partida para aquellos que se habían enlistado en la Santa Milicia. Temeroso de
que algunos pudieran permanecer en sus ciudades a causa de sus intereses
personales, amenazó con la excomunión a aquellos que no cumplieren con sus
juramentos.
Urbano II viajó a través de las varias provincias de Francia
para completar su trabajo, convocando otros concilios. Este entusiasmo ilimitado
lo siguió y lo comunicó al resto del pueblo francés, y luego se extendió a
Inglaterra, Alemania, Italia e incluso España, que estaba combatiendo a los
sarracenos en su propio territorio.
Todo Occidente fue movido por estas palabras: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.”
La religión era un único objetivo de la guerra contra los
infieles. El amor a los padres, los lazos familiares e incluso los más tiernos
afectos fueron sacrificados por los ideales que rebasaron toda Europa. La
moderación era cobardía, la indiferencia era traición, y la oposición un ultraje
y un sacrilegio.
Milagros
Numerosos milagros ayudaron a levantar el entusiasmo de las
multitudes. Las estrellas se desprendieron del cielo y cayeron a la tierra;
fuegos desconocidos se encendían en el aire, las nubes tomaban el color sangre y
un amenazante cometa apareció en el mediodía con forma de espada. Muchos
franceses vieron a Carlomagno exhortando a los cristianos a luchar contra los
infieles.
Todas las Ordenes de Caballería tomaron la Cruz como
símbolo
“Recibe esta espada en el nombre del Padre,
y del Hijo, y del Espíritu Santo.”
El sacerdote de cada parroquia bendecía las armas que se
acumulaban delante de él. Rogaba al Señor Todopoderoso concediera a aquellos que
las llevaran, el valor y la fortaleza que llevaron a David a derrotar el infiel
Goliat.
Al entregar a cada caballero la espada que había sido
bendecida, el sacerdote decía: “Recibe esta espada en el
nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Que te sirva para el triunfo
de la fe. Sin embargo, no derrames con ella la sangre del inocente."
Después de rociar los estandartes de la Cruz con agua bendita,
se las entregaba diciendo: “Ve a combatir por la gloria de
Dios y deja que este signo te haga triunfar de todo peligro.” Los
cruzados recibían sus símbolos sobre sus rodillas.